Amaya Valdemoro, durante el Mundial de 2010. / Archivo
BALONCESTO

Adiós al corazón de ‘La Roja’

Amaya Valdemoro, la mejor jugadora de la historia del baloncesto español, anuncia su retirada a los 37 años y como campeona de Europa

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Cuando un deportista decide alargar su carrera deportiva más allá de lo habitual, resulta complicado saber tomar el camino adecuado de salida en el momento más conveniente sin caer en el error de llegar al punto en el que ya no puede elegir cuándo decir adiós y son otros los que empujan a tomar esa determinación que debería ser profundamente meditada y personal. Sólo unos pocos privilegiados tienen la fortuna de marcar en el calendario la fecha de su despedida en el día que ellos consideran oportuno.

A Amaya Valdemoro se le rasgó la vida a la vez que sus muñecas se fracturaban contra el suelo el 12 de octubre de 2011 en el pabellón Cerro del Telégrafo de Rivas-Vaciamadrid. Con 35 años el destino se burlaba de su suerte y le dejaba sin herramientas para seguir jugando y disfrutando de su gran pasión desde que, cuando apenas era una chiquilla, decidió cambiar su sueño de convertirse en campeona olímpica de los 1.500 metros en atletismo por el baloncesto. Y, lo más duro, le retiraba de la peor forma, con una lesión casi esperpéntica por lo extraña, excepcional, dolorosa y traumática, sin darle la posibilidad de escoger el momento de su última canasta.

O eso al menos pensaba todo el mundo. Amaya se hartó de llorar. Con la mano derecha escayolada y la izquierda operada, inválida, impedida, sin poder usar los brazos para asuntos tan elementales y tan aparentemente banales como vestirse, asearse o comer. Tardó dos meses en recuperar cierta autonomía y una movilidad y una sensibilidad cercana a la habitual... En reaprender a tirar a canasta.

Hasta el día que consiguió volver a coger un balón y sentir que lo controlaba y lo lanzaba con acierto hacía el aro no sintió que volvía a ser ella, que recuperaba su esencia. Cuatro meses después de aquella fatídica caída volvía a las canchas. Empujada por su tesón y por su cabezonería, recortó en dos meses las previsiones de los médicos. Por el camino, más lágrimas, toneladas de angustia y sesiones que empezaron con la desesperación de no poder controlar la dirección, la fuerza o la distancia de un tiro a un metro de la canasta y acabaron con sus habituales triples. Siempre con el apoyo de su inseparable amiga Elisa Aguilar.

Han pasado más de dos años y la salmantina anuncia el martes que se retira, que cuelga las botas. Lo hace oficial en su Alcobendas natal, la ciudad que la venera, en un acto organizado en el Espacio 2014 y junto a José Luis Sáez. El presidente de la FEB, que ha asegurado en una carta abierta en la web de la Federación que, «sin temor a caer en la exageración, sin ella nuestro baloncesto femenino sería otro», ya le ha abierto de par en par las puertas de la Federación para que colabore y transmita «los valores que han hecho de nuestro deporte un referente internacional y un espejo para cualquier equipo».

Y lo hace cuando ella ha querido, en lo más alto, como campeona de Europa con su selección, a la que ha defendido más veces que nadie (258 partidos) y con la que ha logrado los mejores resultados -cinco medallas en europeos y un bronce mundial-, superando a mitos como Blanca Ares, Bonny Geuer, Marina Ferragut o Elisabeth Cebrián. Ni otras dolencias crónicas, como sus eternos problemas en el gemelo de su pierna izquierda, han podido con ella. Se va como la jugadora española más importante de la historia, el corazón de ‘La Roja’, cuando aún es una referencia incuestionable y con la admiración de todos por su ejemplo de superación.

Nadie puede acusarla de no dar la cara, nunca se ha escondido. Para lo bueno y para lo malo, siempre ha querido tener los tiros finales y el balón en su mano cuando se decidían los partidos, como hacían sus adorados Drazen Petrovic y Michael Jordan. Pero ahora da un paso al lado con la naturalidad de siempre -esa que tanto gustaba a los suyos y tanto irritaba a sus adversarios-, y deja paso para que otras que ya han cogido su testigo, esas que forman la nueva generación liderada por Alba Torrens, caminen definitivamente solas y forjen su presente y su futuro sin la alargada sombra de la gran capitana, tan grande como jugadora como importante en el desarrollo mediático del básket femenino en España.

La madrileña ha dado una visibilidad a su deporte desconocida hasta su llegada gracias a su particular forma de vivir las cosas. Extrovertida y con un punto de exageración y espectáculo muy al estilo americano, provocado en parte por su ilimitado carácter competitivo, se ha convertido en un jugoso personaje para los medios de comunicación. Hasta el punto de mostrar su cara más atrevida al posar desnuda para la revista DT, poco después de colgarse el oro en Francia. En la entrevista que acompañaba a las imágenes, incluso bromeaba al afirmar que la sesión fotográfica había resultado «mucho más fácil que tener a Candace Parker (una de las mejores aleros del mundo) delante».

Títulos por medio mundo

Estas más de dos décadas de dedicación plena, están repletas de rosas y espinas, gloria y decepción, felicidad y tristeza, rutinas y supersticiones. La travesía está cargada de mucho trabajo. El trabajo que le ha acompañado siempre, desde que con 14 años fichó por el Universidad de Salamanca y comenzó su viaje como profesional, el que le llevó a ganar con 16 años la Euroliga de la mano de un Miki Vukovic que ejerció de entrenador, padre deportivo, guía espiritual y amigo. Gracias a la perfecta combinación de esfuerzo, talento y afán competitivo, Amaya puede presumir sin falsa modestia de haberlo ganado todo, incluso tres anillos de la WNBA -la mejor liga del mundo- en la mítica franquicia de las Comets de Houston, y de coleccionar títulos por medio mundo. En su búsqueda de nuevos objetivos y metas ha pasado por los mejores equipos de la liga española, por el cálido Brasil, ha sufrido el frío en Moscú y en la heladora ciudad rusa de Samara (en la que llegó a soportar temperaturas de 45 grados bajo cero), y vivió algún que otro momento desagradable en la emergente Turquía, antes de volver a casa definitivamente.

En este largo tránsito por las canchas, siempre le acompañó el recuerdo de su madre, fallecida cuando apenas tenía 18 años. «Cada canasta que metas, acuérdate de mí», le dijo poco antes de morir por un cáncer fulminante, y Amaya ha cumplido con esa petición en cada partido que ha disputado. Incluso le rindió un emotivo homenaje cuando en los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004 disputó el encuentro contra China con una camiseta en el que figuraba Madariaga, su segundo apellido. Pero el trayecto ha tocado a su fin y a la alero le ha llegado el momento que más temía, el de descubrir lo que hay después del baloncesto. El miedo le durará poco, porque no tardará en involucrarse en proyectos relacionados con su deporte y, aunque aún lo ve precipitado, no descarta seguir a pie de pista, transmitiendo su experiencia y conocimientos desde un banquillo. Pero, como siempre, será cuando ella quiera.