ANÁLISIS

El Anschluss de Austria

En marzo de 1938, Hitler consumó la incorporación "pacífica" de su país natal a la poderosa Alemania nazi

PROFESOR DE HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA Actualizado: Guardar
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Hoy, setenta y cinco años después, Austria es una pequeña república próspera y pacífica en el corazón de la Unión Europea. En 1938 era una apetecible república de siete millones de habitantes, en el corazón de una Europa convulsionada y amenazada por los delirios de grandeza del canciller del III Reich, Adolf Hitler.

En marzo de 1938, Hitler consumó la incorporación "pacífica" de Austria a la poderosa Alemania nazi. Por supuesto, el tratado de Versalles de 1919 -una simple tregua entre Alemania y sus enemigos- prohibía cualquier tipo de unidad política entre Alemania y Austria. Se trató de un requisito conseguido en Versalles por el primer ministro francés, George Clemenceau, que buscaba debilitar internacionalmente al viejo rival, recién derrotado en la Gran Guerra. Alemania, ya en manos de Hitler, buscaba justo lo contrario: fortalecerse. En 1935 El Sarre había sido devuelto a Alemania. En 1938, seis meses después de lo de Austria, Hitler ocuparía también los Sudetes, el área de habla y cultura germana de Checoslovaquia limítrofe con Alemania, que era también su parte más industrializada y la región donde se concentraban unas líneas de defensa estáticas… que pasaron al enemigo sin disparar un solo disparo. Las fáciles invasiones de Checoslovaquia en marzo de 1939 y a Polonia a finales de agosto de 1939 para unir la ciudad de Danzing con Alemania mostraron a los alemanes que era posible el sueño de una Gran Alemania, que ocupase por fin su propio 'Lebensraum' y no dependiese ya nunca más de nadie. Grave error de cálculo, claro.

Lo cierto es que la violencia militar no fue necesaria para anexionar Austria en marzo de 1938. Una serie de factores socavaron la no excesiva resistencia nacional austriaca al Anschluss: las cesiones en los años anteriores del canciller austriaco Schuschnigg; la alianza a partir de 1936 entre dos vecinos de Austria (Italia y Alemania), que dejó al pequeño país sin amistades políticas, pues Francia estaba sin Gobierno y el Ejecutivo inglés andaba mirando para otra parte; o la presencia en Austria de un poderoso partido nazi austriaco y de un ministro de Interior impuesto por Hitler a Schuschnigg, el nazi Seyss-Inquart. El canciller austriaco convocó el 9 de marzo de 1938 un referéndum nacional para que los austriacos decidieran sobre la anexión. La presión de Hitler hizo a Schuschnigg retirar la petición y dimitir, mientras los tanques alemanes se preparaban para entrar en Austria, llamados por el lacayo Seyss-Inquart. ¿La excusa? Hacían falta para impedir la violencia social… puesta en marcha por los nazis austriacos.

Todo muy maquiavélico, claro. Y rápido como el rayo: en cuatro días, del 9 al 12 de marzo, los nazis austriacos y el ejército de ocupación alemán dominaron Austria. Y un referéndum fantasma convocado un mes después otorgó un 99 por ciento de votos favorables a la anexión.

El poder de la fuerza, el cálculo político, la mentira sistemática, la divinización de la raza, el nacionalismo y el desprecio de la moralidad brillaron con fuerza en 1938. El Anschluss demuestra que ninguno de esos factores fueron ni tampoco son hoy estables ni deseables para construir un orden internacional justo y duradero.