Tribuna

Coltán

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Supongo que lo mismo que muchos de ustedes, yo he oído, al correr de boca en boca, una perversa pregunta. Imagínate una situación hipotética, te dicen. Te ponen por delante un pulsador y te advierten que a cada pulsación tuya morirá un habitante del Tercer Mundo. Pero te aseguran que al mismo tiempo obtendrás 6.000 € cada vez que oprimas. La pregunta viene a continuación: ¿Tú que harías? Las respuestas oscilan entre quienes aseguran que jamás apretarían ese fatídico botón, y los que no muestran ningún reparo al decir que lo estarían haciendo mientras les quedara un mínimo de fuerza en la muñeca.La pregunta era una especie de termómetro moral para medir el grado de conciencia humana de los interpelados, pero se pensaba que jamás podría darse en la realidad tal tipo de prueba. Lo que mucha gente ignora es que esa perversión se ha instalado ya en nuestras vidas de la forma más natural, necesaria e incluso divertida que ninguno de nosotros podría haber jamás imaginado. Existe un preciado mineral cuyas reservas mundiales, hasta alcanzar la cifra de un 80%, se localizan en la República Democrática del Congo. Este mineral, llamado coltan, o coltán, resulta hoy en día imprescindible para la obtención de los condensadores electrolíticos de tantalio, indispensables en la fabricación de satélites artificiales y armas teledirigidas, pero también para la mayoría de los aparatos digitales que sostienen nuestro nivel de bienestar, televisores de plasma, videoconsolas, ordenadores portátiles, PDAs, MP3, MP4 y no pare usted de contar. Pero casi dos terceras partes del que se obtiene en territorio congoleño se emplean en la fabricación de nuestros teléfonos móviles. Se da la circunstancia de que las grandes empresas internacionales del sector, cuyos nombres a todos nos resultan de sobra conocidos, obtienen el valioso mineral de las manos sangrientas de las guerrillas que apoyadas por los gobiernos corruptos de los países limítrofes, léase Ruanda y Uganda, controlan justamente las zonas donde aquél se produce, en lo que puede considerarse un vergonzoso expolio de un país por sus vecinos, precisamente para adueñarse de esta fuente de riqueza. Podemos imaginar a la República Democrática del Congo como a un país al que le tocó la lotería pero al que le han robado el boleto con el premio. Curiosamente Aquellos dos países firmaron acuerdos de cooperación con EEUU y se les condonó su deuda externa bajo la proclama de modelos de desarrollo económico de su región. El mineral, una vez obtenido, es transportado de manera ilegal hacia esas naciones vecinas, y es en sus respectivos territorios donde se producen las transacciones hacia los países del Primer Mundo. En el lucrativo negocio participan, como no podía ser menos, la clase política de los gobiernos en cuestión, que en turbias negociaciones lo entregan a los intermediarios de aquellas empresas a cambio de armas o dinero. Algunas de estas han abandonado ya esta sucia práctica y han buscado nuevos mercados donde proveerse de manera más limpia, para evitar ser acusadas de cómplices de tan vergonzoso latrocinio. Por si esto ya de por sí no fuera lo suficientemente escandaloso, sabemos que el mineral está siendo extraído de los yacimientos por un ejército de parias que, si el reclamo de un buen sueldo en comparación con la media del país no les resulta lo suficientemente atractivo, son reclutados por los ejércitos guerrilleros a punta de fusil. Si un trabajador normal gana unos diez dólares al mes, un minero no obligado a la fuerza puede obtener entre diez y cuarenta dólares semanales con la extracción de coltan. Cada uno extrae al día aproximadamente un kilo de ese mineral que en el mercado internacional puede llegar a alcanzar los 400 dólares. Multipliquemos estos por los 20.000 mineros que trabajan a diario, y nos podremos hacer una idea de los beneficios que se obtienen gracias a la explotación de estos modernos esclavos. Claro que todavía deberemos descontar la cucharadita de mineral diaria que los mineros, a modo de compensación por dejarse explotar, deben entregar a las fuerzas militares que les proporcionan el trabajo. Entre aquellos mineros figuran campesinos depauperados por las guerras, prisioneros de estas mismas (principalmente hutus) a los que se les promete una reducción de la condena y sobre todo niños. Se calcula que en los últimos años han muerto entre tres y cinco millones de estos nuevos esclavos hambrientos. Hombres que duermen en los bosques y se alimentan de elefantes y gorilas, cuyas pieles y colmillos también acaban en manos de la guerrilla.Así pues, hoy en día, cada vez que apretamos el botón de nuestros teléfonos móviles por motivos profesionales, o para ponernos en cariñosa comunicación con familiares y amigos, cada vez que pulsamos el maldito botón existe una alta probabilidad de que estemos matando a un miserable congoleño. Y no nos dan ni un céntimo por ello.