CÁDIZ

Mujeres sin voto pero con voz

Pese a los avances del texto, la Constitución de Cádiz ni siquiera las consideraba ciudadanasDestinadas a vivir entre las cuatro paredes de su casa, algunas se rebelaron y lograron burlar la censura

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Para no llamarse a engaño, vaya por delante la verdad, la triste verdad: no fueron muchas las mujeres que destacaron en la época de las Cortes de Cádiz. Y las que lo hicieron, a menudo se colocaron de parte del bando servil o absolutista.

Las féminas, además, no tienen mucho que agradecerle a esta Carta Magna con nombre de mujer: al igual que sucedía con los esclavos, 'La Pepa' no les reconocía ni la ciudadanía. Y sin embargo, el germen que alumbró la primera Constitución española sí propició la participación de muchas en la vida social, ya sea como organizadora de tertulias en las que se hablaba de política, como escritoras en alguno de los numerosos periódicos de la época o como responsables del avituallamiento de las tropas. Pero también, no hay que olvidarlo, un puñado de ellas protagonizaron episodios heroicos que les hicieron granjearse la admiración del Ejército. El caso más sonado de estos últimos es el de Agustina de Aragón, que comandando un grupo de mujeres repelió la invasión francesa durante el asedio de Zaragoza. Menos famosa que ella pero igual de valiente se mostró Ángela de Tellería, una guipuzcoana que consiguió liberar a varios soldados hechos prisioneros, disfrazándolos de mujeres, y fue perseguida por 400 hombres hasta que lograron capturarla. Ellas y otras tantas heroínas recalaron en Cádiz con la llegada de las Cortes y aquí vivieron y dejaron su huella.

Pero salvo casos puntuales, los hombres ni siquiera se prestaron a debatir el papel de las féminas en la nueva sociedad que se iba gestando. Y, como apunta la profesora de la UCA Gloria Espigado en su espléndido texto 'Mujeres y ciudadanía, del antiguo régimen a la revolución liberal': de lo que no se habla, no existe.

La muestra más clara de cómo se ignoraba a las mujeres en el debate político es que a pesar de que en la ceremonia inaugural del 24 de septiembre de 1810 había mujeres en las galerías del teatro de la Real Isla de León, dos meses después, el Reglamento para el Gobierno Interior, de 26 de noviembre de 1810, les prohibía el acceso.

Poco antes de ser nombrado ministro de Justicia, el entonces secretario de Estado Francisco Caamaño narró una anécdota en una rueda de prensa de presentación del proyecto de restauración del Oratorio. Contaba el socialista Caamaño que algunas mujeres consiguieron burlar la vigilancia masculina y se colaron en las galerías del templo gaditano vestidas de hombre. No está documentado que así sucediera en Cádiz, pero sí durante el trienio liberal. También lo recrea Galdós en sus Episodios Nacionales y hasta Arturo Pérez Reverte en su última novela. El objeto de la prohibición es claro: que no vean, no oigan, no discutan y sobre todo, que no reclamen. «Para ellas es un mundo asombroso, porque no tienen tradición de participar en la política y lo ven con una mirada ingenua», comenta la vicerrectora Marieta Cantos.

Los reaccionarios o serviles no querían ni oír hablar del papel de las mujeres más allá del que tenían entre las paredes de su casa, mientras los liberales admitían la necesidad de darles cierta información porque eran ellas las que transmitían algunos valores a los hijos. El ejemplo más notable de estas 'buenas intenciones' es el periódico 'El amigo de las damas', escrito por hombres. En los siete números que se publicaron no se puede hallar, ni de lejos, alguna soflama feminista. Más bien ofrece un discurso de excelencia femenina compatible con los roles tradicionales. El objetivo es «adornar el conocimiento de las damas y su conversación» pero de ningún modo instalarlas a participar, como recogen Marieta Cantos y Beatriz Sánchez Hita en un trabajo publicado en la revista de Historia Constitucional.

De entre las mujeres que se atrevieron a asumir papeles reservados a los hombres hay que destacar a la portuguesa María del Carmen Silva, que se hizo cargo de la publicación del periódico 'El Robespierre español' mientras su marido estuvo preso por cuestiones de censura. Otro nombre ligado al periodismo: el de María Manuela López de Ulloa, la que más participación tuvo en las polémicas surgidas en torno al texto constitucional, algunos de los cuales ella misma suscitó. Se tiene constancia de su primer artículo (firmado con iniciales) insertado el 24 de diciembre de 1812 en el periódico 'El Procurador General de la Nación y del Rey'. A esta le siguieron otras colaboraciones con diferentes seudónimos, por supuesto.

Tertulias y sociedades

Ante este panorama, poco quedaba por hacer que no fuera 'sospechoso'. «Las mujeres siguieron haciendo lo que sabían y solían hacer: cultivar el mecenazgo y la promoción varonil que patrocinaban desde sus domicilios privados, abriendo tertulias», explica Gloria Espigado. Y por otra parte, fundando sociedades patrióticas para encargarse, fundamentalmente, de coser y renovar los uniformes de los soldados, como la Sociedad Patriótica de Señoras de Fernando VII, constituida en noviembre de 1811 y que actuó hasta el verano de 1815.

La tertulia más famosa de la época fue sin duda la de Frasquita Larrea. Hoy, una placa recuerda en la calle Rafael de la Viesca donde vivía la escritora, madre a su vez de otra, Cecilia Böhl de Faber (que escribía con el seudónimo de Fernán Caballero). Reaccionaria, absolutista, conservadora en extremo, doña Frasquita es sin embargo un personaje contradictorio. Sirvan dos citas para mostrarlo. En el 'Diálogo entre madre e hija', doña Frasquita le dice a la futura novelista: «A las mujeres nos toca callar y obedecer, respetar el gobierno establecido y rogar todos los días al Dios de los Imperios por la conservación de nuestro monarca».

Pero es esa misma la mujer que cuando su marido le ordena quemar su libro de 'Derechos de Mujeres' escrito por Mary Wollstonecraft para que haya paz en el matrimonio, le espeta que con mucho gusto lo hará una vez que él lo haya leído.

Doscientos años después, aún queda mucho por investigar de la labor de las mujeres en torno a las Cortes. Las mencionadas Marieta Cantos, Beatriz Sánchez Hita o Gloria Espigado, junto a otras como Irene Castells o Elena Fernández García han hecho esfuerzos por sacar a la luz algunas de estas historias. Hoy no necesitan seudónimos para publicar. Tal vez se lo deben en parte a ellas.