ANÁLISIS

Siria: segundo asalto

El-Assad no dijo nada nuevo: repitió que habrá nueva Constitución, con un referéndum de confirmación en marzo, elecciones legislativas en agosto...

MADRID Actualizado: Guardar
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El presidente de la República siria, Bashar el-Assad, no dijo en puridad nada nuevo en su mensaje televisado de esta mañana, pero algo flota en el ambiente como un todavía impreciso ensayo de encauzar la crisis por vías políticas por mucho que el calendario juegue en su contra.

El presidente dijo –repitió, en realidad– que habrá nueva Constitución, con un referéndum de confirmación en marzo, elecciones legislativas en agosto (es decir, con un retraso sobre la fecha antes prevista, febrero) una ampliación de la amnistía y un esfuerzo adicional de lucha contra la corrupción, con la creación de un comité ad hoc.

El-Assad dijo que se contará con todo el mundo, excepto "terroristas" y "vendidos" y tuvo una mención muy dura y muy sugestiva en términos políticos, para los takfiríes (excomulgados, increyentes, renegados…). La complejidad terminológica de estos términos en árabe, muy dependiente del contexto social y de las escuelas de interpretación, darían pistas sobre la genuina armazón política del mensaje presidencial.

Siria, solo Siria…

Con todo, la idea clave de la intervención retiene el doble criterio con que el régimen ha abordado la creación conceptual y propagandística de su gestión del conflicto: la tesis de la conspiración urdida por extranjeros y, lo que es lo mismo, la estricta defensa de la independencia nacional y su inherente soberanía jurídica.

Hay, pues, una continuidad argumental de base nacionalista (todos los regímenes sirios desde la emancipación del colonialismo francés han sido puntillosamente nacionalistas) y una autoatribución de la defensa del país frente a vagos complots de terceros contra su independencia. Un párrafo en este registro fue reservado a los gobiernos extranjeros, incluidas las monarquías absolutas del Golfo, poco autorizadas a dar lecciones de democracia a terceros.

La conclusión inmediata de esta visión de la doble amenaza (terroristas dentro, reaccionarios o imperialistas fuera) es que Siria, solo Siria, la gran Siria, arreglará sus problemas en casa, sin interferencia extranjera alguna… pero, atención al dato, sin cuestionar la misión de observadores de la Liga Árabe, parte central, y la más visible, del plan firmado en diciembre para encauzar la crisis en un marco político democratizado y sin violencia.

El acuerdo-marco

La pregunta clave es si el discurso es el comienzo de la aplicación sincera del acuerdo político general negociado en noviembre y firmado en diciembre con la Liga Árabe que debe cancelar la violencia, retirar las tropas de las ciudades, liberar a los presos políticos y negociar con la oposición una salida democrática a la tragedia.

Si el presidente hubiera dicho en mayo pasado lo que dijo ayer, y que ha trascendido rápidamente al mundo árabe vía 'al-Yazeera', habría servido o, al menos, habría provocado un diálogo político cuando todavía la oposición era interior, un resto de la primavera de Damasco (la apertura impulsada por el propio presidente apenas sucedió a su padre en 2000) y no se había producido lo que es hoy el dato central del conflicto en términos políticos: la reaparición de los 'Hermanos Musulmanes', muy belicosos en el país tras ser diezmados en 1982 y que, aunque muy discretos en las instancias opositoras exiliadas ('Consejo Nacional Sirio') son la punta de lanza de la resistencia interior. Algo que preocupa mucho en ciertas capitales árabes.

La Liga está dividida de hecho, hay un punto muerto diplomático y sobre el terreno, porque las deserciones en el ejército no son masivas y el régimen parece capaz de durar largo tiempo aún… tal es el marco en el que llega el programa-calendario de Assad. La oposición exiliada lo descalifica como una mera operación de compra de tiempo, pero deberá sopesar su importancia real considerando además que el llamado 'Comité Nacional de Coordinación Democrática', oposición interior donde hay gente de calidad (como Michel Kilo, una leyenda de la resistencia), podría jugar el juego de la auto-reforma y dar credibilidad al plan. Eso sí, es indispensable que cese la muerte de manifestantes, eso es una conditio sine qua non.