El arquitecto Óscar Niemeyer. / Archivo
50º aniversario

Brasilia, la ciudad inventada

La capital brasileña celebra medio siglo de vida con la revolución social prometida aún pendiente

MADRID Actualizado: Guardar
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Hay ciudades inverosímiles como Venecia, urbes eternas -Roma- y otras inexistentes como Managua, aunque los mapas digan lo contrario. Existen metrópolis delirantes, caso de México D.F., o caóticas -El Cairo-, y así podríamos seguir, hasta el infinito y más allá, enumerando urbes singulares por uno u otro motivo. Pero al final de cualquier lista habría que abrir siempre un capítulo aparte: Brasilia, ciudad única, una rareza se mire por donde se mire. Una gema inaudita proyectada en medio de la nada por un puñado de visionarios, cocinada sobre plano con ingredientes poco habituales: socialismo, utopía, planificación, arquitectura, urbanismo, justicia social. De aquel sueño nació la capital de Brasil y hoy cumple 50 años.

Capitaneadas por la portentosa catedral de Óscar Niemeyer, las campanas de todas las iglesias de Brasilia doblan por la efeméride. Se ha previsto un largo programa de actos y festejos y se espera a más de un millón de personas en la Explanada de los Ministerios, uno de los ejes monumentales de la ciudad para escuchar música, todas las músicas -rock, samba, hip hop, esto es Brasil, amigos-, con la bahiana Daniela Mercury como maestra de ceremonias. Hoy se impone la fiesta. Después, quizá, toque pensar qué clase de urbe se debe gestar de aquí al centenario.

"Es una ciudad muy hermosa que, como todos los sueños, tiene su parte bonita y sus pesadillas", subraya Bernardo Ynzenga, arquitecto y urbanista. Un lado oscuro que, de alguna forma, desvirtúa el plan maestro inicial urdido por el presidente socialista Juscelino Kubitschek en 1956. Quería una ciudad nueva para volcar Brasil hacia su enorme interior continental y equilibrar el sobrepeso demográfico y económico del litoral. Una capital que tomara el testigo de Río de Janeiro y de Salvador de Bahía, anteriores centros de gobierno, en medio de todo y de nada, equidistante unos 1.000 kilómetros de la costa, puente hacia la Amazonía. Una ciudad del futuro, donde la arquitectura y el urbanismo ayudaran a disolver las desigualdades sociales y favorecieran "el trabajo ordenado y eficiente". Vuelo intelectual y justicia social. Había ideología, desde luego. En el proyecto se enrolaron el urbanista Lúcio Costa, el arquitecto Óscar Niemeyer y el paisajista Roberto Burle Marx. Las vanguardias más dotadas en lo artístico y comprometidas en lo social, sobre todo Niemeyer, que a sus 102 años no ha abdicado ni del trabajo ni del comunismo militante.

Costa diseñó el plano-piloto con su célebre forma de avión enfilado al este. La cabina sería la Plaza de los Tres Poderes, donde concurren el palacio presidencial, el Parlamento y el Tribunal Supremo. Un eje monumental punteado de espacios inmensos y verdes. Se le cruza el eje residencial, dos alas conocidas como 'supercuadras', avenidas con once edificios de seis pisos cada uno, viviendas y comercios. Y un descomunal lago artificial. Todo a escala brasileña, un país donde caben 17 Españas.

Ciudad sin esquinas

Es una ciudad inmensa sin lugar para el viandante en las avenidas institucionales. Una urbe organizada por zonas, -de nuevo el orden, la planificación- administrativa, hotelera, diplomática sin esquinas. "Es verdad, no hay esquinas en las que uno pueda quedar. Mi mujer dice que aquí no existe el 'por ahí'. Ese 'por ahí' que en España decimos trivialmente pero que tiene detrás mucha filosofía; uno se lanza a caminar por ahí sin objetivo determinado, a la espera de que la ciudad te los ofrezca, me tomo un café, me encuentro con un amigo, compro el periódico, veo un escaparate. Eso aquí no existe", ilustra Carlos Alonso Zaldívar, actual embajador español en Brasilia.

Sin esquinas, el armazón básico de la ciudad estuvo listo en menos de cuatro años. "Una gesta heroica de esas que se dan en los países en proceso de colonización interior", apunta Ynzenga. El 21 de abril de 1960 se inauguró. Cincuenta años después, Brasilia es la única ciudad del siglo XX Patrimonio de la Humanidad. Igual de impactante que cuando nació como paradigma de la modernidad arquitectónica más radical, aunque a esa ensoñación le hayan salido arrugas. Ella también se ha desequilibrado. En el centro monumental, el corazón de hormigón de Brasilia, vive medio millón de personas. En la veintena de ciudades-satélites cercanas, más de dos millones. "Es una ciudad muy especializada, es el espacio del poder, de la administración. Fuera del horario de trabajo (el centro) es un escenario vacío, pero lo compensa con el hecho de que las cuadras residenciales son muy grandes, como unas seis manzanas de aquí, y ahí sí hay una vida vecinal intensa", dice Ynzenga, enamorado de la capital brasileña. Con los índices de delincuencia más bajos del país, equiparables a los de Madrid, "es un buen lugar para familias con hijos", añade el embajador.

La capital de Brasil, una ciudad maltratada

Sin embargo, su principal 'déficit' es que en la ciudad sin pobres sí hay pobres. Fuera del núcleo central, pero están. Lejos de los edificios futuristas, allí donde se acaban la planificación urbanística al milímetro y el racionalismo, se termina también el sueño igualitario de Kubitschek y Niemeyer. Para el centenario arquitecto, el mal de Brasilia es su crecimiento periférico desmesurado, su rendición "a los capitalistas que urbanizan y no quieren que deje de crecer. Brasilia debería pararse", asegura.

La corrupción también la ha herido. En noviembre el gobernador José Roberto Arruda y otros funcionarios acabaron en prisión por tráfico de influencias y un flagrante traqueteo de dinero negro. "Brasilia es mucho más importante que cualquier crisis; ninguno debe buscar dividendos políticos en este momento", decía en su toma de posesión el gobernador interino, Wilson Lima, en la presentación del programa festivo.

Cincuenta años después, a Niemeyer le cuesta reconocer a su criatura. Seguirá los fastos por televisión, desde su despacho de Río con panorámica a la playa de Copacabana. Así no tendrá que ver la 'Parada Disney' preparada para los críos brasilianos. Mickey Mouse, el Pato Donald y sus compinches tomarán por unas horas el corazón de Brasilia. La ciudad de la utopía no era esto.