MAR ADENTRO

Patricia Ariza y el delito de ser 'jipi'

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Cádiz es una ciudad rara. Como el personaje de Miguel Pantalón de Fernando Quiñones, que hoy nos devuelve Rafael Álvarez El Brujo en una interpretación gestual, vivida, tan literaria como jonda, dramática y desternillante, en una función sobre el monologo de El Testigo que inaugura las sesiones del Festival Iberoamericano de Teatro. Así que nada extraña que la misma ciudad que entregó al impresentable Álvaro Uribe, presidente de Colombia, el premio a la Libertad que lleva el nombre de Las Cortes de Cádiz, le rinda homenaje a través del FIT a una de sus víctimas. Se trata de la dramaturga, poetisa y actriz Patricia Ariza quien, con tan sólo dos años, llegó a Bogotá desde la demarcación colombiana de Santander, huyendo de la violencia, ese producto interior bruto que devora desde entonces la realidad de su país.

En su juventud, es cierto que militó en las Juventudes Comunistas. Sus reconocimientos artísticos le han deparado premios de primer orden como el Príncipe Claus, que recibió en Holanda en 2007, «por sus aportes a la cultura universal y su compromiso artístico con la búsqueda de la paz para la nación colombiana». Incluso en 2008 fue condecorada con la Orden del Congreso de su país en reconocimiento a «toda una vida dedicada a la cultura». Pero tan sólo unos meses más tarde, trascendía la existencia de un expediente policial que la calificaba como sospechosa de subversión y de encubrir actividades de propaganda de las FARC. El documento añadía otros argumentos de peso para ponerla en el ojo del huracán: esto es, que en su juventud hubiera militado en el movimiento artístico nadaísta y hubiera sido jipi. Les faltó acusarla de lo que realmente es: una activista de los derechos humanos y del feminismo.

Alma del célebre Teatro de La Candelaria, desde luego sus coqueteos con la guerrilla no han sido tan evidentes como la luna de miel del dramaturgo español Alfonso Sastre con el mundo abertzale. Y en cualquier caso nadie se ha atrevido a sentarla en el banquillo y a ponerla entre rejas, sino simplemente a condenarla a la infamia, al rumor y a las acusaciones sin pruebas. También se sabe que, por causas misteriosas, el correo de la Corporación Colombiana de Teatro, entidad del movimiento teatral que ella preside, ha sido bloqueado y, en más de una ocasión, ella y su compañero, el director de teatro Carlos Satizábal, han recibido amenazas anónimas.

Escritores como Laura Restrepo y Eduardo Galeano encabezan una larga relación de firmas en apoyo a Patricia Ariza, que también recibió el respaldo del FIT y que ahora va a recibir su homenaje directo. En el texto que suscriben se recuerda que «hoy en Colombia numerosos líderes sindicales y sociales son asesinados, amenazados o desterrados», al tiempo que alertan «al Gobierno de Colombia y a sus fuerzas de seguridad para que desistan de sus montajes e infamias contra ella y respeten la libertad de pensamiento y la independencia de los artistas, académicos, periodistas, poetas e intelectuales».

Patricia Ariza, según cuentan quienes la conocen, no está en pie de guerra sino en pie de paz. Y gracias a su trabajo a escala mundial, mucha gente se ha sensibilizado «en la defensa de los derechos humanos de este país tan devastado por la violencia, el narcotráfico y el secuestro». No creo que ese tal Uribe pueda decir lo mismo.