RELIGIÓN

En guerra con Satán

Cinco exorcistas luchan contra el demonio en las diócesis españolas | Relatan casos como los del cine, con fuerza brutal y don de lenguas | «La cara se les transforma, te hablan con otra voz y, además, están esos gritos....»

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El 72% de los españoles cree en el Dios de los católicos. Los sondeos periódicos del Centro de Investigaciones Sociológicas no incluyen preguntas sobre el diablo, pero seguro que, si alguna vez hiciesen la prueba, resultaría que la proporción de quienes están convencidos de la condición real de Satanás es bastante menor, y eso que el propio Benedicto XVI es muy propenso a citarlo en sus homilías e incluso recordó hace años a su grey que «el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno». Los discípulos de Jesús veían en el recién adquirido poder sobre el maligno una de las claves de su ministerio –«Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre», se asombraban–, pero con el paso de los siglos los católicos se han ido olvidando de Lucifer, el padre de la mentira, el adversario de los hombres, la serpiente antigua, el ángel soberbio que se condenó junto a todos sus secuaces. Y, puesto que ignoran al mismísimo diablo y sus asechanzas, ¿qué van a pensar de los sacerdotes que luchan contra él cuerpo a cuerpo? Si el Centro de Investigaciones Sociológicas preguntase cuántas personas piensan que hay exorcistas dentro de la Iglesia, seguro que salía una cifra de risa.

Pero los exorcistas existen, claro que sí. Y los papas siguen suscribiendo que el diablo «ronda como un león rugiente», tal como se lee en la primera carta de San Pedro: León XIII, por ejemplo, tuvo una visión de las hordas infernales reunidas sobre Roma, y el propio Juan Pablo II llegó a practicar exorcismos al menos en tres ocasiones cuando ya era sumo pontífice. Según la normativa de la Iglesia, el nombramiento de los exorcistas corresponde a los obispos, que han de elegir a un sacerdote «dotado de piedad, ciencia, prudencia e integridad de vida» para que se ocupe de esa tarea. No todas las diócesis tienen cubierto el puesto: en España hay ahora mismo cinco exorcistas que mantienen una actividad sostenida, junto a algunos otros de perfil muy discreto o simplemente designados de manera simbólica. De esos cinco curas acostumbrados al enfrentamiento directo con Satán, tres han apostado por disipar en lo posible el tradicional misterio que rodea su figura, a base de apariciones públicas en las que hablan sobre sus vivencias.

Rodeado de demonios

El más conocido es José Antonio Fortea, un aragonés de Barbastro adscrito a la diócesis de Alcalá de Henares. El padre Fortea escribió su tesis de licenciatura sobre el exorcismo en la época actual y, un poco por sorpresa, empezó a ser reclamado por personas que se sentían torturadas por demonios. En la diócesis de Cartagena ejerce Salvador Hernández, un capellán de prisiones nacido en Molina de Segura y con pasado rockero como guitarrista de The Buitres. Y en Barcelona está el dominico Juan José Gallego, de Castrillo de los Polvazares (León), un catedrático emérito de la Facultad de Teología de Valencia que hace cinco años se encontró con la inesperada encomienda: «Cuando me preguntaron si aceptaba el puesto –recuerda–, dije que sí, sin pensármelo dos veces, y al volver a casa miraba para atrás y veía demonios por todas partes. Fue una sensación muy fuerte. Pero, en determinado momento, me dije: soy sacerdote, y aquello en lo que creo es mucho más fuerte que esto».

Estos expertos puntualizan que las posesiones, en las que los demonios se adueñan por completo del cuerpo de una persona, son relativamente infrecuentes: ahora mismo puede haber ocho o diez casos en ‘tratamiento’ en España. El grueso de su trabajo corresponde a lo que denominan influencias demoniacas, menos graves y muchas veces provocadas por maleficios, así como también, por ejemplo, a fenómenos como las infestaciones de lugares. Pero todos relatan algunas experiencias como las que recogen las películas, con señales externas como la fuerza brutal –sansonismo, la llaman– o la capacidad de hablar lenguas que se desconocen: a Salvador Hernández, cuando estaba en Roma, algunos endemoniados se dedicaban a insultarle en castellano, y también le han roto más de una vez su robusta cruz de San Benito, hecha de hierro. «Este amigo te desconcierta, te encuentras casos muy raros –comenta el padre Gallego–. Estás con una señora encopetada y, en cuanto comienzas el exorcismo, blasfema de manera impresionante. Recuerdo a un muchacho que, de pronto, me dijo con voz cavernosa y en latín perfecto: ‘Te mando y te ordeno que no reces más padrenuestros’. Su madre me confirmó que no sabía ni una palabra de latín. La cara se les transforma, sueltan risas sarcásticas, te hablan con una voz que no es la suya... La fuerza es descomunal, y además están los gritos...».

Burlones y agresivos

Los gritos, aseguran, son tan espeluznantes que llegan a impresionar más que todos esos trucos de circo tenebroso. Al ser expuestos al agua bendita, al crucifijo o a la oración, los endemoniados se retuercen y sueltan procacidades, blasfemias, incluso augurios de muerte, pero sobre todo gritan, y ese escándalo de cámara de tortura provoca que la idea de hacer exorcismos en un piso resulte «descabellada», en palabras del padre Fortea. Incluso resulta difícil llevarlos a cabo en una iglesia durante el día, de forma paralela a la actividad regular, y por supuesto el exorcista necesita ayudantes para sujetar a las personas sacudidas por los demonios. ¿No es peligroso? El padre Fortea ha aclarado en alguna ocasión que el principal riesgo no radica en la violencia física: «El problema no es la lucha: el peligro es que empieces a darles a los demonios más espacio, más credibilidad, y te acaben llevando por su camino. Algunos exorcistas han terminado en prácticas equivocadas, reduciendo el exorcismo a un diálogo en el que se intenta convencer. El peligro no es que te hagan volar por el aire: el peligro es la tentación –ha explicado–. Los demonios son seres espirituales que se rebelaron y cayeron. Cada uno tiene su psicología: los hay burlones, agresivos, que sufren...». Salvador Hernández resume esta advertencia en una frase: «Jesús no parlamentaba con ellos, los expulsaba».

A los exorcistas españoles no les falta trabajo. «Esta mañana he tenido tres casos, dos de ellos con exorcismo –repasa el padre Gallego a mediodía de un lunes–, y esta tarde me esperan otras dos citas. Por aquí han pasado catedráticos, médicos, psicólogos y también mucha gente sencilla de distinas culturas». ¿Y por qué el diablo se ocupa en molestar a estas pobres personas y no se centra en los poderosos, que le permitirían causar mayor mal? «Habría que mirar a esos poderosos...», sonríe el cura, que se declara al tanto de que algunos de sus ‘pacientes’ puedan ser en realidad enfermos mentales: «Vienen porque creen que tienen algo demoniaco, y muchas veces tengo que decirles que no, que no me parece, que pueden ser otras cosas. El exorcista no solo saca los demonios verdaderos, sino también los falsos».

Estos sacerdotes suelen decir que tan equivocado es ver al diablo por todas partes como no verlo en ninguna. Gabriele Amorth, exorcista de la diócesis de Roma y presidente honorario de la Asociación Internacional de Exorcistas, declara a menudo que el gran triunfo de Satanás es haber convencido al mundo de su inexistencia: «Casi lo ha conseguido, incluso dentro de la Iglesia. Tenemos un clero y un episcopado que no creen ya en el demonio», lamenta este sacerdote ya anciano, que ha llevado a cabo más de 70.000 exorcismos. El padre Juan José Gallego asiente: «Yo creo que declararse católico y no creer en el demonio es una contradicción. En el Evangelio de San Marcos, no hay página en la que no aparezca dos o tres veces».