:: TEXTO: JULIÁN MÉNDEZ :: FOTOGRAFÍA: NASSER SHIYOUKHI/AP
Sociedad

La muerte congelada de Mosub Daana

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El hombre amortajado, tumbado sobre unas parihuelas que descansan sobre una colorida alfombra oriental, se llamaba Mosub Daana. Era joven, barbudo, y vivía en la franja de Gaza. Murió en una operación del ejército de Israel, el Thazal, contra los partidarios de los terroristas de Hamas. A su alrededor, las domésticas moscas de la muerte han sido sustituidas por otro zumbido. Las cámaras de los móviles tratan de llevarse consigo el último gesto de Mosub Daana, detenerlo y congelarlo, como ángeles exterminadores de última generación. De los insectos tienen estos ingenios los mismos tonos negros, los mismos brillos plateados y el sonido metálico, monótono e insoportable, de las peores pesadillas.

Los convidados al velatorio no parecen contentarse con dar consuelo a la familia y ensalzar las bondades del difunto, en ese rito analgésico heredado de antiguo. No. Han de retratar al muerto.

Y uno se pregunta qué lleva a los amigos y familiares de Mosub Daana a agolparse en torno a su figura yacente para llevárselo así, amortajado e infeliz, con la bandera verde apretándole el pecho.

¿Enviarán el archivo a otros y les dirán 'yo estuve allí y retraté a Mosub'? ¿Será el salvapantallas que les recuerde su imagen y les obligue a no olvidar al joven militante? No hay piedad. La pulsión por usar la nueva tecnología nos contagia. Ya no vemos las cosas ni los paisajes. Tampoco algo tan íntimo como los muertos. Nuestros recuerdos se han rendido. La memoria ha dado paso a otra mísera tarjeta.