Editorial

Escepticismo dominante

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L a convención celebrada por el PP en Barcelona, con el propósito de proyectar una imagen unitaria de dicho partido, ha tenido lugar al término de una semana en la que se han evidenciado serias diferencias en el seno del gobierno de Rodríguez Zapatero a cuenta de la gestión de la crisis del Alakrana. Mientras los populares trataban de minimizar la relevancia que sus rencillas internas adquieren respecto a sus aspiraciones de cara a las sucesivas convocatorias electorales que jalonarán el camino hasta las generales, los socialistas dejaban aflorar desavenencias y tensiones que anteriormente habían aparecido, en torno al relevo de Pedro Solbes por Elena Salgado. Pero, más allá de las apariencias de cohesión o de división que han podido ofrecer las cúpulas de las dos grandes formaciones, la vivencia partidaria está reflejando el escepticismo con el que la ciudadanía contempla la capacidad de la política para afrontar y resolver los problemas que realmente importan. Resulta significativo que cuando una crisis global provocada por los límites que tiene el mercado para regularse brinda a la política la oportunidad de reivindicarse a sí misma, ésta no se muestra capaz de dar impulso al cambio en el patrón de crecimiento que dice preconizar. O que cuando los efectos de un Estado fallido en uno de los lugares más depauperados del planeta conducen a un secuestro pirata tan difícil de prevenir como complicado de resolver, el Gobierno acaba desconcertado. De manera que probablemente ni la deseada liberación de los treinta y seis tripulantes del atunero ni la recuperación de la economía serán considerados por la opinión pública como resultado de la buena gestión gubernamental, sino como logros obtenidos casi a su pesar. Ayer Mariano Rajoy quiso consolidar su liderazgo y afianzar las expectativas de su partido de cara a próximos comicios resaltando su «independencia». Pero los recelos y el escepticismo que pueda suscitar la manera que Rodríguez Zapatero tiene de orientar la acción de gobierno no se convierten en esperanzada adhesión al PP. Porque la particular forma que Rajoy tiene de dirigir a su partido, y la frialdad que afecta a las relaciones en su seno, inducen un escepticismo social equiparable al que arrastra el PSOE. El encuentro de Barcelona ha sido la enésima ocasión en que los populares han conseguido pasar la página de las desavenencias domésticas para mostrarse como una formación razonablemente unida tras los problemas que ha padecido en las últimas semanas.