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Finanzas y reglas

Se termina el año de la crisis y se olvida el debate sobre las causas que la han provocado

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Vayamos enseguida a los datos, que es de lo que se trata. Es difícil hacerlos llegar a la opinión pública, pero no imposible.

Hace tan sólo unos meses se decía que uno de los factores desencadenantes de la crisis económica era la voracidad de unas pocas personas que habían manejado intereses colosales de forma irresponsable. Sabemos que hay enormes fortunas, pero no se suele contar que existen hoy en el mundo en torno a 10 millones de 'individuos de alto valor neto' que disponen de más de un millón de dólares por cabeza en activos financieros, dinero líquido, listo para ser invertido en un instante. El capital total de esta nueva clase hegemónica alcanza los 40 billones de dólares, una suma equivalente a las tres cuartas partes del Producto Interior Bruto mundial. Tampoco se dice que en el mundo existen alrededor de unos 78.000 inversores institucionales, entidades financieras transnacionales, casi completamente opacas, por cuyas manos pasan el 80% de las transacciones diarias y un capital igual al PIB mundial (54 billones).

Pero ésta no es más que una cara del problema, y ni siquiera la más desconcertante. Alguien dirá: controlemos el mercado financiero, pongámosle puertas al campo. La acción de la justicia contra Bernard Madoff sería el ejemplo a seguir. El problema está en que nadie tiene la fuerza necesaria para contrariar a los mercados. Olvidémonos de que casi la mitad de las transacciones son automáticas y dependen de meros sistemas informáticos.

Fijémonos en un solo dato. Antes del estallido de la crisis, en 2007, el valor nominal de los derivados en circulación ascendía a unos 760 billones de dólares, una cifra 14 veces superior al PIB mundial y 50 veces superior al de Estados Unidos. Casi el 90% de esos títulos eran intercambiados de manera informal, en operaciones denominadas OTC. De ellas no hay rastro alguno, ya que se realizan al margen de cualquier intervención de las bolsas de valores o las agencias reguladoras (éstas y otras muchas interesantes informaciones se encuentran en L. Gallino, 'Con i soldi degli altri', 2009).

Cuando se habla del gobierno de las finanzas globales, de hacer reglas para los mercados, conviene tener los pies en el suelo. Cuesta admitir la situación en que nos encontramos: con un sistema financiero de estas dimensiones, la política y el derecho han quedado desarmados. David contra Goliat. Pero aún hay más. Termina el año de la crisis y se abre uno nuevo en el que el control de las finanzas puede quedar relegado a un segundo plano en la agenda pública. Si se cumple esta previsión, a diferencia de lo que sucede en el relato bíblico, los más fuertes habrán acabado saliéndose con la suya.