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Embelesados con el dedo

Los españoles hemos sido condescendientes con la clase política porque nos ha venido bien a todos

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Los españoles hemos sido muy condescendientes con la clase política, sindicatos, empresarios y gobernantes durante el periodo democrático porque nos ha venido bien a todos. Ha supuesto un periodo de crecimiento económico y de ampliación clara del bienestar social.

Una jerarquía asegura cierta estructura entre los miembros de un grupo y generalmente pone límites a la hostilidad individual. Esto benefició a nuestros parientes primates y lo heredamos. La civilización y la democracia han significado aceptar poderes repartidos -por lo menos en teoría- y subgrupos coexistiendo en una misma sociedad sin matarse -por lo menos habitualmente-.

El problema es que somos más agresivos que cooperativos por huella genética y «tenemos una tendencia innata al enriquecimiento, prepotencia y autoindulgencia a expensas de los demás. Las poderosas fuerzas del cariño, la bondad y la empatía suavizan lo anterior», en opinión del sicólogo cognitivo Aarón T. Beck.

Este autor expresó que gran parte de la teoría sobre sicología política se puede observar en términos de sicología personal. Los españoles suelen tolerar la orientación egocéntrica de los partidos políticos, su marco de referencia marcado por el principio de «lo que es bueno o malo para mí» siempre que no perjudiquen.

El problema empieza cuando no se selecciona y procesa correctamente la información. Cuando los responsables de los poderes se atrincheran en creencias ideológicas -que pueden ser muy justas- sin observar la naturaleza real de los problemas que ellos tienen la responsabilidad de enfrentar. Y en consecuencia abusan del mecanismo de manipulación verbal retrasando la asunción de las realidades muy problemáticas. Y después absolutizan la autoindulgencia y llegan a vivir en el mundo de las percepciones compartidas con su entorno más inmediato, todo ello unido a la baja tolerancia de la frustración de la realidad problemática, activando la hostilidad y la culpabilización de las opiniones críticas.

Millones de familias sobreviven como pueden en España.

El dedo real apunta a esa crisis sobre nuestras cabezas, ineludible como la luna llena, y llama a un gran pacto de Estado, pidiendo sentido del deber, capacidad de frustración, de compartir puntos de vista, de cesiones, de generosidad multilateral.

A los millones de familias que sobreviven como pueden no les importaría tener un empleo aunque fuera con un contrato peor, pero no verán la materialización de ese pacto porque el Gobierno ya no está tan fuerte como para conseguirlo y para las narraciones de todos los que preparan elecciones es, seguramente, más cómodo. Eso sí, se escribe mucho sobre el dedo real. Es triste.