A vista de pájaro se puede apreciar cómo este año la asistencia ha sido menor, incluso en las zonas más concurridas como el módulo central. / MIGUEL GÓMEZ
Ciudadanos

Unas barbacoas menos apretadas

El botellón se impone a los pinchitos en la fiesta playera del Trofeo Ramón de Carranza, que un año más pierde asistencia Los jóvenes ganan terreno sobre la arena a los grupos familiares

| CÁDIZ Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hacía un calor de mil demonios, ayer por la tarde en la playa de La Victoria. Y al viento de Levante le dio por soplar. Sin embargo, la arena se llenó pronto de sombrillas, toallas, mesas, neveras, tiendas de campaña y demás avíos que preconizaban desde temprano que un año más, -a pesar de las crecientes restricciones oficiales- la fiesta de las barbacoas del Carranza no se iba a quedar sola.

Hoy se enfrentarán las cifras y se repetirá el dilema: ¿fueron más o menos de 100.000 personas? ¿Más o menos público que en 2008? ¿Está la fiesta en decadencia? A pie de playa, la impresión generalizada volvía a repetirse: el gran acontecimiento del verano en Cádiz pierde gas. «Hay muchísima gente, pero menos», aseguraba desde el Paseo Marítimo Marián, una gaditana de 50 años, que apunta la que quizá sea una de las claves de las barbacoas este año: «La juventud se ha adueñado de esto» y ha desterrando a los tradicionales grupos de familias que bajaban cada año a la playa. Aunque Marián plantea además una paradoja: «Se nota que todo está más organizado, que hay más seguridad y más control, pero a la vez hay más desmadre y más botellón que antiguamente».

Efectivamente, las familias tradicionales, las carpas con mesas para diez y los niños correteando por la arena, quedaban ayer relegados a las fronteras que el Ayuntamiento ha marcado para este año en la playa Victoria. Al sur, la calle Sirenas, y al norte, la calle Amílcar Barca, donde incluso a última hora de la tarde aún era fácil encontrar huecos libres para ocupar.

En la 55ª edición del Trofeo de fútbol Ramón de Carranza (¿cuántas llevan las barbacoas?), no sólo el viento y el calor se han conjurado contra la celebración de la playa; también las administraciones han aumentado sus restricciones. Especialmente en lo que a los límites de zona consentida se refiere, que ya se acortó en 2008 y que en esta edición quedó reducida a poco más de 1,7 kilómetros de playa.

La de Santa María del Mar estaba fuera del perímetro consentido una vez más. Aunque quizá la prohibición más llamativa haya sido la de La Caleta, que tradicionalmente ha sido el reducto donde las familias más tradicionales se hacían fuertes, frente al botellón a palo seco.

Avanza la tarde y la playa se va llenando de gente. De nuevo, en su mayoría joven. Sin duda el día festivo ha permitido que muchos lleguen antes que otros años a buscar su sitio. Trenes y autobuses arriban con un lleno casi absoluto, que proceden no sólo desde otros puntos de la provincia, sino también de Sevilla y demás provincias limítrofes. El tráfico también se resiente con cientos de coches que buscan el milagro: un lugar para aparcar.

«¿Y dicen que hay menos gente?», se preguntan sorprendidos Isabel y Juan, un matrimonio de Huelva que oyó hablar de las barbacoas por primera vez el viernes y que encuentran que en la playa hay «un ambientazo». La fiesta les recuerda -por encontrar algo similar- a las Hogueras de San Juan onubenses, que se celebran el 24 de junio en las playas, donde «la gente baja muebles, y sofás y cosas viejas para quemarlas en grandes hogueras». Para que luego digan del carbón.

Mezcla y olor a queroseno

A la altura del bar Woodstock, una minicadena pone ritmo electrónico, desde la arena, a la puesta de sol. Aunque más adelante, junto a la Jijonenca, suenan timbales étnicos junto a palmas aflamencadas. Extraña mezcla. El aire huele ya a un intenso olor a queroseno y pastillas de quemar, mezclado con las sardinas a la plancha del Tracaplaya.

En mitad de la marea juvenil, un grupo familiar -joven, no obstante- se arrima a la pasarela para minusválidos con sus sombrillas y cuatro carritos: «Hemos venido desde hace muchos años, pero es la primera vez que traemos a los niños, que tienen dos años», afirma José Cuello, uno de los siete padres del grupo. Reconoce que este año, para ellos, la fiesta terminará más temprano: «Nos colocamos cerca del Paseo para irnos antes».

A la altura de la plaza Ingeniero La Cierva se concentra la mayor densidad de sombrillas y barbacoas, pero sorprendentemente, apenas hay zonas acotadas ni parcelas improvisadas con chanclas. Bueno, sí: una cinta de seguridad pone cota a las sombrillas y hamacas que hay bajo el hotel Playa Victoria, donde un cuerpo de seguridad privada vigila que nadie invada esta excepción de vacío en una zona de playa que parece tomada.

«No ha habido incidentes graves, aparte de la muerte de una mujer ahogada esta tarde, pero sin reyertas», explica un agente de la Policía Nacional a última hora de la tarde. Aunque, como reconoce un conductor de ambulancia, «la hora crítica está aún por llegar».

Suena el inicio del partido de la Final del Trofeo y con la noche comienza el auténtico ambiente del Carranza. Aún llega gente a la playa, pero a esta hora casi todos van cargados de hielos y bolsas de plástico. ¿Será porque el botellón gana terreno a la barbacoa o la culpa la tendrá la inevitable crisis económica? «La verdad es que este año hemos vendido menos equipos de barbacoa», explica Ahmed El Orfi, desde su Bazar Super Barato en la Avenida. Aunque aclara: «En el Carranza han bajado las ventas, pero el resto del verano se han comportado incluso mejor que otros años».

Los botellones se extienden, en pequeñas escaramuzas, por algunas calles fuera de la playa. En la arena aún hay sitio donde situarse a última hora de la tarde. «Ya hemos empezado a beber, porque este año nos echan antes», admite un grupo de veinteañeros de Cádiz que aún no ha recurrido a las sudaderas. Saben que a las seis de la mañana los agentes de la Guardia Civil y de la Policía Local tienen orden de desalojar la playa, para que los servicios de limpieza borren de la arena el rastro de toda una noche de alcohol, pinchitos y carbón. Otra noche de barbacoas.