Opinion

Irlanda rectifica

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E l incontestable respaldo otorgado por el 67% de los irlandeses al nuevo Tratado de Lisboa quince meses después de que el electorado rechazase su ratificación confirma que el esfuerzo de adaptación a las exigencias irlandesas del texto comunitario y las tensiones económicas han aproximado las posiciones de políticos y ciudadanos al objetivo de unir su futuro al de la UE. El pueblo irlandés sacudido por los efectos de la crisis económica no ha dudado en buscar el paraguas de la Unión Europea poniendo en valor el conjunto de excepciones y de promesas realizadas por las instituciones comunitarias para reforzar y respetar la identidad irlandesa.

El irlandés que deja expedito el camino para la ratificación del Tratado por unanimidad de los 27 socios explica el entusiasmo con que reaccionaron los presidentes y jefes de estado de la Unión convencidos de que el Tratado aportará nuevos instrumentos para impulsar una Europa más fuerte y más eficaz con la edificación de una nueva política exterior, paso obligado para sumar los esfuerzos de cada país en una acción única que percuta con fuerza en el escenario mundial. El respaldo irlandés representa también el reconocimiento implícito del papel de la UE en la salida de la crisis económica y la confianza en que los nuevos instrumentos del Tratado agilizarán la toma de decisiones y harán más llevadero el camino de la salida de la recesión.

Si se cumplen las previsiones de la agenda europea, a España le corresponderá la puesta en marcha del nuevo Tratado y la tarea de plasmar las expectativas que ha despertado la nueva estructura como el revulsivo necesario para reanimar una UE que ha ido perdiendo paulatinamente tensión política. Pero Rodríguez Zapatero se encontrará también en la mesa problemas de fondo y retos como las ampliaciones pendientes a Turquía y a los Balcanes que plantean múltiples interrogantes sobre la manera de llegar a acuerdos en Bruselas y repartir las cuotas de poder, el contenido de la identidad europea y las posibilidades de avanzar en una integración política y no sólo económica. Y deberá enfrentar la tarea de recuperar el respaldo de la opinión pública cada vez más indiferente ante la incapacidad de la élite de Bruselas para explicar el fondo y la trascendencia de las decisiones europeas y recelosa sobre el nivel de su representación en las grandes instituciones europeas.