La trinchera

Derecho a equivocarse

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Da la sensación de que nadie piensa en ellos. Al Gobierno le viene bien que los chavales consten en las listas de escolarizados, porque así los saca de las del paro. A los padres la idea también les mola, porque un adolescente confuso en casa en cuanto termina Fama molesta mucho. Quizá haya que obligarlos a leer Guerra y Paz, profundizar en la genética del paramecio y distinguir entre Kant y Hegel, algo útil para cuando les ofrezcan 600 euros por descongelar hamburguesas, vender seguros o limpiar letrinas. No es lo mismo un repartidor de pizzas que domine la perspectiva aristotélica de la verdad, que uno que piense que Tailandia está en África. El segundo, tiene más posibilidades de entregar la pizza fría.

El problema es que ya no les quedan argumentos. Antes la ecuación era: «Estudia, y así encontrarás un buen trabajo. Ergo: estudia y tendrás cerquita la felicidad». Ahora, los chavales ven a sus padres haciendo malabarismos con la nómina y el paro y se repiten: ¿Para qué?

El socialismo fracasó porque igualaba a la baja. No se repartió la riqueza, sino la miseria. El capitalismo está enseñando a las nuevas generaciones que hay riesgo de que les ocurra lo mismo: que el abogado mileurista lo pase peor que el repartidor de pizzas que no sabe dónde anda Tailandia.

En la iniciativa del ministro hay un problema moral: ¿Las chicas de 16 años tienen madurez para decidir abortar, pero no para decidir si quieren dejar la escuela? O son mayores o no lo son. Nadie puede privar a un ser humano formado del mayor de todos los derechos: el derecho a equivocarse. Es una de las pocas libertades que (todavía) no nos había robado el sistema.