CÁDIZ

Cifras y jetas

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Los premios tienen el prestigio de los premiados (nada más o nada menos) y arrastran los mismos adjetivos que sus destinatarios. Obama ha inaugurado una nueva categoría: el campeonato mundial del ojalá, cuyo lema es «le galardonamos a usted porque creemos que, en algún momento, hará algo y lo hará bien».

Pero además de ése de la Paz, que todos los años habría que dejar desierto, hay premios Nobel y premios Nobel. Por ejemplo, el de Medicina parte de la buena intención y, se supone, tiene aplicaciones prácticas. Nadie lo discute nunca, sobre todo por ignorancia, y además está creado para recompensar y animar a los mejores en la carrera por alargar la vida de todos.

Luego, llega la industria farmacéutica (una de las tres más corruptas y despreciables del planeta junto a otras dos) y ya se encarga de chafar el capítulo de Heidi. Pero, al menos, la idea de partida es positiva y, es justo reconocerlo, tiene algún efecto real en la décima parte del planeta que come lo que quiere, no lo que puede, y donde la esperanza de vida cada vez es más larga.

El Nobel de Economía, ni tiene esos buenos principios ni jamás ha tenido efecto empírico alguno. Hablando en plata: que ninguna de las autoridades que lo ha ganado se ha forrado (sería tan obvio como feo) ni ha conseguido, a lo largo de un siglo, modificar una décima el reparto de la riqueza en el mundo ni el mejor aprovechamiento de los recursos en beneficio de grandes sectores de la población.

Uno de ellos, Edward Prescott, pasó por Sevilla la pasada semana y dijo que en España hay más paro porque «los desempleados se toman la pérdida del empleo como unas vacaciones en un país con tanto sol». Ese tío, tiene un Nobel. No se concede ninguno a la gilipollez. Todavía. Es economista. De todas las formas posibles de transmitir el mensaje de que el mercado laboral español necesita profundas reformas, eligió la más generalizadora, injusta y cruel. Cómo se nota que no tiene ese drama en casa. Con pensar en un solo caso trágico, en una persona desesperada de veras por trabajar en lo que sea (que alguna hay, so estúpido) entran ganas de hacerle comer el diploma sueco hasta el atragantamiento.

Es lo que tiene ser uno de esos teóricos de la Economía, dueños de grandes ideas que jamás se transforman en nada ni consiguen suavizar los ciclos de crecimiento (para algunos) y recesión (eterna para los demás). Serán muy brillantes, pero ni uno solo ha sido capaz de torcer leyes universales como: si naces lechón, mueres cochino; no das el perfil; el que parte y reparte se lleva la mejor parte o esto es lo que hay.

Son los prestidigitadores de las cifras. Los números, como nos han grabado a fuego en los últimos meses, son como las patrias y los organigramas: el último refugio de los miserables. Cuando se ven acorralados, sueltan una cifra, un dato, un croquis, para que la injusticia y la desigualdad sigan a buen recaudo, para que todo siga tal cual. Para comprobarlo, basta recordar algunos curiosos dígitos de los últimos días.

Me río de Janeiro

Los ejecutivos de banca en España se retiran, en este año tan duro, con una paguita de tres millones de euros al año. Los comentarios puede ponerlos cada uno, siempre que los niños no estén cerca. No conviene que escuchen esas cosas. La segunda candidatura madrileña a los Juegos Olímpicos costó 37,8 millones de euros. Dicen que habría sido una buena inversión, si no fuera porque todos sabíamos que iba directamente al cubo de la basura. Hace medio siglo que se instauró la ley. Dos juegos consecutivos nunca se celebran en el mismo continente.

Aunque algunos se ilusionaran dos minutos, luego todos recordamos lo que ya sabíamos: que no podía ser. Los 37,8 millones volaron. Como los que se gastaron en Sevilla, incluyendo un estadio Olímpico que ahora se abre dos veces al año para hacer conciertos. Y menos mal, porque hasta 2006, ni eso.

En los presupuestos de la celebración del Bicentenario de La Pepa, para el año próximo, se contempla una partida de millón y medio de euros para crear una web (ya hay tropecientas, pero hay que unirlas), abrir una sala de exposiciones en la calle Ancha, poner en marcha un programa de difusión escolar y digitalizar documentos (quizás, lo más digno de agradecer).

Más allá de gastos e inversiones, discutibles pero respetables, está ya el puro delito, el despilfarro criminal. Por ejemplo, la investigación judicial ha calculado esta semana que Roca, Cachuli y medio centenar de testaferros pudieron desviar hasta 600 millones de euros durante sus vacaciones en la costa de la caspa.

Los de Gürtel (al parecer, presuntamente y todo eso) se han repartido, al menos, 60 millones desviados a paraísos a los que los demás nunca iremos, por más que recemos.

Así las cosas, en las próximas elecciones, habrá que elegir entre ineptos y mangantes. Ya se sabe lo que preferimos siempre, alguien que parece que puede darnos algo mientras nos quita otro poco. Mire en su entorno, en Italia, en su comunidad o en su equipo de fútbol. Comprobará que siempre seleccionamos al que sabe poner las cifras de su parte. Pensamos que sólo sabe repartir el que sabe trincar. Como si fueran dos asignaturas del mismo curso.

Por un tubo

Yo tengo otra cifra, la de una gaditana (sí, sí, rara avis) de 60 años, a la que le va a quedar una mierda de pensión después de cumplir toda su vida, desde las siete, seis días de siete. Esta semana, qué casualidad, le ha llegado una carta con la vida laboral. En el apartado de días trabajados aparecen 12.000. En el apartado de días de baja aparece un cero. A ver qué teórico, analista, consultor, topiquero, ejecutivo, coordinador, encargado o negrero mejora ese marcador.

Estoy dispuesto a hacer un gráfico con los números de esa mujer, enrollarlo, meterlo en un tubo de cartón de diseño y clavárselo a los de las cifras, a los jetas, mientras se asoman a ver Rota por la balaustrada.