Sociedad

Los poemas desde la cárcel de un Nobel

La recopilación 'Lanzadera en una cripta' es un poemario revelador de la belleza fraguada en el horror de un encarcelamiento injusto Los versos del nigeriano Wole Soyinka se publican por primera vez en español

MADRID. Actualizado: Guardar
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«Este volumen consta de versos escritos en prisión, a pesar de la privación de material para la lectura y la escritura que sufrí durante cerca de los dos años en que se prolongó mi reclusión incomunicada. Es un mapa del camino recorrido por mi mente, y no tanto el registro de la lucha real contra una existencia vegetativa».

Estas palabras de Wole Soyinka, el primer escritor africano al que se le concedió el premio Nobel de Literatura, en 1986, cuentan la tragedia de un hombre libre que, en 1967, al comienzo de la guerra civil nigeriana, fue acusado injustamente de ayudar a la facción rebelde de Biafra. Sin juicio previo ni sentencia formal, Soyinka fue arrestado y encarcelado durante 26 meses, de los cuales 22 estuvo incomunicado.

Pero un hombre libre nunca se doblega, por difícil que sean las circunstancias, así que Soyinka mantuvo su cordura escribiendo en paquetes de cigarrillos, en papel higiénico e, incluso, entre las líneas de algunos libros que pudo conseguir en secreto.

Dos de esos poemas traspasaron clandestinamente los muros de la prisión: 'Enterrado vivo' y 'Flores para mi tierra'. Dos gritos desgarradores que, ahora, podemos leer junto a otros tantos en 'Lanzadera en una cripta', un libro que recopila sus poemas, traducidos por vez primera al español de la mano de Luis Ingelmo.

«Fuera de la prisión nunca dejó de tener a gente que le esperaba y que luchaba por su liberación. La notoriedad de Soyinka no era aún la que logró con el Nobel, pero en Nigeria era una persona de sobra conocida tanto en su faceta como dramaturgo y director de escena como en la de implicado en el bienestar de su pueblo», cuenta Ingelmo.

Cuando éste se puso en contacto con el premio Nobel para aclarar un tema sobre la traducción, la respuesta no se hizo esperar: «Fue puntual y afable y me animó en mi cometido, añadiendo que se siente muy afín a la tarea del traductor. Soyinka tradujo dramas del yoruba (dialecto nigeriano) al inglés, con lo cual tenemos a un poeta que conoce bien los entresijos y los avatares por los que atraviesan los traductores», matiza Ingelmo.

Que en las condiciones que se dieron durante su encierro pudiese escribir poemas «de factura tan pulida, de formas tan escogidas y cuidadas» es algo que asombra no sólo a su traductor, por lo que es lógico pensar que hubo una reflexión poética posterior que desde luego no le resta mérito alguno a su obra.

'El tipo ha muerto'

De su liberación da debida cuenta en sus memorias, 'The Man Died', título que en España se tradujo, con poca fortuna, como 'Un hombre ha muerto'. Cuenta Soyinka que «the man died» fue una frase que le escuchó decir a un carcelero a propósito de un hombre que estaba allí encerrado.

Fue entonces cuando se percató de la deshumanización del lugar donde había entrado. Siendo así, y como bien señala Ingelmo, ese «the man» debería haberse traducido como «el hombre ése» o «el tipo»: «Creo que así se entiende perfectamente que escogiera ese título para sus memorias en prosa, que es donde plasma los sinsabores al detalle del tiempo previo a su arresto, del baile entre cárceles del que fue objeto durante su detención, y la posterior incomunicación, sin mediar explicación alguna, a la que fue sometido».

No podemos privar de su fuerza a las palabras porque a Soyinka quisieron sepultarle en vida, y eso es lo que refleja cada uno de los versos que le mantuvieron cuerdo: «Al final, se impuso el ansia de vivir, la rueca de la vida, el telar que compone el mundo con su movimiento regular», cuenta el traductor.

Con respecto a la universalidad de esa rueca, Ingelmo hila una bellísima anécdota: «Cuando comentábamos (el editor) Pepo Paz y yo el título del libro, 'Lanzadera en una cripta', Pepo admitía que la primera imagen que se le venía a la cabeza era la de la lanzadera espacial. Sin embargo, cuando le hablé a mi madre por vez primera acerca de este poemario, ella, que en sus años de juventud trabajó durante la posguerra en los telares de Béjar, de inmediato lo supo asociar a la pieza viva y relampagueante que crea en horizontal el tejido».

Podemos ver ese tapiz desgarrado en el poema 'Enterrado vivo', donde nos encontramos con caricaturas de los carceleros que le vigilaban y que, como bien señala Ingelmo, estaban todos unidos bajo el signo del sadismo con que le trataban tanto a él como al resto de reclusos: «Sabemos también de las ejecuciones que se llevaban a cabo en un patio adyacente al de su celda, de la negativa constante a que le dieran material de lectura o escritura con que poder ejercitar la mente y del escaso movimiento al que le obligaban en la reducida celda donde permanecía recluido».

Este poemario es un canto a la libertad que nos habla de la privación de la misma, del ansia del captor por que el reo se derrumbe porque, rendidos como animales, serán las mascotas de aquellos que se creen amos y señores de esas jaulas que, desgraciadamente, se extienden también por los países 'civilizados'.