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Casillas y cosillas

Rodríguez Ibarra siempre ha tenido la boca más rápida que el entendimiento

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Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de la Junta de Extremadura y hoy -ay- profesor jubilado, publicó hace unas semanas unos alegres desvaríos en los que negaba no sólo el derecho a la propiedad de las obras artísticas, sino que extendía su negación al ámbito de las patentes, llegando a poner en entredicho que la fregona -la ilustre fregona- sea un invento. Entre sus propuestas para abolir la propiedad de las creaciones artísticas se contaba la siguiente: «Que en la declaración de la renta de todos los ciudadanos figure una casilla para destinar una parte de los impuestos a compensar la copia privada». Qué caritativo. Lo que no dice RI es si se muestra partidario de incluir otra casilla para que los ciudadanos decidan si quieren pagar o no a sus políticos y otra casilla para que sean los alumnos quienes decidan si los profesores deben cobrar o no su mensualidad, y así hasta casi el infinito: una casilla para cada gremio.

El escritor Antonio Muñoz Molina salió al paso de las iluminaciones del celoso extremeño con una réplica en la que señalaba la condición excesivamente obnubilada de aquellas obnubilaciones, y lo hizo con formas irónicas aunque respetuosas, a pesar de lo poco respetable del asunto en sí. RI, que siempre ha tenido la boca más rápida que el entendimiento, se ha apresurado a contestarle con nuevos desvaríos, añadiendo al guiso suposiciones mezquinas sobre su contradictor, sin que al parecer haya nadie lo suficientemente misericordioso en su periódico para advertirle del papelón que está haciendo con sus razonamientos de sofista de taberna. RI recurre al ardid de todos los insultadores: sentirse insultado. Debe de tratarse de un síndrome peculiar de los caciques elegidos democráticamente, ya sea en Extremadura o en Venezuela: considerar un insulto que no se les dé la razón. Entre otros alardes de fatuidad, RI se jacta de haberle plantado cara a Bill Gates al imponer en los centros escolares de Extremadura el «'software' libre». Lo que no dice es si, en caso de pleito, hubiese disparado con pólvora del rey o con su sueldo de mandatario. RI nos recuerda que los derechos de autor «no existen desde toda la vida», y los considera «un privilegio», no un derecho. Raro, ¿no? ¿Es un privilegio que la gente pueda vivir de su trabajo? ¿Es también un privilegio que existan sindicatos y convenios laborales, cosas que tampoco han existido «desde toda la vida»?

En el fondo de este desatino late sin duda el desprecio secular por el trabajo de esos vividores que se limitan a componer pachangas y a redactar novelitas. «Que pasen la gorra», parece decir RI, que ha vivido del Estado durante toda su vida con garantías laborales que no han existido «desde toda la vida».

Y se acuerda uno, no sé por qué, de un verso de César Vallejo: «Español de puro bestia».