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Monárquicos y republicanos

El entusiasmo ante la boda del príncipe Guillermo corrobora la popularidad de la monarquía británica, la institución más valorada hoy junto con el Servicio Nacional de Salud

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"Cuando todo el mundo tiene que apretarse el cinturón por la crisis, la cantidad de dinero que se va a gastar en esta boda es una vergüenza. Ha llegado el momento de poner fin a todo esto", así habló en su día el veterano parlamentario laborista Willie Hamilton, hijo de minero e integrante de la famosa facción parlamentaria 'los escoceses rojos'. Pero las palabras de Hamilton no se referían a la boda del príncipe Guillermo y Katerina Middleton. Se trataba de la boda del príncipe Carlos y Diana Spencer en 1981: un enlace que también tuvo lugar en una Gran Bretaña bajo una aguda crisis económica con recortes de gasto público y un alarmante índice del desempleo.

Hamilton fue un diputado que dio mucho color a la escena política británica, pero sus sentimientos en contra de la monarquía no eran totalmente inéditos. Es un país que se ve reflejado a través de una imagen de pompa y boato, pero también cobija una vigorosa tradición de republicanismo. En el siglo XIX tuvimos a Sir Charles Dilke, una estrella ascendente del Partido Liberal -muchos hablaron de él como futuro primer ministro-, republicano y encarnizado crítico de la monarquía. Desafortunadamente para Dilke, su carrera cayó en desgracia de forma abrupta cuando fue sorprendido en la cama con su amante y su doncella. No fue solo la reina Victoria a la que no le gustó el asunto.

Tal vez el republicano británico más famoso haya sido Thomas Paine, cuya influencia en las revoluciones americana y francesa fue muy profunda. Thomas Jefferson llegó a decir de él que su maravilloso libro 'Sentido Común' fue la chispa que encendió la revolución americana en 1776. Paine se convirtió posteriormente en miembro del Parlamento revolucionario francés, pero sus críticas a la ejecución de Luis XVI le valieron que él mismo fuera condenado a muerte por Robespierre. Fue también un adversario elocuente del sexismo, el racismo, la esclavitud y la monarquía. Un gobernante hereditario, dijo, no tiene sentido más racional que un médico hereditario y despreciaba lo que él llamó "la regla de más allá de la tumba".

Lamentablemente, la política británica ha dejado de producir personajes como Paine, Dilke o Hamilton. La actual generación de políticos es mucho más maleable y ahora casi ningún diputado quiere verse asociado con sentimientos abiertamente republicanos.

No es que Gran Bretaña se haya convertido en un país más servil, sino que la familia real es cada vez más irrelevante en casi todos los aspectos de la vida política. Ha pasado de ser una monarquía absoluta a una monarquía constitucional con una influencia marginal sobre la vida política. Por ejemplo, las elecciones generales del año pasado dieron un resultado en el que ningún partido obtuvo la mayoría absoluta. Para los británicos era una pequeña crisis constitucional y, según los libros de texto constitucionales, la jefa de Estado debería haber sido el árbitro. Sin embargo, ninguno de los líderes del partido trató de involucrar a Su Majestad en la solución de la crisis. Simplemente cuando se encontró la solución se le comunicó para que la avalara. Algo que no sorprendió a nadie.

Aunque a sus 85 años no se pueda esperar que la reina afronte arduas tareas políticas, podría mantenerse en el trono muchos años más. No hay que olvidar que la reina madre vivió 101 años. Las consecuencias biológicas para las próximas generaciones de la familia Real en Gran Bretaña son obvias: justo en el momento en que la mayoría de nosotros está esperando disfrutar de una merecida jubilación, el príncipe Carlos (que cuenta con 63 años) puede aspirar a tener su primer trabajo de verdad. Según estos cálculos, el príncipe Guillermo podría tener también en torno a los 60 años cuando le llegue el momento de suceder a su padre en el trono.

De lo que no hay duda es del cariño del pueblo británico hacia la reina Isabel II. En una reciente encuesta, aproximadamente el 63% de la población prefiere que Gran Bretaña sea una monarquía. La boda que hoy unirá al príncipe Guillermo con Kate Middleton ha desatado un gran entusiasmo que puede corroborar el hecho de que la monarquía sea hoy, junto con el Servicio Nacional de Salud, la institución más popular del país. Una devoción hacia la realeza que se mantiene en pleno siglo XXI a pesar de las admoniciones de republicanos como Paine, Dilke o Hamilton. Y siempre con la certeza de que al final la influencia política de la realeza dentro del marco democrático será mínima.