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Queremos noticias frescas aunque no sean veraces. Pedimos emociones a bote pronto

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No hay que matar al mensajero, pero sí aplicarle un correctivo cuando el mensaje llega en malas condiciones. Últimamente ocurre más de la cuenta, lo habrán comprobado. La urgencia, las prisas, la alocada competencia por ofrecer información en tiempo real y para consumo inmediato, quizá la bisoñez de algunos profesionales, todo eso provoca que un mismo hecho dé lugar a varios relatos diferentes que se suceden y se desmienten hasta que la versión final ofrece un perfil opuesto al de la primera. En las iglesias de Navarra, el domingo, los curas elevaban al cielo sentidas plegarias por la paz y el final de la violencia tras oír por radio la noticia de un atentado contra un guardia civil en Leitza. Al salir de misa los fieles se enteraron de que no había habido tal, sino el montaje de un loco, pero para entonces la ira y la pesadumbre ya habían entrado en sus corazones y no iba a ser fácil hacerlas salir de ellos. Días antes los internautas de todo el mundo vivieron en directo y con el alma en vilo la supuesta desaparición de un niño estadounidense colgado de un globo que se perdía entre las nubes sin control, hasta que la criatura fue hallada en su casa sin un rasguño. Las televisiones y los periódicos 'on line' prefirieron guiarse por la inmediatez antes que por la prudencia.

Esperar es un verbo tabú para muchos medios de comunicación. Pero da la impresión de que empieza a serlo también en otros oficios que en principio no están sometidos a la presión de lo instantáneo. ¿Qué pudo llevar a un médico canario a hacer un parte de lesiones por agresión sexual inexistente y a desatar la imparable cadena de denuncias, anatemas y linchamientos encarnizados sobre el inocente acusado? ¿Dónde ha quedado la proverbial prudencia de unos investigadores policiales que, sin obtener siquiera las primeras pruebas, filtran noticias inciertas sobre casos delicados? Total, que entre unos y otros están haciendo que el signo de la precipitación recaiga en todas las informaciones.

Por si no bastara con eso, hay otra clase de apremio que nos compromete también a lectores, oyentes y espectadores. Queremos noticias frescas aunque no sean veraces. Y, sobre todo, pedimos emociones al instante, espasmos enérgicos, sentimientos primarios aflorados a bote pronto. Especialmente en las noticias de sucesos, donde el instinto justiciero se abre paso a codazos para ensañarse con la primera presa que se le pone a tiro. Esta vez se ha llamado Diego, el hombre de Arona. Pero mañana puede ser cualquier otro. Padecemos una suerte de bulimia emocional ansiosa de tragar mucho y rápido en vez de aguardar la llegada del conocimiento y con él la de la ponderación serena. Y así se cierra el círculo donde nadie rinde cuentas porque todos tenemos algo que ver en la siniestra ceremonia.