vuelta de hoja

Como siempre

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Los sucesivos Gobiernos nos han venido asegurando el desmantelamiento de ETA, convencidos de que todos los manteles se habían transformado en mortajas. Nos han engañado: los asesinos gozan de buena salud y siguen matando o intentando matar. Lo que les ocurre a los malvados es que a veces las cosas les salen mal. El miserable atentado de Burgos, cuya frustración ha sido calificada de milagrosa, quizá demuestre que llevaba razón Chesterton cuando decía eso de que «lo más curioso de los milagros es que ocurren». Lo que pasa es que muchos no creemos en ellos y pensamos que el verdadero milagro sería haber acabado con los fanáticos asesinos que creen que se puede mejorar un país eliminando a parte de sus habitantes. ¿Por qué le llamamos milagro a que una bomba de 200 kilos de explosivos no haya cumplido su vocación de diseminar el luto? Lo verdaderamente milagroso hubiese sido que no hubiera gente que siguiese convencida de que matar mejora las condiciones de vida.

En la por ahora última vuelta que me di por Bilbao, hablé largo y sentado con mis amigos vascos del rancio y mortuorio tema. En el Palacio Euskalduna admiré la gallardía de su alcalde, y en los barrios líquidos el sentido de la hospitalidad de esa tierra. Exactos dry-martini, con gas y justas copas con mi José Luis Peñalva. ¿Cómo sería esta tierra si la dejaran ser como en realidad es? Emigraríamos casi todos, al menos temporalmente, si un veneno ancestral y mentiroso no se hubiera instalado en su sagrado territorio, cuando Telmo Zarra era más importante que ningún otro pensador oriundo, entre otras cosas porque tenía mejor cabeza. Hablo de estas cosas no porque lo que ha pasado, sino por lo que podía haber pasado en Burgos. Muchos seres humanos pudieron haber muerto, algunos muy recientes.