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Víctimas y paganas

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Nadie podrá poner en duda la entereza demostrada a lo largo del angustioso secuestro del 'Alakrana' por las mujeres de los tripulantes, obligadas combatientes por la libertad de sus maridos, padres, hermanos. La empatía que han suscitado en la opinión pública su dolor y su pelea no ha logrado liberarse, sin embargo, de la sentida condescendencia, de la conmiseración en muchas ocasiones, con que suelen contemplarse a quienes sufren un drama tan extremo.

Una vez más, ha vuelto a operar la desafortunada máxima de que 'las víctimas siempre tienen razón', lo que en lugar de legitimarlas como un agente insoslayable, como una voz valiosa más allá del coraje, ha llevado a obviar la relevante tarea que aquéllas que estaban en tierra podían desempeñar para la adecuada resolución del secuestro. No hay que olvidar que la tensa calma en torno al cautiverio se rompe el día en que los piratas deciden utilizar las comunicaciones directas de los secuestrados con sus familiares para sembrar el pánico a un desenlace fatal.

Haber considerado desde el principio a las compañeras de los marineros como algo más que abnegadas sufridoras habría evitado, seguramente, las incómodas distancias y los roces que han aflorado en tan compleja gestión. Una gestión que ha dañado, sin duda, la credibilidad de las otras dos mujeres con papel esencial en esta crisis, la vicepresidenta De la Vega y la ministra Chacón.

La primera nunca debió permitirse el desliz de viajar a Argentina en las horas más críticas, aunque quizá lo más preocupante sea que su ausencia al frente del comité de crisis no pareció tener impacto alguno, ni bueno ni malo. Que asumiera "toda la responsabilidad" en el embrollo político y judicial en que desembocó el secuestro, más que honrarla, lo que hace es cuestionar la efectividad de su labor de coordinación. En cuanto a Carme Chacón, no es la primera vez que se ve desairada en sus actuaciones, como ocurrió con el anuncio de la salida de las tropas españolas de Kosovo.

En la jornada feliz de la liberación del atunero bermeano, el presidente Zapatero, que tanto se vanaglorió en su día de haber promovido un Ejecutivo con la primera vicepresidenta de la historia y la primera ministra de Defensa, mencionó a ambas en su lista de agradecimientos pero sólo dedicó una singular dedicatoria a un Miguel Ángel Moratinos del que elogió, elocuentemente, su "gran eficacia".