Quejío. La bailaora Matilde Coral, por alegrías, en un momento histórico al escuchar el cante de Poveda. / Antonio Vázquez
CÁDIZ

Matilde volvió a bailar por Chano

A sus 74 años, la bailaora se arrancó en el Falla por sorpresa ante el cante inesperado de Miguel Poveda en el homenaje al cantaor gaditano

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De vez en cuando, el mundo sorprende y recuerda a alguien. La historia, máquina trituradora de biografías dignas de elogio, pequeñas y grandes, ese gigante borrador de existencias, se ha olvidado, por suerte, de olvidar a Chano Lobato y toda su aura casi mágica. Ayer se le recordó por derecho en un homenaje del flamenco de Cádiz del que fue padre, hijo y espíritu santo. Y algo más.

Se presentaba lo que queda del genio de Santa María, que son el legado artístico, los recuerdos y las anécdotas cuando El Gran Teatro Falla se llenaba para acoger un homenaje que cerraba el círculo de reconocimientos. Cádiz le dio una calle, una placa en su casa, un monumento de bronce; el flamenco de Andalucía, el premio Niña de los peines. Pasado el luto a medias quedaba el cariño de sus compañeros del flamenco en Cádiz. En la organización, la Agencia Anduza de Desarrollo del Flamenco, el Ayuntamiento de Cádiz, Diputación y la Junta. En los palcos, Francisco Perujo, la alcaldesa Teófila Martínez, Rafael Román, Diego Sales, Sebastián Saucedo y muchos otros anónimos que consiguieron llenar el Falla.

El hombre no ha inventado aún ningún gadget que construya mundos posibles y adivine lo que hubiera soltado la boca de Juan Ramírez Sarabia al ver reunido en el mismo escenario al presente y futuro del flamenco en Cádiz. Probablemente, una chuflilla, un requiebro, nada de palabras solemnes. «Se hubiera echado a llorar», decía Juanito Villar.

Claro, que desde que a Chano Lobato se lo llevaran de este mundo una diabetis y sus más de ochenta tacos, el mundo le ha recordado con una sonrisa. Al margen del luto desgarrado de su familia, nunca se conoció un tanatorio con más chufla con pañuelos que el de la SE-30 el pasado abril, ni más bromas en un duelo. Chistes aparte, la dimensión del genio ha sido capaz de dinamitar incluso la oscuridad de la pérdida.

Recuerdos

«Si no somos capaces de pasar un buen rato, no somos dignos de Chano», dice Jesús Vigorra, compañero de ondas y conductor de la noche junto a la gracia espontánea de la gran Matilde Coral. Nervios. Recuerdos. Se apagan las luces.

Chano cuenta en una grabación algunas de las suyas, la de la siesta de los tartesos, la de Pericón, el robalo de 45 kilos y la pesca de un farol fenicio encendido. A Matilde Coral, a la que tantas veces cantó, se le partió la voz al darle gracias por haberle dado la felicidad y «el 90%» de su éxito.

Los mundos perdidos de Chano respiraban en el aire caliente del Falla, con las fiestas de los señoritos, el muelle, el matadero, las cosas de los flamencos de la gracia, el hambre, los tirititranes y el compás. Un universo que «se ha ido para siempre», dice Juanito Villar pero que seguía vivo en el escenario. Ayer, por un momento de espejismo.

Ovación. «Los recuerdos son aplastantes», dice Matilde Coral. Las hermanas y los sobrinos de Chano estaban allí, partidos por la pena. Su viuda y su hijo, en Sevilla por enfermedad.

Tomaban el escenario Antonio Reyes, Felipe Scapachini, Encarna Anillo –«un jilguerillo nuevo», le dice Matilde– y una entregada Carmen de la Jara.

«Le gustaban mis colombianas, y siempre me decía Sobrina, cántate una! Por eso vengo a cantarle un con todo mi corazón y todos los recuerdos de estos treinta años».

La letra la había compuesto su hijo. «Al cielo le mando y yo le canto esta colombiana, Chanito mío de mi corazón». A flor de piel estaban los nervios, «el respeto y la responsabilidad» de El Junco, por ser el único bailaor de la noche. «Admito que he tenido que parar en los ensayos, porque se me pone un nudo en la garganta». No era para menos la papeleta.

La técnica y el cariño hacían posible que Juan Ramírez Sarabia le cantase a Juan José Jaén, Chano a El Junco, el mayor cantaor de entonces al mayor bailaor de ahora, dos generaciones en carne y espíritu, casi como una alternativa póstuma, muy torera.

Todo sucedió a compás. David Palomar saliendo al escenario como el germen consolidado de los cantes de Cádiz, Juanito Villar desencajado por la ausencia, cantando «porque hay que cantar hoy aquí y por respeto», y la sorpresa de la noche. La gran sorpresa de la noche.

Desde Málaga llegaba Miguel Poveda, que no quería perderse el tributo. Vigorra tentó a Matilde Coral. «Si te inspiras...». Se empezó a avecinar lo más grande. Matilde escuchó a Poveda. No dio tiempo a más y Coral se arrancó por alegrías en un momento histórico, contra el que no pudieron ni el tiempo ni tampoco sus rodillas de titanio.

«Más molida que la canela», se confesó, y debutó en el Falla a sus 74 años, llorando. El teatro, en pie. Impresionante. La ovación fue atronadora.

Mariana, cierre de fiesta

Mariana Cornejo esperaba para cerrar el homenaje «con todos los honores». Para rendir tributo al soldado de los cantes de Cádiz no cabían bulerías, sino alegrías y tangos. Cómo no. El más melancólico se lo había escrito Juan Osuna para la ocasión. «Un Domingo de Ramos, domingo de quebrantos». Así dice.

«Los gaditanos lloran en la madrugada de Lunes Santo. Doce arcángeles de gloria lo citan en Triana para llevárselo en volandas a su tierra gaditana». Así continúa Como una lección de vida, el escenario del cantaor Chano Lobato volvía a pasar una vez más por encima de la pérdida. Fin de fiesta. Sí. ¿Por qué? Pues por tanguillos. Precisamente el de Los duros antiguos. Claro, cuál iba a ser si no.