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Formas de compenesar

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Lo que menos entiende el mar es la lluvia. Eso de que llueve sobre mojado es otro error de la llamada madre naturaleza, que sigue teniendo gustos contra natura. Ha subido el nivel de los pantanos, pero también ha subido el precio de la luz, el del butano, el de los viajes y el de los sellos de Correos. Año nuevo, la misma vida, sólo que un poco más cara. Lo único que ha bajado es la moral colectiva, pero como está bajo el nivel del mar no se moja.

El jolgorio preceptivo de la fecha ha exigido una violencia mayor y este año de desgracia se han prodigado las reyertas. La cosecha de las uvas de la ira ha sido notablemente mayor que en años anteriores porque ha habido más gente que para salir a divertirse no ha olvidado llevar la navaja, pero quería hablar de compensaciones. ¿No es del linaje de los milagros que un pueblo con cuatro millones de parados se ponga tan contento aunque sólo sea durante unas horas? No se sabe si su júbilo procede de que se han enterado todos a la vez de la conducta del euribor o que están festejando la nueva medida de la televisión nacional de suprimir toda la publicidad. ¿Toda? La pequeña pantalla, que cada vez es más grande, sigue metiéndonos en casa a la gente que procuramos no saludar en la calle. Abundan los mensajes subliminales, ya que cualquier partido ganador de las elecciones tiende a considerar a los televidentes como una variedad de «los negritos del África tropical».

Yo lo que quiero es que el invierno vuelva a refugiarse en sus cuarteles de invierno. Ver un mar azulísimo sí me compensa del esfuerzo de levantarme todas las mañanas, aunque sea tarde. Incluso más que a otros, que tienen que mostrarse muy agradecidos porque le han aumentado el salario mínimo en nueve euros al mes. Menos da una piedra. O no. Quizá una piedra dé lo mismo.