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Mundo árabe, uno y diverso

Todos los países han sufrido en mayor o menor medida el movimiento surgido en Túnez

MADRID Actualizado: Guardar
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El efecto contagio que parece desprenderse del cambio en Túnez en enero (el día 14 el presidente-dictador Ben Alí huyó del país, en plena sublevación contra su régimen) y que ha alcanzado un éxito impresionante en Egipto (ayer renunció el presidente Mubarak también bajo una insoportable presión popular) debe ser insertado hasta donde se pueda en las coordenadas propias de cada Estado. Aunque en todos se dé, en mayor o menor grado, un movimiento pro-democrático desde una renovada defensa de la autonomía personal y el rechazo a la autoridad patriarcal impuesta desde una doble y ahora agrietada argumentación de tono confesional y de adhesión a un modelo cultural.

Se merece una anotación breve Mauritania, que no es un país árabe en el sentido antropológico de la palabra, pero sí es miembro de la Liga Arabe, con sede en El Cairo y algunos de cuyos representantes o intelectuales se molestan un poco si se les pregunta al respecto. Hoy disponen, tras un periodo de turbulencias que incluyeron un golpe de estado, de un gobierno elegido y, aparentemente, el parlamento funciona con normalidad y hay un cierto y estable consenso en mantener el proceso electoral genuino como medio de hacer política. Mauritania, por lo demás, es un país de muy poco peso y escasamente poblado (dos millones de habitantes) en un confín geográfico de resonancias africanas. A los efectos de dar un vistazo a la situación de los estados árabes lo lógico es empezar por la fachada atlántica.

Marruecos: Posibilidad de contagio

A día de hoy se puede decir que Marruecos –dejando de lado la cuestión sahariana, que allí se resuelve presuntamente con la unanimidad nacional sobre la ‘marroquinidad’ del territorio– ha hecho ciertos progresos hacia la normalización democrática, pero un sector amplio, influyente y tal vez al alza, de la población, singularmente joven, exige más libertades públicas y más justicia social, no solo desarrollo industrial con aumentos del PIB que nadie siente en su casa. El islamismo es, técnicamente, parte del sistema, del régimen y hasta de Palacio, pero lo cierto es que el Islam político de base popular no está en el parlamento porque se le rehúsa la condición de partido: es ‘Justicia y Caridad’, una asociación fundada por el Ahmed Yassin cuyo potencial electoral es un misterio. Las posibilidades de contagio ‘a la tunecina’ existen, pero entiendo que también las posibilidades de resistencia del sistema y de flexible negociación desde el mismo. El gobierno no ha hecho nada especialmente relacionable con temores de cambio (como amnistías o subidas de salarios) pero es seguro que la seguridad del Estado está alerta.

Argelia: Candidato al cambio

La contestación social ha conocido ya varias expresiones muy fuertes, la última en enero pasado y hoy mismo, este 12 de enero, está convocada una gran manifestación (prohibida) que podría poner en apuros a un régimen que ha podido sobrevivir e industrializarse gracias a las rentas de su petróleo, pero vive en un paleolítico institucional indigno de su gente y de su historia. Los niveles de paro son de los más altos del mundo árabe (aunque tampoco los argelinos son exactamente o en su totalidad árabes y hay una vigorosa comunidad kabileña que habla tamazigh) y los niveles de corrupción y de presión policial, también. Si hay un escenario de cambio potencial, ese sería Argelia, donde el inmovilismo político-institucional no tiene, realmente, explicación alguna, salvo que los dirigentes y redes clientelares son inamovibles.

Túnez: Gobierno provisional

Lo sucedido el mes pasado ahorra explicaciones. La chispa prendió porque la crisis había hecho muchos estragos sobre todo en el mercado de trabajo que propició la aparición de bolsas de pobreza y marginación que se tenía por desaparecidas. El gusto por la libertad, el relativamente alto nivel educativo de la clase media y la lucidez del ejército hicieron el resto. Ha vuelto con toda naturalidad el líder islamista exiliado, Rachid al-Ghannuchi, quien se unió al coro de alabanzas de la democracia liberal y se registra un rápido asentamiento del gobierno provisional.

Líbano: Democracia comunitaria

Un caso por completo aparte y donde nada parecido ocurrirá por la buena razón de que cuanto debía suceder, ya sucedió, incluida una guerra civil inter-comunitaria que terminó con los acuerdos de Taif (1989). El país es una dinámica democracia comunitaria porque el parlamento refleja no las ideologías políticas, sino la pertenencia confesional o los orígenes étnicos y culturales. Así, el primer ministro es sunní, el del parlamento, shií y el presidente de la República (ahora el acreditado general Sleiman) cristiano maronita. La democracia funciona a pleno rendimiento y cada grupo hace lo que puede y lo que le conviene.

Arabia Saudí: La oposición es Al-Qaida

La posibilidad de una revuelta social tipo Túnez es improbable porque la sociedad no es intercambiable y los resortes de la oposición, no orgánica ni estructurada, son limitados. La real oposición al reino ha sido Al-Qaida, cuyo fundador, Bin Laden, odia a la dinastía y llama a su liquidación. Pero lo cierto es que la eficaz Seguridad saudí ha matado a cientos de yihadistas y derrotado a la red terrorista en su territorio sin duda alguna. El rey Abdalá es, en su universo, un moderado y, sobre todo al principio de su reinado, dio pasos notables hacia la liberalización ahora más o menos detenidos.

Jordania: Cesiones a la oposición

Un caso interesante y potencialmente abonado para cambios. El rey es hachemí (es decir, directamente descendiente del clan del profeta, con documentación, en serio). El islamismo (’Hermanos Musulmanes’) es poderoso, aunque no mayoritario y el rey ha obrado siempre en su contra, hasta la semana pasada y no es cuento: apurado y asustado por el efecto contagio y las primeras manifestaciones, Abdalá cesó al gobierno apenas tres meses después de las elecciones (un cuento con una abstención masiva) y llamó a Maaruf Bajit para que formara otro tras decretar aumentos salariales y subsidios para los artículos de primera necesidad. Bajit quiso formar un gobierno de unión nacional y ofreció a los Hermanos entrar en el gabinete, pero estos rehusaron. El ambiente es de expectación y sin duda lo sucedido en Egipto ha impresionado mucho a palacio y a la sociedad.

Yemen: Promesas del dictador

Un ejemplo de inestabilidad y violencia casi crónicas. El país, una miserable colonia-fortín-puerto de los británicos en la ruta de las Indias, accedió a la independencia formal tras la II Guerra Mundial y nunca ha podido superar la división de hecho entre el Sur (Aden) y el Norte (Sanaa). Hace una veintena de años una guerra civil entre las dos partes terminó con la victoria del Norte y el general que la protagonizó, Alí Abullah Saleh, se convirtió en presidente y, ocasionalmente, en dictador. Ya ha habido manifestaciones hostiles en Sanaa la semana pasada y el presidente Saleh ha tenido que anunciar que no se re-presentará a la reelección, ha propuesto a la oposición un gobierno de unidad nacional que ha sido rechazado y promete que las próximas elecciones legislativas, ahora sin fecha, pero cercanas, serán modélicas. Tal vez demasiado tarde…