LA HOJA ROJA

ACOMPÁÑAME

La presentación de la última novela de Pérez-Reverte, 'Asedio', ha acaparado la atención de todos esta semana

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Hay semanas que pasan tan deprisa que apenas da tiempo de leer los titulares de prensa, ni de saber qué ocurre por ahí fuera, tal vez porque hay semanas en que las que no pasa absolutamente nada más que el tiempo -que dicho sea de paso, está dando mucho de qué hablar-. Otras, sin embargo, pasan despacio como si presagiaran una tormenta informativa y estuvieran por ahí cogiendo fuerzas. Esta semana es una de esas. Anticipando los fastos constitucionales se presentaba la última novela de Pérez-Reverte, 'Asedio', con baño de multitudes en el Palacio de Congresos -haciendo sombra al besapié del Medinaceli- y recorrido virtual-real con la prensa por los escenarios en los que se desarrolla el libro más vendido del momento, incluso antes de publicarse -es lo que tiene la web de Casa del Libro-. Con dos meses de retraso -el Carnaval, que todo lo puede- se iniciaban también los actos conmemorativos del Centenario del Teatro Falla con un espectáculo de luz y sonido en varias dimensiones -eso, por lo menos es lo que anunciaban- que tenía la pretensión de confundir al espectador sobre qué es real y qué es virtual -algo que llevamos confundiendo en esta ciudad quizá desde hace más de cien años, para qué vamos a engañarnos -mientras sonaban fragmentos de 'El amor brujo', como antesala del ambicioso, (¿ambicioso?) programa que el Ballet Nacional ha puesto en escena.

Con puntualidad casi británica iniciaba la Junta de Andalucía la campaña de escolarización para el curso que viene y con la misma puntualidad se multiplicaban las visitas a la oficina del padrón municipal -la gente, que es poco previsora- que el pasado año registró más de quinientos cambios en un solo mes. Con un asombroso aparato logístico -llamadas telefónicas, inscripciones telemáticas, la operación «teletúnica» de recogida a domicilio- comenzaba también esta semana el reparto de túnicas en las cofradías de esta ciudad. Todo un clásico por estas fechas.

Pero vayamos por partes. Esta semana se hizo oficial que más que una ciudad antigua, somos una ciudad vieja. Que por primera vez la población mayor de sesenta años supera a la menor de veinte, algo que tampoco hacía falta ser un estadista para decirlo, bastaba con echar un vistazo a las colas de las meriendas que organiza el Ayuntamiento o al número de matrículas en la Universidad de Mayores. Somos una ciudad de viejos -no es incorrección política, sino cruda realidad-, una ciudad con grandes carencias en el sector de la geriatría -que es el que presenta un futuro más cierto-, una ciudad en la que apenas hay niños para cubrir las plazas escolares y mucho menos para cubrir las ofertadas por el sistema público, ya lo saben, sirven como ejemplo las propagandas del colegio Gadir o del Adolfo de Castro que ven peligrar su continuidad si como ocurre este año, hay más plazas y más demanda en las escuelas concertadas. Un auténtico despropósito que en menos de un mes volverá a proporcionarnos grandes momentos cuando salgan las listas.

«La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos» decía Casio en el Julio César de Shakespeare. Y la culpa en este caso la tiene el nivel de decadencia en el que nos hemos cómodamente instalado y del que no tenemos la menor intención de salir. Ni siquiera se intuyen los brotes verdes porque el terreno abonado no da más que malas yerbas. A impulsos nos movemos -ser impulsores también es un mérito - con la seguridad de que si sale con barba es San Antón y si no, la Purísima Concepción. El Carnaval se puede alargar, incluso confundirse con la Semana Santa porque para esto de la simbiosis y el parasitismo nos la pintamos solos. Miren si no, lo de la Tapa Cofrade integrado perfectamente en los fastos gastronómicos de un carnaval que, como la lluvia, no quiere marcharse.

Aunque para carnaval, y del bueno, ya tenemos a la Junta y sus desvaríos etnológicos. Por fin se aclara, el barrio de San Severiano tiene «indudable valor etnológico», sí, pero eso no afecta al derribo del mismo. Pues muy bien. No hay quien lo entienda. Si tiene valor, lo tiene y si no, no lo tiene. Y mientras los vecinos andaban preocupados, la nunca bien ponderada delegada de Cultura se descuelga diciendo que para dejar manifiesta constancia del valor etnológico y de la protección del barrio es suficiente «con una placa, el nombre de una calle o la instalación de un monolito». Total, lo que ya está puesto en la plaza de San Severiano ¿o es que aquello es otra cosa? Vaya usted a saber.

Definitivamente, me interesa mucho más cómo instalar un altar de culto -intenso debate el de Onda Cofrade- o la Exaltación de la Mantilla que en la Diputación hará el Grupo Gaditano Mujer de Mantilla para potenciar el uso de esta prenda en los días de Semana Santa -no pierdan de vista a este grupo, que puede dar mucho juego. Me interesa muchísimo más cómo el sentido de la Carrera Oficial- si es que eso tiene algún sentido- puede llenar páginas y páginas de los periódicos, o cómo el eslogan «Cofrade, ponte la túnica» del pasado año, ha dado paso al no menos sugestivo «Acompáñame» que pretende ser un reclamo para que los hermanos desfilen -sí, sí, le dicen desfilar- con sus titulares.

Me gusta lo de Acompáñame, porque me recuerda a la sintonía de cabecera de aquel programa en el que Isabel Gemio ejercía de genio de la lámpara. Quién sabe, quizá tanto aluvión de noticias esta semana no es más que el aviso de que algo bueno está por llegar. Sorpresa, sorpresa.