LA HOJA ROJA

Socorro

Nos hemos acostumbrado a utilizar una suerte de eufemismo para todo aquello que molesta, sangra y revuelve. Aquí pasa igual, llamamos muelle a lo que no es más que un espigón

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Parece que fueron los griegos los primeros en proclamar aquello de que «la palabra perro no muerde», separando de una forma lógica lo que luego llamaríamos significado y significante de los términos, contraviniendo las teorías que los nominalistas postulaban acerca de la existencia real de los conceptos y de las cosas particulares. Que traducido resulta que las cosas son porque se llaman de una determinada manera y no de otra.

Bien. Aun aceptando, como aceptamos, que la palabra perro no muerde, no sorprende que quien haya sido mordido o atacado por uno, sienta pánico cada vez que escuche la palabra porque en el fondo -para qué vamos a andar con tonterías- es algo así como mentar la soga en la casa del ahorcado.

La sociedad de lo políticamente correcto, tan especialmente sensible a este tipo de situaciones, ha desarrollado con maestría una fórmula mágica para evitar caer en la tentación de llamar al pan, pan y al vino, vino. O lo que es lo mismo, han puesto en práctica lo del «Te llamo Trigo por no llamarte Rodrigo» que decía Chiquito de la Calzada, y por no llamarte Rodrigo nos hemos acostumbrado a utilizar una suerte de eufemismos para todo aquello que molesta, muerde, sangra y revuelve. Una larga enfermedad es a un cáncer, -y lo sabemos aunque no lo digamos-, lo mismo que una residencia geriátrica es a un asilo, aunque no pese tanto en la conciencia. Una Ley de Salud Sexual y Reproductiva es lo mismo que una Ley de Aborto, y sigan ustedes añadiendo ejemplos porque seguro que encuentran en su vocabulario más términos políticamente correctos de los que cree.

Estamos rodeados, tanto que incluso la cabalgata de Reyes de este año en Madrid -y no tienen un Ayuntamiento socialista, precisamente- se llamará «Encuentro de las culturas por la paz» para no herir la sensibilidad de ningún niño, y tendrá un dragón chino y un desfile de bereberes llamando a la lluvia, y una alegoría poética, la Dama de la Paz, que rivalizará con los pobres magos tirando caramelos, para que nadie, de ninguna raza, religión, etnia, continente o barrio, se sienta excluido. Yo, tan tonta, creyendo que los Reyes Magos no hacían distinciones entre los niños del mundo y resulta que Gallardón no piensa lo mismo, ni siquiera después de leer el libro de cuentos de Ana Botella. Qué le vamos a hacer.

Aquí andamos igual, no vayan a creer. Por ser más políticamente correctos que nadie, llamamos muelle a lo que no es más que un espigón -bueno, por corrección política y para que no se monte una como la de la Aduana. Algo necesario si queremos que sea viable aquel proyecto del faro de las libertades, de la expo, del nonplusultra que íbamos a poner en el castillo. Para entrar y salir del castillo hace falta un espigón. Un espigón con todas las letras, con un canal de doscientos metros de largo y cuarenta de ancho al que llamarán -recuperando el antiguo nombre--muelle del Socorro.

Propuestas arrasadas

Eso. ¡Socorro!, que es lo que decimos muchos cuando abrimos los periódicos y vemos las distintas reacciones. Atrás quedan otras propuestas que quizá son más respetuosas con el medioambiente o con el patrimonio, conceptos, dicho sea de paso, que se aplican de una manera totalmente arbitraria en esta -y en otras, también- ciudad. Total, ¿quién se puede quejar después si nos van a poner piscinas naturales y miradores tipo 'chill-out'? ¿quién se podrá quejar luego si los niños se tiran a pechazo en las piscinas y las madres aprovechan la sombra de las pérgolas para echarse unos cartoncitos bingueros?

El debate es el eterno y ya lo hemos vivido muchas veces. Petimetres contra majos. Los técnicos insisten en que el proyecto pretende «poner en valor un elemento que ya está ahí desde el siglo XIX y mejorar las condiciones de atraque de ese muelle, que conservará el diseño original». Los ciudadanos no piensan lo mismo, «el proyecto va contra todos los principios» decía Francisco Ponce; la idea es un «bastinazo desafortunado e injustificado, ya que no es necesario el aplastamiento de piedra ostionera» lamentaba Daniel López de Ecologistas en Acción.

De aquí a un Foro recogiendo firmas queda un cuarto de hora, ya lo verán. Una sola duda me corroe, si pretendemos vivir de cara al mar y presumir de ciudad marinera ¿por qué nos altera tanto un nombre? Espigón. Sí. Es un espigón. Hay actuaciones urbanísticas que transforman necesariamente los entornos y operaciones que no se realizan más que en quirófanos. Podríamos escoger entre dos modelos, el modelo rehabilitación que está llevando a cabo la Junta de Andalucía con la ayuda de los vecinos -¿o es al revés?- y el modelo pintadito de fachada y vámonos que nos vamos al que tan acostumbrados estamos en esta ciudad. Elijan.

La princesa del pueblo, por ejemplo, se ha cambiado la cara. Ha sido un arreglo de fachada, pero también de estructura. Nariz, pómulos, bolsas en los ojos y le han rellenado con ácido hialurónico una cosa que se llaman surcos nasofaciales y que son las arrugas que tenía la Esteban en la cara de tanto hacer morisquetas.

Ella está encantada con su nuevo aspecto -no sé si la vieron anoche- que le ha hecho rejuvenecer diez años. Algo así está necesitando esta ciudad, una tregua de diez años para evitar tanto envejecimiento -físico y del otro- tanta parálisis y tanto conformismo nostálgico que no nos lleva a ninguna parte.

En un dilema vivo. O me voy al mercado hebreo de la Catedral -es un mercado de artesanía, aunque tenga ese nombre- o me descargo en el móvil la selección de 20 Fábulas en verso castellano, de Samaniego que me propone la Junta para el fomento de mi lectura. No sé. Tal vez encuentre aquella de «A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron, que por golosas murieron presas de patas en él».