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Historias tras cada esquina

Cádiz Actualizado: Guardar
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Cuentan que en la primavera de 1957 un suceso insólito conmocionó a los gaditanos y dio mucho que hablar durante años. Por aquel entonces los chiquillos del Campo del Sur se divertían saltando los bloques de piedra del rompeolas. En una ocasión, uno de los chavales tuvo la desgracia de presenciar una estampa escalofriante: un pie humano en plena descomposición se escondía entre las rocas. El misterio de la extremidad aparecida sobrevoló Cádiz durante días. Al final, el enigma fue resuelto: semanas antes, tras una intervención quirúrgica, los mozos del Hospital de Mora tiraron el pie amputado al vertedero del Baluarte de los Mártires. Presumiblemente, algún animal, un perro quizás, lo sacaría de allí y lo arrastraría al rompeolas. Un suceso extraño, sí, pero no sería el primero ni el último, ya que la memoria de la ciudad trimilenaria está plagada de anécdotas y acontecimientos, algunos inverosímiles, otros hilarantes, y muchos de ellos pasarían a la posteridad como auténticos hitos en la pequeña historia de una capital grande; grande por sus peculiaridades culturales y por la idiosincrasia de su gente.

Julio Molina Font, abogado de profesión, disfruta desde hace meses de su recién estrenado retiro desde las mesas del Bar Liba. Desde este enclave costumbrista, ejerce su verdadera vocación: observa su realidad más cercana, el ambiente de las calles, el alma arrabalera de una ciudad que ostenta con orgullo una actitud única ante la vida.

Habla con sus vecinos, recopila historietas, opiniones e incluso chismes para reconstruir una historia que no está escrita en los libros de texto. «Siempre he tenido buena memoria», presume. «Hace años colaboraba con la Cope en un espacio en el que contaba historias curiosas de Cádiz», recuerda este gaditano que durante años trabajó como practicante. «Decidí recopilarlas todas e incluirlas en un libro. Se convirtió en La pequeña historia de Cádiz, que en un año se ha colocado como el libro más vendido en la capital y ya va por la cuarta edición». No obstante, trescientas páginas no daban para albergar la cantidad de anécdotas y experiencias que archiva en su memoria. De ahí surgió Más sobre la pequeña historia de Cádiz, una segunda obra que recientemente ha visto la luz y viene a completar el primer anecdotario. En esta ocasión vuelve a recoger costumbres, gentes y sucesos de una época a veces no tan lejana. Las colas del tranvía en el antiguo Gobierno Civil, las cartillas de racionamiento, las casetas de la playa, el tinte Iberia, la carne de caballo, los queu, los urinarios públicos de San Juan de Dios, los bocks de cerveza, los trolebuses de dos pisos y sobre todo mucho ingenio, guasa y picardía. Como la que siempre caracterizó al Matías Prats de Cádiz, también llamado El Catalán, que se dejaba ver por la calle Ancha junto a la esquina de la farmacia Carabott. Este hombre se hizo merecedor de tal mote por su afición de radiar partidos de fútbol imaginarios mientras paseaba por las callejuelas. Con la mano en la boca, retransmitía los goles con tal pasión que a menudo congregaba espontáneos espectadores. En una de éstas, se formó un grupo numeroso en torno a él, lo que alertó la atención de una pareja de grises que rondaba por la zona. Dispuestos a disolver cualquier tipo de acto subversivo, se dirigieron al corrillo, a lo que el Matías Prats gaditano, que los vio venir, empezó a emitir la irrupción estelar del generalísimo en el estadio: '... y en estos momentos hace su entrada en el Bernabéu su Excelencia el Jefe de Estado... ¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!', gritaba El Catalán, acompañado por sus improvisados radioyentes. Una exaltación de patriotismo que llevó a los agentes a dar la vuelta y seguir su camino.

'Superhéroes de barrio'

Son muchos los personajes que pueblan las páginas de los dos libros de Julio Molina, como la del archiconocido púgil convertido en limpiabotas Kid Betún, que «un día se presentó en la librería Manuel de Falla para preguntar cómo iban las ventas de su libro», cuenta el escritor. 'Muy bien' le informaron, a lo que el ex boxeador espetó: 'Pues todavía yo no he visto un duro'. Junto a él, tampoco falta El Bojiga, un hombre dicharachero con una innata capacidad para el cante que paraba por Santa María; o El Morterá, pupilero de la pensión Norte en la vía Manzanares, un oficio ya desaparecido de las calles, cuando la gente se buscaba la vida de mil maneras. Los pupileros se dedicaban a ayudar a los viajeros que llegaban a Cádiz a buscar hospedaje en algunas de las decenas de fondas que poblaban la ciudad.

Enamorado de la mar, Julio Molina Font confiesa que su rincón favorito de la capital es la playa de Santa María del Mar. «Me encanta sentarme a escuchar el sonido de las olas, que nunca son iguales, como las llamas del fuego». Otro de sus lugares predilectos es el camino que discurre hacia el castillo de San Sebastián, «el chapoteo del agua es lo más sedante que hay».

Al igual que hicieran sus padres y abuelos con él, a este autor le encanta contarle batallitas a sus nietos. Como la de cuando se colaba con sus intrépidos amigos en los pasadizos subterráneos que circulan bajo las Puertas de Tierra. «Ninguno quería ser el último, pero tampoco el primero», recuerda entre risas. Son muchos los túneles que discurren bajo el casco histórico. «Hay conductos desde el Pópulo hasta la Plaza Mina. Parece ser que son galerías de época romana que servirían de alcantarillado». Al barrio más antiguo de Cádiz Julio Molina le dedica un capítulo entero, Cádiz Oculto. Reducto de lascivia, lujuria y sordidez, el Pópulo encierra cientos de historias entre sus esquinas y detrás de sus casapuertas. «En los años cincuenta contaba la ciudad con salas de fiestas o cabaret donde se exhibían muchachas ligeritas de ropa, componentes de aquellos ballets que decían ser exóticos e internacionales, como rezaba la cartelería publicitaria», recoge el último libro de Julio. No obstante, el escritor prepara un monográfico sobre el barrio con más solera de la ciudad. «He encontrado una documentación muy interesante sobre el Pópulo, algunas cartas...Estoy investigando sobre el tema para un nuevo libro», apunta.

Dichos para no olvidar

Otro de los alicientes de este volumen es la recopilación de expresiones populares del Cádiz de la época. «Cada capítulo está titulado con un dicho típico gaditano, que luego aclaro para que lo entiendan todos los lectores que no sean de aquí». Así, se explica el origen de frases como Cogerlo ahí..., Tengo el cuerpo cortao, Los muertos quien no... o Que vienen los queu, el nombre que recibían coloquialmente los guardias municipales.

Sin duda, uno de los mayores regalos que le ha traído a Julio la edición de estas dos obras ha sido compartir historias, vivencias y recuerdos con otros gaditanos, muchos de ellos emigrantes o hijos adoptivos de la ciudad. «El otro día me trajeron un ramo de flores a la presentación del libro de parte de una mujer que vive en Francia a la que conocí hace poco. Uno de sus familiares le había enviado un ejemplar y quiso ponerse en contacto conmigo. Ella vivió hasta los 18 años en la ciudad y al leer la obra revivió un montón de recuerdos. El primer día habló con mi mujer y se tiró media hora y cuando ya pudimos hablar nos tiramos una hora y media. Después vino a Cádiz a conocerme y estuvimos en el Bar Liba charlando y compartiendo historias». Han sido muchas las satisfacciones y las muestras de cariño. «No sólo se me han acercado personas mayores, también chavales jóvenes que decían que muchas de estas historias se las habían escuchado contar miles de veces a sus padres».

Así, a través de estos dos libros, los lectores acompañarán a su autor en un recorrido por «un mismo paisaje sentimental que es el de la memoria colectiva aunque entreverada, como no podría ser de otra forma, de remembranzas íntimas», afirma Juan José Téllez en el prólogo del segundo volumen, que remata así: «[...] Y tal vez en ese puñado de palabras esté contenida la esencia de una ciudad, que antes que fíbulas de la antigüedad o adoquines postmodernos, sigue siendo ante todo una actitud ante la vida».