CARTAS A LA DIRECTORA

Olivo de Santa María

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El olivo es mucho más que un árbol. Su cultivo se remonta a la antigua Persia y está ligado al origen de las culturas fenicias, asirias, judías, egipcias, griegas y otras muchas, de modo simultáneo. Del latín olea, viene la raíz castellana ole (de la que hay quien afirma que procede la expresión ¡olé!) y oli, (óleo, olivo), mientras que las culturas semíticas parten de la raíz zait o zeit, que derivó en azzeitun, en árabe, y aceitunero o aceituna, también en castellano. Los egipcios designaban al olivo con la palabra tot y hasta tal punto le concedían importancia que su designación se encuentra en el propio nombre de Toth y en el del faraón Tutankhamon.

La emperatriz Hatsepsut encargó al arquitecto y sabio Inema (1530-1490, a. C.) la plantación de olivos y un inventario de las plantas existentes en jardines y panteones. En la mitología griega (S. XVI a. C.), la Diosa Atenea hizo brotar un olivo en la ciudad. Un olivo creció en la tumba del propio Adan. Una paloma con una rama de olivo en el pico anunció a Noé el fin del diluvio. Con madera de un olivo de 1.000 años construye Ulises su lecho de bodas. Los atenienses regularon cuidadosamente la conservación de los viejos olivos existentes en la ciudad, hasta tal punto que herir o cortar un olivo estaba castigado con el destierro. Jesús de Nazaret meditó y lloró en el Huerto de los Olivos, etc. Porque el olivo está enraizado en la mitología, en la leyenda y en la historia de la humanidad.

Parece ser que fue en Cádiz en donde se cultivaron los primeros olivos de la Península Ibérica, ya que su terreno estaba poblado de acebuches (olivos silvestres) que los fenicios habrían podido injertar.

Pero me voy a referir a un olivo, a un ejemplar singular, el único árbol que ha sobrevivido en el escaso palmo de tierra que queda de lo que fue el huerto del Convento de Santa María, que probablemente sea el árbol más longevo (es decir: el ser vivo más longevo) existente en la ciudad de Cádiz y que se asocia a la monja escritora Sor Maria Gertrudis Höre, a la que llamaban La Hija del Sol. Este olivo, abandonado y maltratado, está, al parecer, sentenciado por uno de los muchos proyectos que a diario se ponen en marcha desde un estudio sin consideración alguna de elementos y construcciones singulares, ni muchos menos a árboles que, como en el caso que nos ocupa pudieran tener varios siglos de existencia.

Sirvan estas líneas para elevar mi voz bien alta en defensa del olivo del convento de Santa María, que forma parte del patrimonio cultural y natural de la ciudad de Cádiz desde mucho antes que se proclamaran las Cortes de 1812. Es necesario que el actual proyecto se modifique para que este olivo quede integrado en el mismo, sin dañarlo, como un monumento a la historia de la ciudad, a la vida y a la paz.