Tribuna

Alhucema

PROFESOR Y ESCRITOR Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Alhucema, hermosa palabra. Palabra que lleva su propio aroma inscrito en la antigua raíz árabe. Mi madre echaba un puñado de alhucema al brasero para que el fuego le arrancase su intenso perfume vegetal. Cierro los ojos y puedo percibir esa fragancia que aún impregna la parte más tierna de mi memoria.

Una concurrida asociación femenina de Medina Sidonia ha escogido esta denominación de la lavanda, también llamado espliego, como seña de identidad. Mujeres animosas, decididas, dispuestas a romper con un pasado muy reciente aún de servidumbre hogareña a jornada completa. Las paridoras, limpiadoras, cocineras, remendonas, planchadoras, madres nutricias han resuelto dejar un rato al lado la escoba y la sartén para organizarse sus viajes, convocar determinados concursos o atreverse incluso con la versión light de una maratón.

La edad no parece ser obstáculo. Observo a muchas mujeres mayores que han tenido que hacer un gran esfuerzo mental, o incluso arriesgar la paz conyugal frente a la intolerancia del pater familiae, para sumarse a esta iniciativa feliz que cuando menos las libera durante unas horas de la losa permanente de la casa. Me uno a la alegría y a la ilusión de estas mujeres que durante su juventud no disfrutaron de la oportunidad de subirse a ningún tren. Un marido prudentemente alejado del alcohol y media docena de hijos sanos era el mayor regalo que podían esperar de la vida. Quiero expresar mi ánimo para estas valientes que cuando menos una vez al año se atreven a quitarse el delantal para colocarse el chándal y calzarse las zapatillas deportivas.

No me cabe duda de que asociaciones femeninas como Alhucema están llevando a cabo una interesante labor de zapa de los cimientos machistas de la sociedad, sobre todo en estos apartados rincones de la geografía patria donde la mujer tiene todavía muy difícil conseguir la independencia personal que garantiza un puesto de trabajo. Supeditarse a un hombre continúa siendo para la mayoría de ellas, al día de hoy, la única salida para establecerse dentro de un modo de vida digno.

Pienso que estas asociaciones femeninas, aparte del tono festivo con que quieran envolver sus iniciativas, deben asumir la responsabilidad desde el punto de vista educativo. Se trata de extirpar la raíz machista del entramado social, sí, pero será del todo necesario sustituir ese nervio milenario por otro que siga dando consistencia ideológica y moral a la sociedad en la que nuestros descendientes vivan. Y me temo que cambiar este sistema por el de un feminismo animado por ciegos resentimientos y absurdas discriminaciones positivas no vaya a aportar ninguna solución, si de lo que se trata es de construir una sociedad más libre y basada en la igualdad.

Por esto creo que resulta muy interesante que asociaciones como Alhucema programen actividades que tienen en su horizonte la meta de una labor educativa dirigida al alumnado escolar. Las mentalidades que han alcanzado un determinado grado de rigidez son ya imposibles de transformar. Faltas de la debida elasticidad, si se las fuerza demasiado, o se rompen, o responden finalmente con la ira y el golpe homicida. El trabajo educativo debe comenzar desde el principio. Es primordial inculcar la idea de igualdad en el paisaje infantil, para que a la postre el respeto mutuo sea tan natural como el aire que se respira.

Pero todo esto será esfuerzo baldío si la mujer en general no logra liberarse de la confusión que produce el esfuerzo de conjugar en su cerebro dos visiones muy diferentes del hombre. Me explico. Las mujeres están obligadas a desempeñar el doble papel de esposas y madres. Si como esposas se esfuerzan por combatir los vicios machistas la sociedad, pero al mismo tiempo en el calor de sus hogares continúan procurándoles a sus vástagos, no importa el sexo, una educación en esa misma línea ancestral, el resultado final es el de intentar recoger agua en canastas.

Yo recibí en mi casa una educación de típico corte machista y, en este terreno, fue mi madre la principal instructora. Por mi naturaleza masculina estaba eximido de cualquiera de esas tareas domésticas que, de haber tenido hermanas, hubiesen sin duda recaído sobre ellas. Esa práctica, muy aliviada quizás hoy en las niñas, continúa siendo habitual en nuestras casas. Y eso es responsabilidad de las madres. Despotricar contra el marido sofalero-televisivo que no colabora y fomentar ese mismo comportamiento en los hijos varones sólo conduce al territorio de la esquizofrenia, por el hecho de andar con el cerebro dividido.

Por esto la función de las asociaciones de mujeres debe ir encaminada tanto hacia la educación de los brotes sociales más tiernos como a la de las propias mujeres que tienen el derecho de intentar escapar del yugo marital que la mayoría aceptaron llevar a cambio de un mínimo de seguridad en la existencia. Un viejo carpintero vivamente enamorado del alcohol me solía chistear con la respuesta de «muy bien, pero que no crezca» que dio el gitano cuando le pidieron su opinión acerca de un niño ataviado con uniforme de guardia civil. Recuerden las mujeres, aviven el seso y despierten: los niños, si nada lo remedia, con el paso de los años acaban siendo maridos.