LA ESPINITA CLAVÁ

Morales (pero no Evo)

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Siete de cada diez artículos que se escriben en este país (y seguro que en los otros) versan sobre la moral de los políticos. La estadística acabo de sacármela de la manga, pero es probable que no diste mucho de ahí. A menudo juzgamos a los Camps y los Ric y a todos sus antecesores como si hubieran salido de una casta criada en un pueblo aislado de los Apeninos.

En realidad, son tan como nosotros... Con las mismas vilezas y pequeñas trampas para justificar nuestros actos. Desde el ejemplo menos grave, como cuando al fin te decides a ir al gimnasio y un pequeño ser te resopla: «si total, no tienes las zapatillas adecuadas» o «es muy caro» o «con comer un poco de brócoli lo arreglas». Cualquier disculpa es bien recibida para quedarse acurrucado entre las sábanas. De ahí a lo más grave. Una cartera en el suelo con 500 euros, con DNI y tarjetas personales con la dirección del pobre desgraciado al que se le ha caído, tal vez en una carrera hacia el autobús. O por ir borracho. Nuestro cerebro elabora rápidamente un listado con 20 razones por las que no deberíamos devolverla.

La velocidad a la que se fabrican excusas para doblar el pulso a nuestro espíritu noble es pasmosa. Si los científicos lo hubieran tomado como fórmula para medir las distancias entre planetas, en lugar de la velocidad de la luz, habría sido más fácil calcular a cuánto queda Marte. En un mundo -el nuestro- en el que un taxista devuelve un maletín con miles de euros y ya es merecedor de una portada (cuando no de la burla de los vecinos) pueden, deben y seguirán existiendo los trajes por la patilla, las cámaras frigoríficas para guardar los visones, los yates y la multiplicación exponencial del patrimonio propio.