'Desnudo', de Modigliani. / FOTOS: LUIS ÁNGEL GÓMEZ
LA MUESTRA

Los padrinos del Guggenheim

El museo repasa en una muestra la historia de su colección a través de los mecenas, marchantes y artistas que han marcado su personalidad

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En poco más de medio siglo, la familia Guggenheim pasó de vender las más variadas mercancías por las esquinas de Nueva York a gobernar el mayor imperio mundial de minas de cobre y plata. El patriarca Meyer Guggenheim, judío nacido en Suiza, descendió por las escalerillas del barco a los muelles de Manhattan con el dinero justo para sobrevivir. Su hijo Solomon heredó una inmensa fortuna que él además acrecentó, y su sobrina Peggy ya no tuvo que mover un dedo para gastar a lo grande y rodearse del mejor arte de su época, la primera mitad del siglo XX.

La historia de la colección Guggenheim está hecha por esta familia y por los expertos, marchantes y coleccionistas con los que se encontraron y entendieron. Todos ellos son los protagonistas de la exposición De lo privado a lo público, que ayer se inauguró en el museo de Bilbao, y que a través de un centenar de obras elegidas por las conservadoras Tracey Bashkoff y Megan Fontanella muestran el gusto y el olfato para comprar arte de Hilla Rebay, Justin K. Thannhauser, Karl Nierendorf, Katherine S. Dreier y Fred Henry, de la Fundación Bohen. De esta última se exponen en obras de Sophie Calle y de los brasileños Jac Leiner y Vik Muniz, entre otros, y constituye la primera oportunidad de ver en profundidad estos fondos de arte contemporáneo.

Solomon R. Guggenheim y su esposa Irene Rothschild comenzaron su colección según mandaban los cánones de las clases altas de Manhattan, con las obras de los paisajistas norteamericanos del siglo XIX y de los precursores del impresionismo francés, cuadros perfectos para decorar los espaciosos salones de sus casas.

Cuando conocieron a la baronesa prusiana Hilla Rebay, en 1927, su orientación artística cambió por completo. El matrimonio rondaba los 60 años, lo que no impidió que la aristócrata les transmitiera el veneno de las vanguardias, el placer de la novedad y la experimentación, las nuevas tendencias que ya no admitían paisajes ni figuras realistas y que apuntaban a formas puras y abstractas.

Fue ella la que les presentó a Vassily Kandinsky en 1929, el artista al que llegaron a comprar 150 obras. De ellas se exponen cuatro pinturas en el Guggenheim vasco, dos de su primera época, la más figurativa, otra de 1911 que ya indica el camino hacia la abstracción y una última de 1934 en la que desarrolla su peculiar lenguaje abstracto, para él sinónimo de lo «espiritual».

Nieve y palmeras

El eje de la muestra es de carácter cronológico y empieza con las obras maestras que atesoró Justin K. Thannhauser, galerista en Múnich, como su padre, marchante que en 1913 organizó la primera retrospectiva de Picasso, y que con la victoria de Hitler en Alemania tuvo que exiliarse primero en París y luego en Nueva York, porque los nazis llamaban a lo que él vendía y coleccionaba «arte degenerado».

Un paisaje nevado de Van Gogh contrasta con las palmeras que pintaba Paul Gauguin en las islas del Pacífico, mientras que el retrato de una mujer realizado por Manet y un bodegón de Cézanne permiten ver en el País Vasco la obra de estos pioneros del modernismo. Tannhauser donó su colección en 1976 al Guggenheim, lo que amplió de manera significativa sus fondos al enriquecerlos con obras del impresionismo hasta las primeras vanguardias, imposibles de encontrar en el mercado en esa cantidad y calidad, lo que obligó a ampliar el museo de Nueva York para poder mostrarla adecuadamente.

La pared opuesta está dedicada al cubismo con obras de Juan Gris y de Albert Gleizes, y también con un cuadro de Robert Delaunay, La ciudad, que muestra la influencia de la fotografía en la pintura a principios del siglo XX, no tanto por la representación detallista de la imagen como por la reproducción del grano o textura del medio fotográfico, con un efecto que recuerda a las fotos pixeladas de la tecnología digital casi un siglo antes de que ésta existiera.

En las salas posteriores, el visitante tiene a la vista las piezas de los autores surrealistas y los primeros pasos de los expresionistas abstractos, procedentes en su mayoría de las colecciones de Peggy Guggenheim y de Karl Nierendorf. La sobrina de Solomon ejerció quince años de esposa de varios maridos antes de dedicarse al arte. Marcel Duchamp le dio sus primeras clases particulares, Max Ernst se casó con ella y Peggy se hizo amiga de un gran número de artistas, a los que ayudó comprando sus obras a un precio muy bueno durante la Segunda Guerra Mundial.

El palacio Vernier dei Leoni de Venecia, que adquirió en 1948, expone hoy sus fondos, en los que se encuentran obras de Jackson Pollock como la que ahora se muestra en Bilbao; un cuadro de 1946 en el que la figura heroica y atormentada del expresionismo abstracto aún pintaba figuras, en este caso de pájaros.

Antes de que falleciera en 1949, Solomon Guggenheim compró las 730 obras de los fondos de Karl Nierendorf, marchante alemán especializado en pintores como Kandinsky, una predilección que compartía con su amiga Hilla Rebay. Un óleo sobre cartón de Paul Klee y obras de Adolph Gottlieb y William Baziotes, que han viajado a Bilbao, muestran el abanico de la colección de Nierendorf. A ella se unieron las 28 piezas donadas por Katherine S. Dreier, que también compartía gustos con la baronesa Rebay. Entre ellas se encuentra una obra de Juan Gris fechada en 1916 que ahora se puede ver en Bilbao.

La exposición se basa en los fondos de Solomon Guggenheim y en proporción mucho menor en la del resto de coleccionistas. Falta la representación de las obras donadas por el conde italiano Panza di Biumo y por la Fundación Robert Mapplethorpe. Variada y amena, la muestra descubre tesoros nunca vistos anteriormente en Bilbao, como un cuadro pionero de Mondrian, fechado en 1916.