Los padres de Madeleinne, en la presentación del libro./ RC
CUATRO AÑOS DE SU DESAPARICIÓN

La vida sin Madeleine

«Somos una familia más, pero no una familia completa... no hasta que aparezca Maddie»

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Se agarran la mano como dos adolescentes en medio de un bombardeo. En la manera en que Gerry toma los dedos de Kate sobre su regazo se puede ver la pareja que fueron y que ya casi no son. Ya no son casi ni médicos –ella ya no ejerce–, ya no son casi ni humanos. Son dos muñecos rotos tirados en un salón de un lujoso hotel de Madrid mientras una tormenta de cámaras descarga sobre ellos un relámpago de flashes que dura más de cinco minutos. «Here Kate», «Please, Gerry», les provocan los fotógrafos en busca de una mueca con la que abrir página. Los McCann son los ‘Rolling Stones’ de la desgracia, sin resaca, ni peinados a la moda, ni gafas de sol, solo el vacío que dejó su hija Madeleine el 3 de mayo de 2007 cuando se esfumó de sus vidas y cavó un agujero enorme sobre el que se miran casi sin verse y por el que desaguaron sus vidas hace ya cuatro años. Ahora cuentan lo que queda de aquel naufragio en un libro que les servirá para seguir buscando a la niña rubia de los ojos grandes.

447 páginas narran la crónica del hundimiento de una familia desde el punto de vista de la madre, una médico inglesa que habla con un hilo de voz y se mantiene a base de una entereza mezcla de fuerza y fragilidad. En ellas cuenta «lo que pasaba en el backstage» de una historia sin final. La base literaria de la tragedia inglesa arranca cuando los expertos recomiendan a Kate que escriba un diario con su día a día para descargar la presión del desastre nuclear que asolaba su familia desde que la pequeña Maddie faltara del apartamento del hotel de Praia da Luz, en Portugal. Y no ha terminado aún. De aquella historia de ausencias quedaron doce cuadernos A4 convertidos en un libro con el que buscan financiar la búsqueda y que no se olviden los ojos verdes de Maddie.

«Fue una decisión muy dura escribir este libro. Al final, todo se reduce a pensar si lo que hacemos sirve para encontrar a Madeleine». Según ellos, sirve, pese a que el rostro de la niña rubia no se haya borrado del subconsciente de las tragedias de Europa hace cuatro años y medio. En las páginas tristes de ‘Madeleine’ se narran los sucesos casi minuto a minuto: los testigos, las conversaciones, el pijama rosa de la niña, el último cuento que le leyó su madre, el peluche, los llantos. «Van a encontrar mucha información, porque la idea que ha mostrado la prensa de este caso es una parte muy pequeña de lo ocurrido», dice la madre, que apuesta a que el libro conseguirá tirar por tierra «teorías falsas». Entre anécdotas más o menos desoladoras narra su relación con la Policía Judicial de Portugal, que les terminó imputando. «Se dijeron tantas cosas»... Entre ellas, que habían sedado a la niña para irse de copas, que abandonaron a sus hijos para darse una fiesta, que la desaparición de la pequeña fue un montaje para encubrir un accidente o un asesinato, que se habían pasado con la sedación, que la mataron con más o menos intención y hasta que utilizaron el millón de euros que recaudaron para pagarse una mansión en Inglaterra. (Wikipedia dixit).

Debajo de los fuegos de artificio que dispararon las baterías de la prensa amarilla de la City discurre un relato arrasado por la culpabilidad. «Nos sentimos culpables por haber dejado a los niños, por no haber sabido protegerles», explica Gerry McCann. En el capítulo de ‘conciencias torturadas’, la incapacidad de Kate para disfrutar. «Hemos conseguido tener una vida normal en la medida de lo posible y lo hemos hecho por los mellizos, Shean y Amelie. Conseguimos tener momentos de felicidad a su lado. Me costó un par de años aceptar que disfrutar era posible», explica Kate, que confiesa en el libro cómo sufrió un bloqueo sexual que estuvo a punto de terminar con su matrimonio. «Hemos aprendido a vivir en familia de nuevo, pero al principio era inevitable que al disfrutar me sintiera mal porque estaba desviando la atención de lo principal, que era la búsqueda de la niña. Ahora somos una familia más aunque no una familia completa; no hasta que esté Maddie», explica.

Hablan de ella en presente aunque lleven cuatro años sin verle la muesca marrón en su iris verde. La cuestión estriba en saber dónde está la niña y si está. En el nudo gordiano de investigaciones, teorías, imaginaciones y pistas falsas, creyeron encontrar a su hija en los sueños y en llamadas que los llevaron desde Bélgica hasta Marrakech. Nunca apareció. Entre todas las hipótesis, están convencidos de algo: «Sabemos que el tres de mayo de 2007 se la llevó un hombre. Lo vio nuestra amiga Jane con un niño en brazos. Este es su retrato robot». Gerry, que ha vuelto a su consulta de Cardiología, levanta el libro por la página de las pesadillas en la que se dibuja al carboncillo al supuesto culpable. «Ese tipo conoce a gente y hay gente que lo conoce a él. Algún día sabremos quién es».

El ejemplo de Kampusch

El limbo en el que viven los McCann es un lugar incómodo, inhóspito, sin referencias, pero la esperanza de los hombres es infinita. Si la razón manda que no volverán a ver más a Maddie, ellos optan por la voluntad de buscarla siempre. Según Gerry, cuando los niños que se raptan son más pequeños «existen más posibilidades de volver a encontrarlos y de que se mantengan con vida». Para ilustrarlo acude al ejemplo de Natascha Kampusch, liberada después de ocho años. Gerry ve en ella la opción de recuperar a su hija; los demás se la imaginan en un zulo de cinco metros cuadrados.

Saben que su problema no es el único (sí el más popular) y que por el mundo se pierden niños constantemente. No conocen los detalles del actual juicio por la muerte de Marta del Castillo en Sevilla ni tampoco en profundidad el caso de los hermanos desaparecidos de Córdoba, pero están con ellos «con todo el corazón». Tampoco se han planteado llamar a la madre. «A nosotros nos aconsejaban hablar con padres de niños desaparecidos y nos parecía una locura pues creíamos que la íbamos a encontrar...».

No saben nada del final de su historia, sí del camino, un sendero duro y caro. Desde que en 2008 la policía lusa parara con su investigación, los McCann pusieron en marcha la Fundación Madeleine para contratar una web, un call center de atención telefónica 24 horas para posibles pistas y un equipo de investigadores, entre ellos la agencia española Método 3. «Todo esto cuesta mucho dinero». Cuando se disuelve el pelotón de fotógrafos, aún les queda un trago: un periodista se acerca a Kate en un lance insólito que deja a la madre con una sonrisa amarga congelada en la cara: «¿Puede firmarme su libro?» Y ella lo firma.