Juan Alonso de la Sierra, en la plaza de Mina. / NURIA REINA
perfil: Juan Alonso de la sierra

Profesional de la belleza

Está dotado de un delicado gusto artístico y de una que notable sutileza crítica

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En la expresión sorprendida de su rostro despejado y en el discreto brillo de su miope mirada se manifiestan, de manera convergente, la agudeza, el rigor, la delicadeza e, incluso, la amabilidad de este hombre que es consciente y concienzudo, sensible y sentimental. Juan -un profesional de la palabra, de la imagen, de la belleza y de la enseñanza- recorre su senda vital con la lucidez de quien, desde pequeño, ha divisado previamente la meta a la que dirige sus pasos y con el realismo de quien conoce, palmo a palmo, las irregularidades del terreno que pisa.

Si, por un lado, advertimos su delicado gusto para saborear los múltiples tesoros artísticos que él custodia, por otro lado, comprobamos la sutileza con la que critica -interpreta y valora- las corrientes estéticas que, de manera ininterrumpida, se cruzan en el actual panorama creativo y los presupuestos ideológicos que están soterrados en esos discursos publicitarios que los medios de comunicación con machacona insistencia nos repiten.

He prestado especial atención a los atinados comentarios que he escuchado en nuestros breves y esporádicos comentarios y, por eso, me permito enfatizar mi admiración por la claridad de su inteligencia, por la sobriedad su estilo y por la calidad de sus actitudes humanas. De él me llama especialmente la atención la peculiar forma con la que «cultiva la cultura»: una actividad que tiene que ver con su bienestar personal, con su felicidad, con la cantidad y, sobre todo, con la calidad de vida, pero que también, según él, está íntimamente relacionada con la convivencia, con la libertad, con la paz y con la solidaridad. No es extraño, por lo tanto, que para él sea un alimento que, al proporcionarle explicaciones y razones, lo sustenta y lo ennoblece.

Es posible que una de las claves de su destreza para identificar los secretos más íntimos que se esconden en las entrañas de las pinturas y esculturas, para captar sus resonancias y para desvelar los múltiples mensajes que encierran las obras artísticas, estribe en su convicción de que su oficio -un deber ético y un servicio social- consiste en mirar, admirar y sentir la realidad, en desentrañar sus misterios, en descubrir en el fondo de esos mundos imaginarios, esos espacios profundamente humanos que reproducen, explican o contradicen nuestro mundo real, cotidiano que, también, es maravilloso. La sorprendente lucidez de sus propuestas teóricas y la inusual madurez de sus decisiones vitales son los frutos visibles de la fórmula con la que afronta la vida: el trabajo constante, el estudio serio y la disciplina responsable. Sin petulancia y sin teatralidad, sus comportamientos evidencia una insobornable personalidad humana y una conciencia ética y científica que le impide hacer trampas, vulnerar los principios y transgredir las normas.