El presidente del PP, Mariano Rajoy, durante su intervención ayer en el Comité Ejecutivo Nacional del PP, en la que apeló a la disciplina. / REUTERS
ESPAÑA

«No habrá próxima vez»

Rajoy promete actuar con contundencia para garantizar la unidad del PP y amenaza con utilizar la elaboración de las listas para imponer disciplina

MADRID Actualizado: Guardar
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Mariano Rajoy tiene las manos libres para actuar con contundencia, aplicar sin contemplaciones los estatutos del PP y así atajar la indisciplina interna, como prometió que hará para que no se vuelvan a repetir crisis tan graves como las que han sacudido al partido en las últimas semanas. «No habrá próxima vez», proclamó ayer ante el Comité Ejecutivo Nacional del PP, en perfecto cierre de filas con su líder, sólo alterado por la ausencia de Esperanza Aguirre. Rajoy cuenta con el apoyo unánime del órgano de dirección, que le pidió que ponga coto a su paciencia y tome medidas exigentes. En primer lugar, para poner orden en Madrid, donde la presidenta y el alcalde continúan enfrentados.

El líder del PP quiso demostrar que la reunión del Comité Ejecutivo será un punto de inflexión en su presidencia y que, a partir de ahora, las cosas van a cambiar porque -como ya advirtió en Cartagena- a él se le ha agotado la paciencia y «santo Job sólo hubo uno». Para empezar, no ahorró críticas a los revoltosos, asumió, sin complejos, que el partido atraviesa una situación «grave», aunque algunos asuntos -en Madrid y Valencia- hayan sido resueltos en las últimas horas, y anunció un golpe de timón para el futuro a fin de garantizar la paz interna. Insistió en que lo que ha ocurrido recientemente es «inadmisible y por tanto no se puede volver a repetir nunca».

Rajoy reservó para su discurso la primera intervención del comité y dejó que hasta 26 dirigentes intervinieran después, para tomar nuevamente la palabra y cerrar la reunión con los mismos mensajes. La transgresión de los estatutos, una quiebra de la lealtad o la presión a los órganos de dirección suponen un daño objetivo al partido que -dijo- «lesiona nuestra imagen, estorba nuestro proyecto, indigna a nuestros militantes, desconcierta a la opinión pública y desanima al electorado». «No puedo aceptar que nadie diga que no somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos y por tanto no podemos gobernar España», añadió tras alertar del riesgo que supone la desunión para el proyecto popular porque, en definitiva, tanta bronca «debilita la alternativa» que representa.

La dirección nacional se esforzó en preparar a conciencia la emblemática reunión y el líder ya sabía cuando intervino que le esperaba un respaldo sin fisuras de su Comité Ejecutivo, donde están presentes todos los líderes territoriales. Sin embargo, les envió un mensaje nítido en una defensa exigente de la disciplina interna administrada desde la dirección nacional, para que no cunda el ejemplo de lo que ha ocurrido en Madrid y Valencia. «El PP es un partido nacional y nunca vamos a renunciar a serlo», afirmó. «No somos un partido federal, ni mucho menos un reino de taifas».

Tras el diagnóstico, anunció el tratamiento que impondrá a la organización que preside para impedir su deriva caótica. Advirtió que va a tomar medidas en aras de la unidad y será inflexible en la exigencia del cumplimiento de los estatutos, no sólo en el ámbito nacional sino también en todos los territorios. «Cumpliré con mi obligación y os pido que también lo hagáis», demandó a los líderes autonómicos. «Si tengo que actuar con contundencia lo haré», prometió y reconoció que es lo que le reclama el partido y toda la sociedad. Los dirigentes del Comité Ejecutivo le demostraron, en sus discursos, que estaba en lo cierto e incluso hubo quien fue más allá y le espetó: «Tu única virtud no puede ser la paciencia». Quizá por vez primera con tanta claridad, Mariano Rajoy exhibió sus poderes en la organización, así como su más potente palanca de presión, al recordar que dentro de sus competencias como presidente están las decisiones del Comité Electoral Nacional, órgano que aprueba las listas a los comicios municipales y autonómicos. Fue una clara advertencia a quienes tengan la tentación de seguir desafiando su autoridad para que no les quepa duda de que pueden ser excluidos de las candidaturas a las elecciones fijadas para 2011. Tanta importancia concedió al valor de esta amenaza que la repitió en su segunda intervención después de haber escuchado a sus compañeros.

Militantes hartos

Manuel Fraga, que fue el primero en intervenir tras el presidente, se identificó con las quejas del castellano-leonés Juan Vicente Herrea, que no pudo asistir a la convocatoria pero que, el pasado jueves, denunció que los militantes están hartos de los conflictos internos. En un tono idéntico se produjeron todos los discursos mientras el santo Job, el caso Gürtel y Caja Madrid sobrevolaban en los sobreentendidos del debate. Francisco Camps apenas entró en materia y se limitó a dar cuenta de los cambios que acometió en el PP de Valencia, con el apoyo de una amplia mayoría del partido y en connivencia con la dirección nacional.

Rajoy prestó menos atención al problema de corrupción que afecta a su partido y a otras fuerzas políticas, aunque señaló que es algo que le «preocupa». Anunció medidas contundentes contra los corruptos porque «nadie que se haya manchado puede formar parte de nuestro partido», pero defendió su respuesta al caso Gürtel como equilibrada y «con soluciones diferentes a casos diferentes porque no todos los comportamientos son iguales».

Reiteró el anuncio de una próxima aprobación del Código de Buenas Prácticas en el PP y ofreció a los otros partidos «un gran pacto por la transparencia y contra la corrupción». Además, indicó que el partido opositor aprobará las medidas que le parezcan oportunas para prevenir y paliar la corrupción política en la reunión intermunicipal que celebrará a finales de noviembre.