Sociedad

El justiciero universal

La prestigiosa publicación 'Foreign Policy' le sitúa entre las cien personalidades más influyentes del mundo. Es el único español, «y el único jurista», precisa Garzón

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Torres, provincia de Jaén. Décadas atrás, un chaval trepa a un poste de la luz de seis o siete metros y, una vez arriba, hace el pino. El temerario se llama Baltasar Garzón Real. Brinda la anécdota su amigo de la infancia Marcos Gutiérrez Melgarejo, abogado y miembro del Consejo Consultivo de Andalucía, y con ella define de un solo trazo el metal en que está fundido su paisano. «Ni recuerdo desde cuándo nos conocemos y él siempre ha sido así. Llegaba el invierno y se metía en la alberca llena de hielo. No se arredra ante nada, una persona que si le ponen delante un muro de piedra lo derriba con la cabeza si es preciso. Esa forma de ser ha presidido también toda su carrera».

Con 54 años, Garzón, hombre de leyes, no está ya para hacer el pino subido a un palo, pero no por eso ha dejado de desafiar las de la gravedad y muchos otros códigos: los de la política, la jerarquía de poder, la diplomacia internacional. El titular del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional intentó ejecutar en 2008 una de las piruetas más arriesgadas de su vida profesional. La apertura de un proceso contra el franquismo -para demostrar que los alzados idearon y cometieron un genocidio sobre la oposición política al régimen- dio nueva muestra de su determinación y amor por el riesgo. El juez más famoso de España acabó por inhibirse del caso, pero el volatín quizá le salga muy caro. Los cañones del Tribunal Supremo le apuntan, y en cualquier momento podría ser procesado a raíz de una denuncia del pseudo-sindicato ultraderechista Manos Limpias por hurgar en los crímenes de Franco. Si la alta corte atiende los argumentos de un grupo que se querelló contra Rodríguez Zapatero por hablar con ETA y que pidió que se prohibieran los 'Teletubbies' por incitar a la homosexualidad, sería el fin de su carrera. También colea en ciertas instancias del Consejo General del Poder Judicial y en determinados medios su excedencia en Estados Unidos en 2005. La Universidad de Nueva York le llamó para una serie de cursos en dos de sus institutos, el Centro Derecho y Seguridad y el Centro Rey Juan Carlos Primero de España, cuya financiación corre a cargo en buena medida del Banco Santander. En realidad, el juez buscaba otros destinos en la ciudad sede de Naciones Unidas, que no fructificaron. Volvió en junio de 2006, saldó cuentas con el CGPJ y se reincorporó a su viejo despacho. Cinco meses después no admitió a trámite una querella contra Emilio Botín, presidente del Santander. Los querellantes entendieron que debía haberse inhibido por el nexo establecido con el banco durante su excedencia y llevaron el caso al CGPJ primero y al Supremo después. Acusaban a Garzón de prevaricación y cohecho. El alto tribunal archivó el caso. El Consejo hizo lo propio primero, pero lo reabrió después, por si Garzón hubiese vulnerado las condiciones de su excedencia. Abierta la veda contra él por inquinas y viejas rencillas entre jueces, aquellos fantasmas vuelven a acecharle.

«A Garzón se lo van a cargar (profesionalmente) los suyos», advierten buenos conocedores de su trayectoria. Tantas veces en el filo de la navaja, amenazado por narcos, etarras, mafiosos, traficantes de armas, policías y funcionarios corruptos, ultraderechistas de aquí y de allá, incluso por empresarios o dirigentes políticos, es ahora que su futuro depende de jueces y fiscales cuando de verdad corre serio peligro de despeñarse, aunque nadie se atreva aún a entonarle un réquiem. En estos momentos de apuro, Garzón ha recibido como un bálsamo su designación como uno de los cien grandes pensadores globales de 2009 por 'Foreign Policy', el número 57 de una lista que encabeza Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos. La prestigiosa publicación (este año ha ganado el National Magazine Award a la mejor revista de Estados Unidos) le señala como un 'cruzado de la ley' por su lucha de años contra crímenes y delitos de todo tipo y, en especial, desde que imputara en 1998 a Augusto Pinochet, dando cuerpo real por vez primera al concepto teórico de justicia universal.

Héroe de los derechos humanos

«Garzón cree que las leyes rigen por encima de los confines nacionales, lo que le convierte en un héroe en el mundo de los derechos humanos, un dolor para los políticos y una fuerza intelectual de primer orden para la jurisprudencia que cruza fronteras en un mundo cada vez más desprovisto de ellas», subraya la publicación. De sus actuaciones recientes destaca la investigación abierta la pasada primavera por las detenciones e interrogatorios practicados por militares estadounidenses en terceros países durante la era Bush.

«Si digo que me agrada que me reconozcan suena pretencioso ¿no?», comenta un Garzón remiso a admitir que el elogio le reconforta. Con el abrigo puesto, a punto de salir corriendo del despacho, el magistrado concede al fin que le alegra, sí, la distinción. Es el único español, y «el único jurista», añade él, de una lista donde dominan los 'cerebros' económicos y las personalidades yanquis. «Está bien que hayan tenido en cuenta el tema de la justicia universal y la lucha contra el terrorismo, que son el grueso de mi trabajo, y las reivindicaciones de las víctimas», subraya.

El reconocimiento de 'Foreign Policy', como otros que tapizan las paredes de su oficina, se los ha ganado a pulso. Gusten o no sus métodos, se le tache de estrella, divo o ególatra, este magistrado sin fronteras ha hecho Historia y abierto caminos antes cegados para la Justicia y los Derechos Humanos. Al ordenar la detención de Pinochet durante un viaje del dictador chileno a Londres por la 'operación Cóndor', que investigaba en el sumario abierto contra los dictadores argentinos, revolucionó el derecho y la diplomacia mundiales. Décadas de debate bizantino en la ONU sobre los regímenes totalitarios quedaron en ridículo. Los dictadores podían ser perseguidos por la ley internacional, sólo había que proponérselo. El tsunami desatado por Garzón resucitó al Tribunal Penal Internacional, hasta entonces un embrión moribundo por la oposición de EEUU.

Herencia de 'la doctrina Garzón' sobre la justicia universal son más de una docena de causas aún abiertas en la Audiencia Nacional por crímenes contra la Humanidad, violaciones de derechos humanos, terrorismo o torturas en Guatemala, el Tíbet, Ruanda, Palestina o el Sáhara Occidental. Sus hitos domésticos tampoco son cualquier cosa. Garzón 'empapeló' a un ministro (José Barrionuevo) y a un secretario de Estado (Rafael Vera) por los GAL. No pudo despejar la 'X' del terrorismo de Estado durante los gobiernos de Felipe González, pero lo intentó.

Reinterpretó el derecho en la 'operación Nécora', con la que rompió el tabú de que para condenar a un narco había que sorprenderle con el bolsillo lleno de coca. Los Charlines jamás vieron un gramo, pero acabaron en la cárcel. Y con igual filosofía dio un salto cualitativo en la lucha contra la hidra etarra. Fue el primer juez que escribió que terroristas son los que colocan la bomba y quienes les jalean, financian o trabajan para que triunfen las tesis de ETA. Herri Batasuna y sus sucesivas reencarnaciones lo saben bien. Hay quien dice de él que es un pésimo instructor. La idea se difundió desde la Fiscalía de la Audiencia Nacional cuando 'los indomables' chocaron con él a cuenta del 'caso Sogecable', y sería la causa de que la mayoría de sus sumarios acaben en nada. Por 'golaverage', eso no es cierto. Acabaron mal el proceso abierto a Monzer al Kassar y el intento de enjuiciar el franquismo, pocos más. Y esos dos casos tienen otra historia detrás que explica algunos de sus avatares.

En los 21 años que lleva en la Audiencia, con tantos frentes incandescentes abiertos, Baltasar Garzón ha demostrado un gran sentido de la estrategia y los tiempos judiciales, políticos y periodísticos. El precio, una larga lista de enemigos y la pérdida de apoyos políticos que, ora de un color, ora de otro, según fueran las tornas y quien estuviera en el Gobierno y la oposición, siempre había tenido. Ahora sólo le queda el respaldo del Ministerio del Interior, dicen quienes le conocen. Poco parapeto en caso de un procesamiento del Supremo. Pese a ello, sus amigos están seguros de que no bajará los brazos. «Hombre, no es un plato de gusto que te impute el Supremo, pero yo le pregunto si no está cansado y siempre me contesta lo mismo: 'no, es que me gusta lo que hago'», desvela Marcos Gutiérrez.

«¿Está Dios»?

Garzón es un yonqui de su trabajo. Se cree su función de juez y servidor público. En la Audiencia Nacional es 'Dios'. «¿Está 'Dios' en el despacho? Está en todas partes», se dice como broma recurrente entre el personal. Seguro que a él, hombre de autoestima alta, le hace gracia. Es como si tuviera una velocidad más que el común de los mortales. No duerme ni cinco horas al día. Funde funcionarios en su juzgado como quien come pipas. La mayoría sale pitando en cuanto puede. Ni él mismo se lo reprocha; a igual sueldo, qué necesidad tienen de aguantar a un jefe colérico a veces, pasado de revoluciones siempre, exigente hasta el límite.

Como no duerme, trabaja a destajo en sus sumarios, escribe -media docena de libros publicados- y despacha correspondencia. Le escriben gentes de toda condición que se siente objeto de injusticias, abusos, persecuciones. Las víctimas y la reparación que merecen son una de sus obsesiones. En 'Un mundo sin miedo' (Plaza y Janés), remonta a su infancia ese interés. «Mi madre me decía (.), 'Baltasar, eres el abogado de los pobres'. Era su respuesta a mi necesidad de ayudar y resolver todo aquello que me parecía injusto. Quizá entonces se gestó mi compromiso en defensa de las víctimas», escribe el juez.

Bajo la capa de cruzado de la justicia universal se esconde un carácter nada dado a las medianías. De los que levantan olas, de admiración o de odio sarraceno. Su biografía se ha escrito mil veces y acentúa siempre su origen rural en una familia muy humilde. Enarbola una orgullosa conciencia de clase. Se sabe que le gusta el fútbol, sobre todo el que practica el Barça. Baila sevillanas, aunque no le hace ascos a otros ritmos. Canta y cuenta chistes de gracia irregular. Tiene acreditada una mala salud de hierro, problemas crónicos de espalda y una tendencia a engordar evidente que conocen todos los españoles después de verle durante años bajar y subir las escaleras de la Audiencia Nacional con tallas de ropa distintas. Le atribuyen decenas de hijos extramatrimoniales. Su mujer, Yayo, y los tres hijos tenidos con ella deben de estar curados de espanto.

«Pon en tu artículo algo que apenas se sabe, que él y Yayo tienen una ONG, se traen a niños muy enfermos de Bolivia para ser operados y los tienen en casa antes de la operación y después», apunta Dolores Delgado, fiscal de la Audiencia Nacional. Esas estancias de los pequeños se han llegado a prolongar años antes de devolverlos a su familia una vez restablecidos. Hay un hospital en Santa Cruz de la Sierra, en las tierras bajas bolivianas, que lleva el nombre del magistrado. Participa también en otros proyectos solidarios. Uno de ellos proporciona comida a drogadictos marginales. «Me da pudor hablar de eso, parece que pierde valor si lo vas difundiendo», comenta él. Dolores Delgado es una incondicional de Garzón. Junto con los también magistrados Santiago Pedraz y Fernando Andreu forman el cuarteto que cada día se toma el aperitivo en un bar cercano a la Audiencia. La nómina de amigos del magistrado ha menguado; son muchos años de pisar callos. Los que le duran, jueces como él, funcionarios y una legión de policías, le son de una fidelidad inquebrantable. Con los tres citados se juega los vinos a los chinos.

Es un reputado cofrade de la Virgen del Puño. «El tío más tacaño del mundo», le espeta un veterano periodista de tribunales. El interfecto sonríe y no lo niega. Aún se recuerda con asombro el día, ya lejano, en que Garzón se arrancó e invitó a café a tres informadores en unos cursos de verano en el Escorial. Pagó su escolta de siempre. Se desconoce si le reembolsó el dinero. Nadie es perfecto.