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Todo es relativo

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Como decía Sarita Montiel, según Einstein, todo es relativo. El arquitecto David Chipperfield (Londres 1953) tras deslizar su aguda mirada por las geometrías de nuestro centro histórico preguntó: «¿Cuántos habitantes tiene Cádiz?» Respondí: «Unos ciento treinta mil». Quedó perplejo recordando las dos catedrales, los imponentes baluartes del XVIII y la fachada del Ayuntamiento que podría haber proyectado James Stuart (1713-1788) y comentó: «En el Reino Unido una población semejante sólo cuenta con un Town Center que agrupa en unas pocas piezas: oficinas, equipamientos, centro comercial, correos y la estación que incluye la ciudad en esa tupida red ferroviaria que facilita rápido acceso a cualquier punto de la isla». No sé si supe aclararlo, pero este centro de ciudad que le fascinaba es realmente el corazón vivo de un área metropolitana poblada por unas quinientas mil almas, la tercera aglomeración de Andalucía. En efecto, la ciudad reticular en la bocana de la Bahía nunca tuvo sentido sin esa red de primorosas ciudades formando círculo en torno al espejo de agua.

Sensible también a la contundencia mediante la cual el orden de las arquitecturas configura una ciudad cuya belleza es consecuencia de su homogeneidad, Peter Smithson (1923-2003), líder del Team Ten, grupo forjado a consecuencia de los debates suscitados en el 10º Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (Dubronick 1956), que propone una relectura de los fundamentos del estilo en clave de contemporaneidad, quedó fascinado por el paisaje industrial de la Bahía, tal como lo pudo admirar desde la azotea del Edificio Ponte. Los tinglados portuarios, las grúas pórtico, la perfecta geometría de las Torres de la Luz de Nero Scala. Una mirada muy consecuente con esa nueva visión del Moderno que se formaliza en su propio congreso fundacional, celebrado en 1960 en Otterlo (Holanda), en el cual participa activamente el catalán José Antonio Coderch. El Team Ten tuvo una gran influencia entre los arquitectos que protagonizan la renovación de la modernidad en España durante los años 60.

Federico Correa (Barcelona 1924) dio una lección diferente de cómo ver la arquitectura. Visitamos muy temprano la Catedral Nueva, recreándose con avidez en el dramatismo barroco de la traza de Vicente Azero resuelta mediante la repetición rítmica de la forma, según el método de la experiencia sensible al modo de Guarino Guarini y que inútilmente pretendieron tensar los arquitectos neoclásicos. Terminamos con tiempo suficiente para ver muchas más cosas. Pero concluyó: «No quiero visitar nada más, para que otros recuerdos no empañen la impresión que me ha producido tan espléndido edificio. Tomemos unas copas».