cada vez son más

«Soy madre, voy al 'insti' y no soy un bicho raro»

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Si tienes 13 años, una orden de busca y captura por fugarte de un centro de menores y las malditas dos rayas púrpuras en el Predictor parece que todo te lleva a abortar un futuro inasumible en el hospital más cercano. Pero no todo el mundo es Clara. Esta superviviente de la calle –«me fui de casa a los diez u once años, no me acuerdo»– concluyó que si había sido «mujer para hacerlo debía serlo para tenerlo. Es tu sangre. Un bebé es sagrado». Punto final. Como ella, treinta adolescentes españolas se quedan embarazadas cada día, el doble que hace diez años. Las últimas estadísticas manejadas por Sanidad revelan además que de esas 10.700 niñas, 4.400 tuvieron a su hijo y 6.273 interrumpieron el embarazo de forma voluntaria en 2007, el último año estudiado con lupa por el Ministerio, que analiza «alarmado» esta escalada. «¡Es que no somos bichos raros, hay muchas más como yo!», dispara Clara, a la que la última paliza de su novio le borró la «ceguera» que se agarró «cuando me trajo 4.000 euros en una sola noche de trapicheo».

España ha pasado en apenas una década de practicar el 4% de todos los abortos en Europa a más del 7%. Pero a Clara los números le dicen e importan lo justo para no terminar de ahogarse en su soledad. «Yo no espero nada de nadie. Ni de mis compañeras ni de los educadores». Su mundo empieza y acaba en la habitación del centro de acogida para madres precoces gestionado por la Diputación de Málaga. Es único en España, junto a la pionera Maternal Antaviana, de Barcelona, por su carácter aconfesional y su atención personal e integral. Desde su apertura en 2002 ha tratado de abrir una rendija en el encapotado horizonte de más de 200 niñas como Clara. Pero ella es escéptica. «Esto se me acaba en marzo, cuando cumpliré los 18. ¿Y luego qué?».

Con su pantalón negro ‘cagao’, la camiseta fucsia de cuatro euros, las Victoria sin cordones y los libros de Enfermería apilados junto a los frascos de colonia es el prototipo de adolescente presumida y responsable... si no fuera por un precioso e inquieto ‘pero’ con nombre de canción. Roxanne –el real no es de Police sino de Clapton– protesta con todos sus pulmones por la coleta bien tirante que le peina su madre. Si entendiera el sentido de sus palabras, lloraría mucho más. «Vivía con una amiga en la calle. Me metieron en un centro de menores y me escapé con mi novio cuando tenía 13 años. De Huelva nos vinimos a Málaga. Me quedé embarazada y me buscaban. Mi chico y sus amigos robaban, andaban con el trapicheo. Ya me entiendes, delincuencia. Cuando consiguieron dinero de verdad, me cegué. No sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal».

–¿Y tu familia?

–Mi padre nos abandonó y mi madre no podía con todo. Tengo relación con ella, pero no puedo cargarle con la niña. Luego está mi novio, pero empezó a pegarme, y le dejé. Sigue en las drogas. Se acabó. Estoy mejor sola.

–¿No tienes miedo?

–¿De él? Como me haga algo, tengo amigos que responderán. Ahora se hace pasar por menor y vive en un centro de Torremolinos. En la calle aprendí a defenderme, sabía a dónde ir.

Pero eso era antes de ingresar en el centro malagueño. De tener techo, comida caliente y todo lo necesario para ella

y Roxanne, incluida una paga semanal de 16 euros, a cambio de cumplir una normativa tan sencilla como inquebrantable. Clara empezó a organizarse con un reloj, a sentarse en un pupitre, a seguir unas pautas mínimas de convivencia. «Ahora me viene todo de golpe. Estoy a punto de cumplir los 18 y me veo sola en la calle». La subdirectora de este servicio, Ana Romero, insiste en que no se quedan «tiradas. Si nos demuestran que tienen ganas de salir adelante y carecen de apoyo familiar, les buscamos un piso de la Junta de Andalucía y una plaza de guardería hasta que consigan ser autónomas».

«Más valor que los héroes»

Pero para la logopeda Elvira Rodríguez, especialista en mamás prematuras, «ni los héroes tienen tanto valor como estas chicas, que se enfrentan a un doble reto por sus carencias y por su condición de mujer en unos ambientes profundamente machistas». Quizás sea una de las causas que expliquen la elevada tasa de abortos adolescentes en España. Si en 1998 se sometieron a un legrado cinco de cada mil menores, ahora lo hacen trece de cada mil. Un incremento tres puntos mayor al de los embarazos.

Las tablas del Ministerio de Sanidad, ya con datos de 2008, guardan otras sorpresas. El grueso de las interrupciones, que se redujeron un 1% respecto al ejercicio anterior, se concentran entre los 15 y los 17 años (5.587). Pero también abortaron 386 crías de catorce, 67 de trece y 15 de doce. Por no hablar de la niña de sólo nueve años que decidió no tener a su bebé. Hubo otra de diez y cinco de once años.

Con este panorama, la pregunta parece obligada. ¿A qué edad se estrenan los españoles en la cama? El Instituto de la Juventud, adscrito al Ministerio de Igualdad, dice que a los dieciséis y de una forma «mucho más sensata que antes», defiende su director, Gabriel Alconchel.

Clara no lo fue. Tampoco Marina, una de sus compañeras en la luminosa residencia malagueña, donde pasadas las dos de la tarde devora unas exquisitas lentejas, para después atender a su pequeño Dani y rematar los deberes. Optimismo en estado puro, pinta arco iris donde el resto ve amenazantes nubarrones. «¡Es que estoy muy bien!», exclama con una sonrisa maquillada con gloss de Zara mientras le limpia los mocos al niño. Ingresó embarazada con sólo trece años. «Antes estuve en una casa de monjas, pero me quedé preñada un fin de semana de permiso, y me mandaron aquí». Su madre imploró a los servicios sociales para que la dejaran quedarse en el hogar familiar. «Pero los de Menores le dijeron que yo debía ir al colegio...». Ahora va encantada a clase, mientras su pequeño de dos años crece en la guardería de la propia residencia malagueña. «Este curso me saco el graduado. Me encantan las Ciencias Naturales y la Tecnología. Me gustaría estudiar Puericultura». No se siente «ningún bicho raro en el ‘insti’. ¡Pero si conozco a una niña de once años que se quedó embarazada!». Cualquier argumento le vale para avanzar hacia una vida autónoma con su novio, un pintor de 23 años. Lo peor es la rutina. «Con el niño es todos los días lo mismo. No pensaba que esto era así. ¿Por qué tiene que cenar siempre a las ocho?».

Cada una de estas madres que parecen hermanas de sus hijos sigue un protocolo individualizado en el complejo malagueño, donde los educadores califican dos veces al día su puntualidad, comportamiento, la atención al bebé y el orden. Clara y Marina aprueban de largo, pero las hay que no resisten y se fugan. «Cuando no quieren estar aquí, no las podemos retener», explica la subdirectora. Ocurrió hace pocos meses. El equipo de Ana Romero advirtió a una menor de que, dada la mala relación con su hijo, iba a perderlo. A la mañana siguiente desaparecieron sin dejar rastro.

Otras seis niñas-mamás y dos que lo van a ser en breve aprenden a asumir lo inasumible en la Maternal Antaviana, un centro concertado por la Generalitat y gestionado por la cooperativa social sin ánimo de lucro Vitrall, en Barcelona. Desde su inauguración en 1996, siempre ha tenido sus ocho plazas cubiertas.

«En tiempos de crisis sube más la demanda», precisa su director, Luis March. Como en Málaga, trabajan la doble vertiente de madres y adolescentes, mientras ahondan en el retorno. «Nosotros insistimos con los padres y las familias de sus parejas. Son adolescentes, no hay que olvidarlo, y la vuelta a sus casas es fundamental». A poder ser, con el título del graduado escolar debajo del brazo y la certeza de que la maternidad no es cosa de niñas.