Retrato de Pardo Figueroa en 1860.
UNA LUPA SOBRE LA HISTORIA

El cartero honorario

Mariano Pardo de Figueroa y Serna, nacido en Medina Sidonia en el siglo XIX, consiguió a través de su correspondencia reavivar la figura de Cervantes

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No todas las categorías de honorario son iguales. Hay muchas personas que sin haber ejercido nunca una profesión, en un momento de su vida, se ven galardonados con el título de miembro Honorario de alguna academia, universidad, gremio o colectivo en general. Poco importa que sea de tal o cual profesión, lo relevante es que nunca la ha ejercido y sin embargo recibe el nombramiento.

Algo así es lo que le ocurrió hace ya más de un siglo a un ilustre vecino nuestro, una persona de vida y conocimientos inciertos pero que, desde luego, estaba alumbrada por la originalidad.

Muy desconocido en la provincia, es tremendamente famoso en su pueblo natal, Medina Sidonia, allí, Mariano Pardo de Figueroa y Serna, conocido como 'Doctor Thebussem', es tan familiar que hasta un centro de enseñanza lleva su nombre. Nació en 1828 y después de estudiar derecho en Sevilla, Granada y Madrid, y dedicar unos años a viajar por todo el mundo, se afincó en su villa natal, de donde casi no volvió a salir.

Se inventó el sobrenombre de Thebussem que no significa más que 'embustes', si se ordenan las letras correctamente, con una 'th' incluida, que hace parecer una supuesta ascendencia germánica, y una 's' de propina y 'disimulona', para acrecentar la nórdica procedencia del personaje. Estos detalles le permitían ejercer como hispanista y crítico de la situación política del país, desde la posición lejana de un instruido caballero teutón.

Mariano Pardo no fue el inventor de la tarjeta postal, tal como ahora las conocemos, pero sí que fue el impulsor en España de una moda que ya circulaba por algunos países europeos. Promocionó la filatelia, una afición sobre la que escribió mucho y popularizó hasta el extremo de que su contribución al mundo epistolar incrementó considerablemente las ganancias del servicio de Correos; también fomentó la correspondencia a través de tarjetas postales con fotografías de ciudades y paisajes. Por esos dos destacados servicios a las arcas de aquel monopolio público, que apenas se iniciaba, la Dirección General de Correos de España lo nombró, el 20 de marzo del año 1880, primer 'Cartero Honorario'. Después, solamente cuatro personas han merecido este reconocimiento, entre las que se encuentran Camilo José Cela y Antonio Mingote. Esta distinción permite usar un matasellos propio y enviar cartas sin franqueo.

Sobre él han escrito muchos y muchos más le han escrito a él, que, gran aficionado al epistolario, se carteaba con cuantas personas interesantes iban pasando por su vida. Uno de sus amigos más íntimos, y con el que mantuvo el afecto hasta el momento de su muerte, fue el conde de las Navas. Éste, que también fue su biógrafo, cuenta una anécdota del protagonista de esta historia relacionada con la única vez que desempeñó su trabajo como abogado.

Fue cuando en el turno de pobres, que entonces se llamaba así a la defensa de los que no tenían medios económicos para procurarse un abogado, le tocó defender a un hombre que había matado a su mujer y a su suegra, en lo que hoy diríamos un claro delito de violencia de género. La erudición de Mariano Pardo, sus conocimientos en derecho y su facilidad para exponer, estaban a tal altura que ni jueces, ni fiscales podían soñar con llegar. Hizo una defensa tan brillante, que consiguió la absolución de su patrocinado. Después de aquel proceso, y desencantado con la justicia, Mariano colgó la toga y nunca más ejerció la profesión que había estudiado.

De su amistad con dos gaditanos, paisanos suyos, surgió otra anécdota también curiosa. Uno de sus amigos fue el general Pavía, nacido en Cádiz, que pasó a la historia por irrumpir en el Congreso de los diputados, el día 3 de enero de 1874, a las siete de la mañana, y disolver las Cortes. Dice la leyenda que entró a caballo, lo que no es cierto, pero sí que lo hizo con dos compañías de la Guardia Civil, dos de infantería y una batería de montaña. El Congreso había estado toda la noche de deliberaciones y, a las cinco de la mañana, se produjo la votación que enardeció el ánimo del capitán General de Madrid, don Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque. No se disparó ni un solo tiro, pues sus señorías abandonaron sus escaños en perfecto orden. Esta acción acabó prácticamente con la Primera República. Como consecuencia, en toda España hubo un gran movimiento político y, en Medina Sidonia, llegó una orden por telégrafo que informaba del nombramiento del nuevo alcalde, que no era otro que don Mariano Pardo de Figueroa.

Inmediatamente, el doctor Thebussem llamó al comandante de puesto de la Guardia Civil para informarle de que la única forma en la que asumiría su nuevo cargo sería siendo esposado. Además le instó a que pusiera un telegrama al general don Francisco Serrano, nacido San Fernando, y desde el Golpe de Estado, presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República, pidiéndole que le liberase del cargo para el que había sido designado. Naturalmente, el general lo exoneró de su responsabilidad y el doctor Thebussem fue alcalde de Medina solo unas horas.

Pero el aspecto más interesante de este personaje no fue la filatelia, ni la gastronomía, en la que hizo numerosas incursiones escribiendo libros sobre cocina, sino su actividad como 'cervantista', faceta en la que tuvo la virtud de despertar la afición por el estudio de Cervantes y su obra.

Este personaje, siempre extraño y original, publicó una colección de cartas denominada 'Epístolas Droapianas' en las que un tal señor M. Droap (nuevamente su apellido en otro orden), escribía al doctor Thebussem, entre los años 1862 al 1868, sobre diversos aspectos de Cervantes y su obra cumbre, 'El Quijote'.

Supuestamente el tal Droap era alguien subordinado de Thebussem, al que llamaba conde de Thirmen, otro juego de letras con la palabra mentir enredada en un título nobiliario y al que informaba de cuantas novedades se iban produciendo en los círculos literarios e intelectuales, en relación con la figura del Quijote. Quería dar a sus escritos una especie de lejanía romántica, muy de moda en aquel momento, haciendo parecer que dos extranjeros, por demás, desconocidos en el mundo de la literatura, se carteaban haciendo resaltar aspectos de la obra de Cervantes que en España no despertaban interés alguno.

Y aquella farsa, irónica y mordaz, en las que el autor vertía sus indudables y muy amplios conocimientos sobre el escritor y su obra cumbre, tuvieron la fortuna de despertar nuevamente la atención que ambos merecían y que, por demasiado tiempo, había permanecido durmiendo un injusto sueño, muy posiblemente provocado por las convulsiones de todo tipo que trajo el siglo XIX a España.

La larguísima correspondencia epistolar entre esos dos personajes de ficción, fue recogida en siete cartas, una cada año. En las misivas se vierten muchísima información, no siempre comprobada y no totalmente digna de crédito, quizás a veces producto de la propia fantasía de su autor. Pero no lo hacía con intención de engañar ya que lo que quería era regalarlas a sus conocidos y no lucrarse con ellas.

Aunque no salía apenas de su Medina natal, no era obstáculo para que formara parte de importantes centros de la intelectualidad y del pensamiento como la Real Academia de la Historia, de la que fue académico correspondiente, categoría que se creó para los que vivían lejos de la Corte y a la que, sabiendo que iba a asistir muy poco, regaló un retrato pintado por un admirador para estar presente de alguna manera. Fue también miembro de la Academia de la Lengua de Sevilla y de muchas otras Instituciones nacionales y extranjeras.

Despertado nuevamente el interés por la novela más importante de la literatura universal, los españoles empezamos a sentirnos orgullosos de contar con un escritor de la talla mundial de don Miguel de Cervantes. Y si después de tantos años, el mundo literario al completo, sigue hablando de Cervantes y su obra, en buena medida se lo debemos a un Cartero Honorario de nuestra vecina ciudad de Medina Sidonia.