Opinion

Transmutado Santa Claus

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Confieso que siempre me sentí atraído por la figura de Papá Noel, ese gordinflón barbudo ataviado con ese ridículo pijama rojo cuyo espíritu nace y muere una vez al año, lo mismo que dura una estrella fugaz. Durante mi aún joven vida, he intentado creer conocer a muchos Papá Noeles, pero ninguno terminó siendo el buscado en cuestión.

Vi en alguna Navidad lejana -pues la Navidad siempre es lejana- a un Papa Noel dando tumbos de un coche a otro por las noches de la madrileña Gran Vía, botella de vodka en mano, regalando panfletos de cierto club nocturno, tal y como uno pudiera imaginar de las estúpidas películas americanas navideñas. Vi en su día a cierto Papá Noel aparcando coches en Sevilla y, acto seguido, dar un tirón a una pobre anciana robándole el bolso y corriendo despavorido, perdiendo en su huida el gorro rojo.

Tampoco olvido a la Papá Noel más sexy del mundo, bailando insinuante por las Ramblas de Barcelona, ofreciéndote el regalo más personal que el hombre pueda ofrecer al hombre...

Cuento todo esto porque es justo ejemplo ver cómo el hombre deforma todo espíritu. Comprobar cómo ni el más bondadoso halo de luz está exento de peligro mientras haya pisado la faz de la tierra; cómo los hombres desvirtuamos a todo ejemplo, tal político que sabe jugar con la ambigüedad, tal abogado habilidoso que libera a los diablos de su segura culpa.

Lo que nos queda, pues, de ese afable Papá Noel que surca los cielos con sus renos, es ya sólo lo que vive en la mirada de un niño, la cual nos sigue embriagando de esa fabulosa inocencia aún no quebrantada por la malicia de la sociedad.

Con este héroe transmutado en villano por el hombre nunca fuimos justos. ¿Acaso es más creíble un alto mandatario que Papá Noel? Este ente de Laponia es más generoso, noble y justo que la mayoría de los políticos, y merece más respeto.

Mejor suerte corrieron los Reyes Magos, más tradicionales y cercanos quizás. Y es que Papá Noel no posee la sangre azul de Baltasar, ni es tan antiguo, pero sigue siendo ese espíritu encantador cuyo atractivo radica en la fantasía, esa que nunca debimos perder.