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500 euros o más exigen muchas explicaciones

Cádiz Actualizado: Guardar
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La tragedia se ha instalado en España. En el país heleno, desde la época de la Antigua Grecia. Así les va. Toda para ellos. Por eso son expertos en el género. Debido a su larga evolución a través de más de dos mil años, resulta difícil dar una definición unívoca al término. Pero no están solos. Para nosotros sin embargo es algo reciente. Éramos expertos en el género de la literatura picaresca. Desde los albores de la Edad Moderna ha llovido mucho. Lo nuestro ahora es tragedia pura. La absurda y ridícula afirmación hecha por un ignorante y voluntarista presidente del gobierno el 25 de septiembre de 2008, afirmando en Nueva York en la Cámara de Comercio española en dicha ciudad, que España «quizá cuenta con el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional», era el prólogo de la ruina como país. El Gobierno nunca dijo la verdad sobre la situación. Primero negó la crisis, después adujo que se trataba de una mera desaceleración de la economía, para confirmar que padecíamos una crisis cuando la situación era de auténtica asfixia económica. Sí la economía requiere como principio básico de funcionamiento transparencia en la información, para que los agentes económicos puedan adoptar sus decisiones de forma correcta, objetiva y racional, es evidente que aquí se ha hecho exactamente lo contrario desde 2007. Sí la economía se basa en las expectativas de futuro, sobre la base de la necesaria confianza, el Gobierno pervirtió la situación haciéndola insostenible, imposibilitando crear expectativas, porque simplemente sus actuaciones no generaban confianza. Así se escribe nuestra reciente historia. Cargada a medias de tragedia y picaresca. Todo una mezcla explosiva.

El sistema financiero español hace aguas por todos lados. Del más solvente, hemos pasado al más calamitoso. Dentro de él, un apéndice muy particular y poco adaptado a la situación de la economía española, una vez incorporado a la UE, las cajas de ahorros. Era la banca pública española y representaba el 50% del mismo. Además eran expuestas hasta antes de ayer, como modelo de gestión, cuya única debilidad era su escaso volumen, para lo cual se había diseñado un sistema de fusiones frías, que las convertirían en instituciones financieras de tamaño adecuado, para llevar a cabo su actividad sin aparentes problemas, en un entorno de crisis como la que padecemos. Y sobre ese fundamento nace Bankia. Pero ésta nunca debió ser parida. Porque un engendro así, no puede ser abortado con posterioridad, precisamente por su dimensión, por ser demasiado grande e importante y porque adquiere la condición de entidad sistémica. Todo se proyectó sobre la base de la paulatina mejoría del entorno económico general y financiero en particular. En la inercia favorable. En el voluntarismo como expresión y concepción negadora de la realidad.

Nuestro sistema financiero actual es un conglomerado de entidades adecuadas y aptas para la gestión financiera y otro importante grupo que deben ser calificadas de no aptas e ineficientes para la labor. El haber transformado a las cajas en bancos, con previos procesos de fusiones, ha pervertido el sistema. El sistema financiero español es ahora un conjunto de banco buenos, aproximadamente el 70% del sector y un 30% de bancos malos. ¿Qué impresión damos en el extranjero y a los mercados, cuando Bankia declara un beneficio de 300 millones de € y acto seguido reconoce pérdidas por más de 3.300 millones de €? Simplemente ha habido un «desfase contable» en la determinación del saldo de la cuenta de pérdidas y ganancias del 1.200%. Si la proyección futura de la economía de un país se mide por la confianza que desprenden el conjunto de sus operadores económicos institucionales y privados, vamos dados. Rato ha criticado el proceso de intervención, fundamentando su preocupación en los intereses de sus accionistas. Sí heredó, como dice, una entidad con una inadecuada política de riesgos, con estrategias de crecimiento basadas en el préstamo a promotor…Se ha tirado más de año y medio, después del lamentable espectáculo político sobre su designación como presidente de la entidad, nombrado en virtud de un pulso político poco edificante y nada más, conociendo la realidad de la institución financiera heredada y manteniendo un consejo politizado, sindicalizado y patronalizado, menos edificante aún, nada eficiente y sin presunción de conocimientos de sus miembros, que no sean los de moverse bien en las esferas del poder, que ha hecho insostenible un proyecto, basado en el voluntarismo del advenimiento de tiempos mejores. Rato no es precisamente ducho en rodearse de lo mejor y en los nombramientos basados, además de en la confianza, en los principios de mérito y capacidad. Rato tiene razón en su preocupación por la ingente cantidad de dinero público previsto para el rescate de Bankia, más de 23.000 millones. Pero nada más. A Rato se le olvida una cosa, las entidades financieras funcionan en un mercado, el financiero por excelencia, donde además de la necesaria transparencia, sus artífices asumen el riesgo inherente a su función. Los accionistas de la entidad deben ser contemplados y tratados como el resto de accionistas de cualquier otra sociedad, en cuanto que deciden en la compra de acciones, tomando posiciones de riesgos. La preocupación es lógica por el efecto que provocará la ampliación de capital, lo que supondrá diluir de forma exponencial el capital hasta entonces existente en la estructura de balance de la sociedad. Pero es que no se nos puede olvidar una cosa: Bankia había quebrado y con carácter general, lo que procedía era el concurso de acreedores. Lo que ocurre, es que su calificación como entidad financiera sistémica, exige el rescate, porque en caso contrario arrastraría al resto del sistema y detrás de él al país.

Ni más ni menos, se trata de aplicar la teoría del coste de oportunidad y hacer los cálculos para decidir el rescate o no. Ahora bien, esta peculiar teoría, debe ser la excepción, como realmente está contemplada de antemano por el propio gobierno, cuando enuncia las cuatro entidades sistémicas. A sensu contrario, las que no tengan ese carácter cualificado, sí quiebran, directamente al concurso de acreedores, eso sí de forma ordenada para que provoquen los menores perjuicios, pero ni un euro de dinero público.

Como diría Nuñez Feijó «manda carrallo» o Trillo mismo, «manda huevos» todo esto. No solo hay que dar explicaciones a todos los ciudadanos «por el mejor y más sólido sistema financiero de todos los tiempos», sino que habrá que determinar responsabilidades en todos los ámbitos: civil o mercantil, administrativa, penal y política.