PAN Y CIRCO

PARA LLORAR

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La afición del Cádiz está harta de estar harta. Lo pude comprobar en Huelva el pasado sábado, donde la inoperancia en ataque y la falta de contundencia amarilla en defensa se tradujo en una nueva derrota, que acerca a las huestes de Espárrago a los abismos del descenso. Sólo los optimistas esgrimen un argumento para la esperanza. Hace dos años no pensábamos que podía ocurrir y ocurrió y ahora que casi todos tenemos asumidos que va a ocurrir, a lo mejor tenemos suerte y no ocurre.

Pero lo que está soportando esta hinchada acostumbrada a sufrir no tiene nombre. Sin embargo, una cosa es acostumbrarse a sufrir y otra muy distinta es que se sigan riendo en su cara. El primero que lo hizo fue un personaje llamado Abraham Paz, que, en su retorno a Carranza con otra camiseta, llegó a referirse a los fieles amarillos como «esa gente que me pitaban a mí y ahora a Enrique». Yo le tenía cierto respeto y estaba en contra de que le pitasen, aunque visto lo visto demasiado benévolos hemos sido con este chaval al que no le renovaron antes por el Cádiz porque no era noruego.

Hay más. Ahora los consejeros y los capitanes se encomiendan a las peñas para escapar de la Segunda División B. Es como asumir que la plantilla es muy mala y que «lo que hay es lo que hay» (frase a la que por cierto me estoy habituando mucho últimamente). Incluso hay algunos que siguen hablando del agujero de Baldasano. Eso es como si Zapatero le echa la culpa de la crisis del país a Leopoldo Calvo Sotelo, que apenas estuvo un año en el poder.

Lo que quizás se le escapa a todos los que vuelven a pedir el apoyo de la afición y abaratan las entradas es el riesgo de llenar el estadio con personas que no han visto jugar al Cádiz en toda la temporada y no saben lo que se van a encontrar. Y esos son los primeros que se vuelven contra el palco y contra el césped.