Wismond Exantus es rescatado por bomberos franceses el pasado sábado, tras haber permanecido atrapado once días bajo los restos del hotel donde trabajaba. A la derecha, traslado de Anna Zizi a un centro sanitario siete días después del terremoto que desoló Haití. :: GREGORY BULL/AP/AFP
Sociedad

De milagro en milagro

Sobrevivir más de tres días bajo los escombros es una misión casi imposible, pero cada catástrofe vuelve a poner a prueba los límites humanos

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Wismond, Rico, Marie Carida, Elisabeth, Nadine. En Haití los milagros tienen nombres dulces. Porque milagro es sobrevivir atrapado entre los escombros de un terremoto más de tres días. Especialistas en rescate y médicos creen que ése es el límite para que el cuerpo humano mantenga estables sus constantes vitales sin ingerir ni agua ni alimentos. A partir de las 72 horas, dicen, las probabilidades de hallar supervivientes en un terremoto disminuyen de forma drástica. En Haití, sin embargo, al menos una veintena de las 134 personas que han podido ser rescatadas vivas entre los escombros permanecieron más de tres días atrapadas. Ellos son la demostración más palpable de que sigue habiendo milagros.

El pasado sábado, el Gobierno haitiano daba por cerradas las operaciones de búsqueda de supervivientes. Habían pasado once jornadas desde que se produjo el terremoto y a los especialistas ni se les pasaba por la cabeza que aún pudiese quedar alguien con vida bajo los cascotes. Ese mismo día, los equipos de rescate encontraban a Wismond Exantus, un joven de 24 años que había quedado atrapado entre los restos del hotel de Puerto Príncipe donde trabajaba. Exantus puede contarlo porque el terremoto le sepultó junto a las reservas de aperitivos y refrescos del hotel y eso le permitió alimentarse.

El cómputo de supervivientes se amplió sorprendentemente anteayer con la aparición entre los escombros de un hombre de 35 años que fue rescatado por un grupo de soldados estadounidenses. El 'resucitado', de nombre Rico Duprevil, tenía fracturas en una pierna y sufría claros síntomas de deshidratación. Al parecer, Duprevil no se quedó atrapado durante el terremoto inicial, sino en una de las réplicas que se produjo un par de días más tarde. Había permanecido por lo tanto unos doce días bajo los cascotes, probablemente con acceso a algún tipo de hidratación, ya que todas las fuentes médicas consultadas juzgan imposible que un ser humano aguante tanto tiempo privado de agua. «Lo normal -explica Carmen Limiñana, médico de la unidad de intervención en catástrofes de Bomberos Unidos Sin Fronteras (BUSF)- es que un organismo humano inmovilizado no aguante más allá de los tres o cuatro días sin tomar agua, aunque todo depende de las reservas que acumule y del sitio en que esté».

La benévola climatología de Puerto Príncipe, con temperaturas que difícilmente bajan de los 20 grados por la noche, ha contribuido sin duda a que el índice de supervivencia entre las ruinas sea superior al de terremotos que ocurren en áreas con una meteorología más hostil. David Fernández, enfermero que colabora con el equipo médico de BUSF, recuerda por ejemplo que en el seísmo que asoló la Cachemira pakistaní en invierno de 2005 apenas se pudieron localizar supervivientes más allá de las primeras 48 horas. «Los que no murieron en el terremoto o en las horas inmediatamente posteriores por traumatismos lo hicieron por hipotermia, porque por las noches el termómetro bajaba de los cero grados y en esas condiciones es imposible sobrevivir».

Gabriel Zubillaga, jefe de Medicina Interna del Hospital Donostia, cree también que la temperatura es un requisito básico para que el organismo pueda mantenerse con vida privado de agua y alimentos. «Partiendo de la base de que no se hayan producido lesiones traumáticas, la primera condición es que no haya un riesgo de hipotermia y que la persona se mantenga a una temperatura más o menos estable. Luego entran en juego las reservas y la capacidad física de cada cual; a mayores reservas y más grasas, más posibilidades de supervivencia».

En condiciones así, dice el doctor Zubillaga, el ser humano activa de forma instintiva un mecanismo de supervivencia que reduce al mínimo sus constantes vitales. El corazón late con mayor lentitud, disminuye el pulso e incluso se reduce ligeramente la temperatura corporal. «Se entra en una especie de estado letárgico para minimizar el consumo de reservas vitales», resume.

Es a partir de los dos días sin ingesta de agua y alimento, puntualiza la médico nutricionista Ana Garbizu, cuando el cuerpo lanza las primeras señales de alarma. «Se puede decir que a partir de las 48 horas empieza el desbarajuste interno: consumidas las reservas, el cuerpo recurre a su propia masa muscular, lo que se conoce como acidosis metabólica; luego se produce una alteración de los electrolitos (potasio, sodio, calcio y otros) que puede desembocar en un fallo renal, que a su vez da lugar a un fallo multiorgánico y a la muerte».

Mejor los niños

Los niños están mejor preparados que los mayores para soportar situaciones tan extremas. Muchos de los rescates milagrosos que se producen tras una catástrofe tienen como protagonistas a menores e incluso a bebés con menos de un año. Haití no ha sido la excepción: los equipos de salvamento sacaban la semana pasada con vida de entre las ruinas a Elisabeth, una pequeña de apenas medio mes que había permanecido desaparecida siete días. «La masa corporal de los niños -explica Zubillaga- tiene mayor presencia de agua que la de los adultos y por eso tardan más en deshidratarse; si un mayor tiene entre un 45 y un 50% de agua en el cuerpo, un niño tiene entre un 60 y un 65%».

Ni Zubillaga ni Garbizu se aventuran a decir cuántos días puede durar un ser humano sin aporte de agua ni alimentos e insisten en que depende del punto de partida, es decir, del estado de cada persona. Desde la ONG Bomberos Unidos Sin Fronteras (Busf), acostumbrada a prestar auxilio en catástrofes como la de Haití, se recuerda que a partir del segundo día el gráfico de la estadística de recuperación de supervivientes se desploma. «Lo fundamental son las primeras 48 horas, porque cuando han pasado dos o tres días encontrar un superviviente entre los cascotes es realmente muy difícil», dice el bombero Antonio Nogales.

Nogales forma parte del grupo de ocho profesionales que Busf envió a Haití a colaborar en las tareas de rescate. El contingente, integrado por bomberos de los parques de Madrid, Córdoba y Huelva, regresó el sábado a España después de haber conseguido sacar de los escombros a dos personas: un recepcionista y la dueña de un hotel. «Nada más llegar nos asignaron el área del hotel Montana, donde se tenía constancia de que había supervivientes entre los escombros. A los dos días sacamos al recepcionista, un hombre de 43 años; pero el momento más emocionante fue cuando conseguimos contactar con la dueña del hotel. Habían pasado ya más de cuatro días desde el terremoto, pero la mujer, que se llama Nadine y tiene 63 años, conservaba la fuerza suficiente para guiarnos con su voz hasta donde estaba. Fueron quince horas interminables de trabajo con los martillos neumáticos hasta que dimos con ella. La mujer hablaba español y nos dijo que había llegado a ingerir su propia orina para calmar la sed que le abrasaba entre los cascotes».

Además de librarse de la condena que la naturaleza ha impuesto a 150.000 de sus compatriotas, tanto Nadine como el bebé Elisabeth o los 'resucitados' Wismond y Rico se han aliado con la suerte y han sorteado el destino fatal que las estadísticas les habían asignado cuando quedaron atrapados bajo los escombros. Es lo que tiene ser los protagonistas de un milagro.