El cadista, Raúl López, colaboró con la chirigota de El Canijo en el Falla.
yolanda vallejo

Las tres patas del banco

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No hay nada más peligroso que hacer experimentos sociológicos con el convencimiento de que se están dando grandes saltos para la humanidad, porque al final los grandes saltos para la humanidad se quedan en pequeños pasos para el hombre, como ya vaticinó hace cuarenta años Neil Armstrong en la Luna. De aquel experimento sociológico, que revolucionó la fórmula de entretenimiento televisivo en la primera edición de Gran Hermano, hemos aprendido que el hombre en cautividad es capaz de comportarse como cualquier animal de laboratorio, «todo se magnifica allí dentro» dicen las cobayas televisivas, mientras levantan pasiones y audiencia en la misma proporción en la que son capaces de perder todo tipo de escrúpulos y de pudor. Pero a veces, la reacción de los telespectadores es proporcionalmente inversa a los resultados empíricos del experimento. Miren, si no, el engendro de Curso del 63, el reality con el que Antena 3 pretendía demostrar lo nefasta, y cerril que era la educación de hace unas décadas y que sólo ha conseguido que la masa enfebrecida que consume este tipo de programas ande por ahí diciendo a gritos que lo que necesitan los jóvenes de hoy es un San Severo que los meta en cintura. Los constantes desafíos de los estudiantes -por llamarlos algo- a los fingidos profesores, sus hábitos alimenticios -había quien lloraba porque le faltaba la Coca-Cola en el desayuno-, sus modales en la mesa, en el aula y ese eterno halo de adolescencia que todos llevaban sobre el uniforme, han bastado para que el programa les haya salido más que rana, un sapo. Un error. Y como decía Gustav Le Bon «cuando un error se hace colectivo adquiere la fuerza de una verdad».

El dialecto gaditano

Y como siempre, uno de Cádiz en el experimento. David García, que afirma que su paso por el programa ha sido el mejor momento de su vida -con eso ya lo dice todo- se ganó pronto el favor del público con esa peculiar forma de hablar que ponemos en práctica cuando tenemos una cámara por delante «a cualquiera de Cadi Cadi le saldría lo de decir pisha». A cualquiera, no. Pero bueno, es algo que tenemos asumido, porque como dice el gaditano de San Severo, «se ha demostrado que los de Cádiz, en estos programas, siempre dan el callo y dejan el pabellón muy alto». Que le vamos a hacer. Maestros de la sinécdoque, que como saben es aquella figura retórica que consiste en designar a un todo entero por una de sus partes «pars pro toto» -es latín, no me malinterpreten-, de ahí lo de «un picha» que tanto se utiliza para calificar a uno de Cádiz. Maestros de la sinécdoque, que somos capaces de quedarnos sólo con una parte mientras creemos que tenemos un todo.

No hace falta ser un lince ni experimentar sociológicamente mucho para darnos cuenta de cuáles son las tres patas sobre las que asienta el banco de la sociedad gaditana. El Carnaval, la Semana Santa y el fútbol. Cualquier noticia, cualquier programa de radio o televisión, cualquier opinión tendrá un efecto amplificador si se mencionan una o las tres palabras mágicas. Pan y circo, podrán decir. Lo que quieran. Pero lo cierto es que nada remueve tanto los pilares de esta sociedad apática y conformista que salta lo mismo al ritmo del tres por cuatro, que al de campanilleros que al de amarillo se pintan las caras. Y es ahí justamente donde mejor aplicamos lo de la metonimia y la sinécdoque, porque cuando decimos Carnaval, Semana Santa y fútbol nos estamos refiriendo sólo a una cara del poliedro, llamando a una parte por el todo, porque cuando decimos Carnaval, Semana Santa y fútbol sólo nos referimos a Concurso de Agrupaciones, Cofradías y el Cádiz. Ni más, ni menos.

Carnaval, la fiesta callejera

Hace años que nuestro Carnaval cambió de escenario y se quedó con las tablas del teatro como única manifestación de lo que en principio -y en final también, por mucho que nos engañemos- era una fiesta callejera, sin normas ni estrecheces de miras. Lo llamamos carnaval, por la costumbre, pero sólo es un concurso endogámico donde se afilan los cuchillos en la piedra que tiramos cuando escondemos la mano. Perdido el sentido original de la fiesta, todo es un ir y venir de despropósitos, una trinchera en la que se cruzan unos fuegos que sólo sirven para calentar a unos pocos. Un concurso que cada vez empieza antes -la crisis, será, y las ganas de buscarse la vida- y acaba justo cuando ya hay quien empieza a advertirnos que cuanto más oscuro sea el terno, mejor. Porque a la Semana Santa le ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Hablamos de Semana Santa y nos referimos sólo al pregonero -vocero, dirán por ahí- al ruán, al repostero, al senatus y al sentido de la Carrera Oficial. Nada más allá de los besamanos, del exorno floral y de las marchas procesionales -el certamen del pasado domingo lo resumía todo-. Una reunión de frikis empeñados en convertir la festividad religiosa en un Martes de Carnaval. Como en el fútbol, donde el espíritu deportivo se ha puesto la camiseta del Cádiz cambiando la deportividad por un sentimiento amarillo que ha sido capaz de sustituir al equipo por la equipación. La parte, otra vez, por el todo.

Tal vez estemos ante un experimento sociológico. Tal vez no interesa que veamos la otra cara de la Luna. Tal vez estemos, sin saberlo, como los de Gran Hermano, magnificándolo todo. Quién sabe.