opinión

La France que va y viene

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El Gobierno francés vuelve a cuestionar su propia decisión de implantar la jornada laboral de 35 horas. Y lo más curioso es que el cuestionamiento viene del mismo partido que la propuso. La vida es como un número. Los tres primeros sirven para montar un pódium. 69 es el erótico por excelencia. 35, el propuesto por la izquierda francesa en un gesto de ‘humanité y fraternité’, que en español se llama golpe de efecto. 48, el número de horas que Europa admite como jornada máxima legal. 40, la jornada semanal máxima legal en España. Y por último una combinación de otras tres, 48, 60 y 65. Curiosamente, el Gobierno español se quedó sólo en la defensa de la actual regulación consistente en las 48 horas semanales, ante el Consejo de Ministros de Trabajo de la Unión. Lo que se aprobó consiste en el respeto a las partes contratantes, empresa y trabajador, para que bajo ciertas condiciones ambos puedan pactar una jornada laboral de hasta un máximo de 60 horas, que pueden extenderse a las 65 cuando se trata de guardias médicas. Se pretende adaptarlo a la realidad de la diversidad y pluralidad de la propia configuración de la sociedad.

Un día al gran demagogo Mitterrand se le ocurrió una auténtica majadería, reducir la jornada de trabajo manteniendo intacto el nivel retributivo. Políticamente muy correcto y posiblemente acertado si el mundo acabase en los confines de Francia. Era un golpe de efecto de la muy trasnochada izquierda francesa que necesitaba un baño de multitudes a través de un mensaje populista. Muchos fueron los que se apuntaron y abanderaron esa situación y exigieron su puesta en práctica en España. Y quién mejor que el otrora presidente de la Junta, que necesitaba de eslóganes permanentes para asumir una proposición inasumible por el Gobierno de la nación, pero al que había que contradecir porque había encauzado la senda de la racionalidad económica y había hecho realidad la convergencia con Europa. Ocurría en pleno año 2000.

Europa es un mercado, pero es más, es la vanguardia y máximo exponente del Estado del Bienestar en el mundo. Pero, sí el Estado del Bienestar es el paradigma de las aspiraciones sociales y colectivas de los individuos asociados mediante lazos políticos, requiere una situación de crecimiento permanente y estable, con altas tasas de productividad de los ciudadanos.

En Francia han entendido que la propuesta era diametralmente absurda y ahora se replantean fulminarla. En Andalucía aún persisten sus efectos en ciertas empresas concesionarias de servicios públicos. ¿Y esto por qué? Porque prestan el servicio en régimen de monopolio y repercuten el precio en el ciudadano a través de las tasas. Por ello hay que revisar en profundidad el sistema de concesiones administrativas.