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Una fábrica para volar

Construcción aeronáutica es sinónimo de CASA, una empresa que abrió su primera factoría en la capital gaditana en 1926 y que ha dado trabajo hasta a tres generaciones

CÁDIZ Actualizado: Guardar
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«Tú vas a ser un buen operario, te quedas con todo», le dijo el maestro de chapistería Schmidt a Bernardino Pereira pocos días después de que el gaditano entrara a trabajar en Construcciones Aeronáuticas, S. A. -CASA-. Corría el año 1948 y tenía 23 años. No podía saber en aquel momento que el resto de su vida laboral transcurriría en aquella empresa; que también dos de sus hijos trabajarían en ella (uno de ellos falleció en un accidente y el otro aún ficha a diario en la fábrica de Airbus en Puerto Real); y que uno de sus nietos iniciaría estudios de ingeniería aeronáutica, realizaría prácticas de trabajo en la compañía y que, posiblemente, también labre su futuro en la creciente industria avionera de la Bahía.

Bernardino nació en 1925, un año antes de que se construyera la primera factoría de la empresa en Cádiz y sólo dos después de que la fundara José Ortiz de Echagüe. Cuando comenzó su andadura entre retales de aviones, la factoría de la empresa ya estaba en Puntales, donde próximamente se levantará el nuevo hospital de la ciudad. Sin embargo, él aún recuerda la primera fábrica de CASA, la que se encontraba frente a otro hospital, el Puerta del Mar, junto a lo que hoy es la Escuela de Enfermería. Fue el trabajador número 127, identificación de algún antiguo empleado porque en aquella época, el centro de producción ya contaba con cerca de 200 personas en plantilla. El proceso de selección fue rápido. Su andadura profesional previa comenzó a los 12 años. Trabajó como mecanógrafo en los juzgados, en un taller de electricidad y en una perfumería. Pasó de tres pesetas al mes más una remesa de tabaco de picadura que fumaba su padre a 300 pesetas en el comercio. Pero llegó el momento del servicio militar. Lo hizo en el Ejército del Aire. Fue su primer contacto con el mundo de la aeronáutica. Cuando se licenció y volvió a su Cádiz natal, su trabajo ya no estaba allí. La perfumería había cerrado.

En la Cádiz de posguerra no era más fácil encontrar un buen trabajo de lo que lo es en la actual. Y aún así tan sólo estuvo seis meses parado. Un día pasó por delante de la fábrica de Puntales y se le ocurrió pedir trabajo allí. Le envió una carta al subdirector, José María Cervera, pero equivocó el nombre y la remitió a Juan Cervera. Se la devolvieron con una nota en la que el directivo le señalaba que su nombre era José María. La reenvió y el mismo día recibió recado de que se presentara en la empresa. Hizo una entrevista, pasó un reconocimiento médico y en 48 horas ya estaba trabajando.

Entró de chapista, a las órdenes del maestro chapistero Schmidt, que era alemán y que enseguida percibió las aptitudes del joven Bernardino. Se trabajaba en la construcciones de distintos aviones. Uno de ellos era el C201 Alcotán, un aparato de transporte ligero de dos motores. En Cádiz se producían los timones y las partes del mecanismo de gobierno, que, una vez manufacturadas, se enviaban a las instalaciones de CASA en Sevilla. Con este avión, la constructora aeronáutica española desarrolló su primera nave de hélice para pasajeros, que le sirvió de base para proyectos posteriores.

Bernardino estuvo dos años en chapistería. «El trabajo era artesanal, se hacía todo a mano», explica. La única maquinaria de la que disponían eran tornos, taladradoras y fresadoras. La curva exacta de una pieza de chapa se obtenía con moldes de madera, se combaba el metal manualmente hasta que presentara el resultado necesario. A continuación pasó a los talleres de montaje.

Malos tiempos

Andando el tiempo, la carga de trabajo comenzó a escasear. Corrían los años 60 y en la fábrica aeronáutica gaditana se comenzó a trabajar en productos que tenían bastante poco que ver con los aviones. Desde el centro de CASA, Bernardino colaboró en la fabricación del Seat 1.500 para el que se hicieron escapes, embellecedores y otras piezas en el centro de Puntales. Y aún manufacturaron productos más asombrosos. La falta de contratos obligó a la empresa a instalar telares en su nave. La industria textil era, entonces, más pujante que la construcción de aeronaves. Y aún empeoró más la cosa. La empresa lo mandó a Alemania, al centro de producción de otra compañía, Dornier. Pasó siete meses en tierras germanas, donde pronto fue reclamado por sus nuevos jefes por la habilidad como chapistero que demostró en pocos días. Resolvió el problema del idioma gracias a un compañero que era hijo de española. Guarda un buen recuerdo del medio año que pasó allí. Cuando volvió a la factoría de Puntales, le destinaron a un puesto de control de calidad como verificador.

«Por aquel entonces era la empresa que peor pagaba en la Bahía», recuerda Bernardino. Eran otros tiempos y hace años que le dieron la vuelta a esa tortilla. Pero eso sucedió antes de que el abuelo Pereira se jubilara en 1981. Él y algunos de sus compañeros se pluriempleaban en otros oficios como albañil para sacar adelante a sus familias. También había lugar para la picardía: «Algunos se llevaban las sobras de chapa que resultaban de la fabricación de piezas y las vendían como chatarra, aunque estaba totalmente prohibido», explica. Bernardino tiene grabada en la memoria una imagen de cómo han cambiado los tiempos: «Cuando yo entré en CASA, en la entrada de la factoría sólo había bicicletas, los únicos dos coches eran los del director y el subdirector».

Hoy no hay suficientes plazas de aparcamiento en el centro de Airbus de Puerto Real para sus más de 400 trabajadores -a los que hay que sumar también los empleados de las industrias auxiliares que trabajan en las instalaciones de la constructora aeronáutica-. José María, hijo de Bernardino, comenzó a trabajar en la empresa en 1973, cuando tenía 18 años.

El consorcio

Un año antes, CASA se integró como miembro del Grupo de Interés Económico Airbus Industries, un consorcio que impulsaron los gobiernos de Reino Unido, Alemania y Francia y que, al principio, no construía aviones, sino que se limitaba a su diseño y venta. La planta gaditana aún estaba en Puntales y ya contaba con tres centenares de trabajadores. Aún crecería hasta los más de 1.100 que tenía en plantilla cuando su padre alcanzó el merecido retiro. La compañía hizo pasar a José María un examen de tecnología. «Yo ya había cursado Primero en la Escuela de Maestría de Cádiz, así que ya dominaba la prueba práctica y la teórica», apunta. Comenzó a trabajar en el aparato número 13 del modelo C212 Aviocar, un avión de transporte y que también se utiliza como patrulla marítima y que supuso un gran éxito comercial. En Cádiz se producía toda la estructura antes de enviarlo despiezado a Getafe para su ensamblado final. Se fabricaron más de 200 ejemplares de este avión. «Se llegaron a hacer cinco aparatos al mes de este modelo», asegura José María. Mientras trabajaba, su padre hacía lo propio en otra nave de la factoría durante los ocho años que aún tardó en jubilarse Bernardino. En 1988 abrió la actual planta de Puerto Real, donde trasladaron al alrededor de 400 montadores de estructuras aeronáuticas y donde está empleado José María en la actualidad. La vieja fábrica de Puntales siguió funcionando hasta el fin del milenio.

El próximo 2 de diciembre se cumplirán diez años de la fusión de CASA con EADS, una operación que dio origen a la actual EADS-CASA, corporación aeroespacial a la que pertenece Airbus. El día de la efeméride, otro Pereira, también José María, hijo del trabajador del constructor aeronáutico y nieto de Bernardino, estará haciendo sus prácticas en el departamento de compras del centro puertorrealeño. Tiene sus miras puestas en la industria auxiliar aeronáutica para labrar su futuro.