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La bailaora que conquistó a Roosevelt

Francisco Hidalgo recupera en una nueva biografía la figura de Carmen Amaya, la artista que fue 'María de la O', actuó en la Casa Blanca y triunfó en Hollywood

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La mujer que bailó para Roosevelt en la Casa Blanca; la misma que compartió portada del 'Times' con la Reina de Inglaterra y puso en pie los teatros de medio mundo, se empeñaba en hacer siempre por su cuenta la colada, tendía la ropa, comía latas de sardinas y regalaba a sus bailaores -«para que no llegaran tarde a los ensayos»- relojes de oro. Carmen Amaya, «la artista que marcó un antes y un después en el baile flamenco», fue un personaje singular, ambiguo, en el que se aunaron el afán involuntario de inventar, de renovar y de sorprender, con todas las ataduras propias de una mujer de su tiempo. El investigador y flamencólogo Francisco Hidalgo acaba de recuperar ahora «este capítulo aparte de la historia del baile, esta gitana inclasificable y única» en una biografía, publicada por la Editorial Carena, que se presentó ayer en el Festival.

«De pocas personas puede decirse que hayan muerto por dejar de bailar. En el caso de Carmen Amaya no es una exageración, ni un recurso poético. La bailaora padecía un problema grave de insuficiencia renal. Tenía el riñón de un niño pequeño. Así que, mientras quemó las toxinas bailando, con esos espectáculos largos en los que se entregaba por completo, consiguió minimizar las consecuencias de sus complicaciones renales. Pero en cuanto se hizo mayor y no pudo seguir con ese ritmo de actuaciones, la enfermedad le pasó factura», explicó Hidalgo.

El trabajo se estructura en tres partes. La primera se centra en los comienzos de su carrera, desde que debutó, con seis años, en el mítico restaurante 'Siete Puertas', hasta que abandonó el país tras la Guerra Civil. Siendo todavía una cría peregrinaba por los colmaos y los cafés cantantes, a la par que recibía las enseñanzas de su familia. Era hija del tocaor Francisco Amaya 'El Chino', sobrina de La Faraona, hermana de Paco, Leonor, María, Antonia y Antonio Amaya y estuvo casada con Juan Antonio Aguero. Es decir, se «crió en un ambiente netamente flamenco, bajo la atenta mirada de su padre, que le hacía repetir una y otra vez los pasos y la enseñó a cantar de forma notable».

La antiescuela

Por entonces, el crítico Sebastián Gasch escribió de ella: «De pronto, un brinco. Y la gitanilla bailaba. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. El tablao vibraba con inaudita brutalidad e increíble precisión. Era un producto bruto de la Naturaleza. Como todos los gitanos, ya debía haber nacido bailando. Era la antiescuela». Y tanto. Su padre sólo intentó una vez que acudiera a una academia. La expulsaron el primer día.

En Madrid, tras compartir escenario con Conchita Piquer en La Zarzuela o Miguel Molina, fue escogida para protagonizar 'La hija de Juan Simón', y después 'María de la O', que la convirtieron definitivamente en un ídolo popular.

La segunda se centra en su marcha de España, tras el golpe de Franco, que le sirvió para conquistar el mundo. Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Colombia, Venezuela, México y Estados Unidos. Fue portada de la revista 'Life', rodó en Hollywood y actuó en el Carnegie Hall. Aún así, a pesar del éxito y la riqueza, mantuvo siempre su «peculiar comportamiento de niña de barrio, a la que le costaba ceñirse a las normas». Francisco Hidalgo recuerda, por ejemplo, «la famosa anécdota de las sardinas, que acabaron saliéndole muy caras».

«Carmen se alojaba en el Waldorf Astoria, el mejor hotel de Nueva York. Durante un paseo encontró una pescadería con sardinas y compró varios kilos». A falta de un lugar mejor donde asarlas, la bailaora y su séquito desmontaron una de las camas, usaron el somier como parrilla y dos mesitas de noche como leña para el fuego. Cada una de ellas valía 900 dólares.

También por entonces bailó ante Roosevelt, que quedó tan impresionado del arte de la gitana que le regaló una chaquetilla bolera incrustada de diamantes. Tuvo tiempo de 'inventar' el baile por tarantos, y fue la primera en incluir colombianas en el repertorio. Ya de regreso a España, compaginó sus actuaciones dentro del país con giras en el extranjero, que la convirtieron «en la catalana más universal».

En 1963, con tan solo 50 años, Carmen murió a consecuencia de un agravamiento de su insuficiencia renal. Su entierro convocó a un gran número de gitanos de toda España, que quisieron rendirle un último homenaje en Bagur, donde recibió sepultura.

Carmen Amaya fue, sobre todo, «mujer y gitana», además de «una grandiosa artista, cantaora más que notable y bailaora genial», remató ayer Francisco Hidalgo. «Era tal la fuerza con la bata de cola, o vestida con pantalón de talle y chaleco, y el brío que ponía, el ímpetu, que parecía imposible».