Editorial

Decepción climática

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El Acuerdo de Copenhague que recoge las conclusiones de la conferencia del clima desarrollada durante dos semanas caóticas se fija como objetivo limitar el calentamiento planetario a dos grados en relación con las etapas pre-industriales pero elude precisar las medidas para conseguirlo. La decepción en la mayoría de los asistentes confirma que la cumbre no ha respondido a las enormes expectativas suscitadas, que la presentaban como una cita crucial para procurar un acuerdo vinculante que aunara las voluntades y los intereses de las economías avanzadas, las emergentes y los países en vías de desarrollo. Ni siquiera el pacto de compromiso auspiciado 'in extremis' por Barack Obama con China, India, Brasil y Sudáfrica podía salvar la cara a los negociadores, con un documento cuya sucinta extensión ya daba idea de la debilidad de una componenda que pospone los compromisos concretos en la reducción de emisiones de CO2 y viene a asumir el veto chino a las inspecciones internacionales sobre las actuaciones de cada Estado. El hecho es que todo ello resulta ya menos ambicioso que el acuerdo logrado en Bali hace dos años, queda lejos de la apuesta (la fórmula 20-20-20) de una UE de nuevo desdibujada y lleva a pensar que de la cumbre en la capital danesa se sale peor de lo que se entraba tras la escenificación de los desencuentros. Sin embargo, la implicación por vez primera en un compromiso medioambiental de Estados Unidos y China, los dos grandes contaminadores del planeta, constituye uno de los pocos avances que es preciso rescatar para que no se produzca un efecto post-Copenhague de frustración y desmovilización de la opinión pública. Por el contrario, es preciso superar las limitaciones que supondría afrontar la lucha contra el calentamiento global como un asunto condicionado a los intereses y nuevos equilibrios geoestratégicos. La cumbre del clima de México el próximo año podría ser el escenario adecuado donde se especifiquen compromisos concretos en el recorte de las emisiones y se mantenga la hoja de ruta por la conservación del planeta de forma que Copenhague quede para la historia como un mal paso en la buena dirección.