LOS LUGARES MARCADOS

Elogio de la lectura

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Quizá no hay días de nuestra infancia tan plenamente vividos como aquellos que creímos haber dejado sin vivir, aquellos que pasamos con nuestro libro predilecto». Esta frase de Proust me provoca un recuerdo de mi propia infancia. Las palabras tienen ese poder de convocar al pasado y traerlo, con toda su viveza, a la actualidad. Me veo con ocho o nueve años, seria, volcada en la lectura de Veinte mil leguas de viaje submarino, mi primer encuentro con Julio Verne y la novela de aventura. Muchos días viví con los marineros del fabuloso submarino Nautilus, aprendiendo nombres de peces, sufriendo con los ataques de los calamares gigantes, descifrando el dolor del capitán Nemo, solidarizándome con el ansia de libertad de sus prisioneros. No estaba perdiendo el tiempo cuando leía aquellos episodios: estaba descubriendo que había otra vida (otras vidas) en los libros. Vidas espectaculares, más largas, complicadas y excepcionales que la que yo tenía. Y que podía disfrutarlas a la par que la mía, con sólo abrir sus páginas.

Fueron muchos días y algunas noches embarcada con Nemo, primero, y luego náufraga en la isla de Robinson, aterrada por los ataques de extraterrestres en La guerra de los mundos, enzarzada en el descubrimiento del criminal con Sherlock Holmes, abordando barcos con los piratas de Mompracem y Sandokán, el Tigre de Malasia. Leer en la intimidad del dormitorio y guardar luego, como si se tratase de un secreto, el libro bajo la almohada era mi versión infantil de la perfecta clandestinidad. Un pequeño y misterioso paraíso a mi medida.

Los libros no roban nada: multiplican por mil los ratos que distraen de la existencia de cada día. Yo soy yo, y soy también multitud gracias a la lectura. Y me siento feliz de poder hacer proselitismo de ella. Lean ustedes. Vivan.