mar de leva

Abuelos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No me ha dado por preguntar de quién fue la idea, y eso que lo tengo fácil, así que no sé si es algo que se viene haciendo en otros sitios, si se pretende en el futuro instaurar el día de manera oficial, o si ha sido una de esas decisiones que sorprende que no se hayan puesto en marcha antes. Pero el otro día fuimos testigos del «día de los abuelos» en el colegio. O sea, reunir un ratito en las clases de los más pequeños a los pimpollos que andaban nerviositos porque por fin se les termina el largo y caluroso final de curso, con sus abuelos, me imagino que no menos nerviosos, por aquello no de unir dos generaciones y hasta dos concepciones distintas de la enseñanza, el tiempo y la vida, sino por reconocer que, en esta sociedad de locos que nos caracteriza, cuando hablamos de que las familias se desestructuran o se plantean nuevos modelos (y bienvenidos sean, por cierto) hoy gran parte de la educación y de la emotividad de nuestros niños las llevan sobre sus hombros los abuelos.

Somos tan tontos que preferimos el trabajo al descanso, el éxito social a la felicidad familiar, tener dos coches que tener dos hijos. Vivimos en la carrera de la rata que tan acertadamente satirizó el humorista Lauzier, y en ese afán por llegar no se sabe muy bien a ningún sitio no queremos darnos cuenta de que no tenemos tiempo para todo, y que no somos capaces y a lo mejor no nos importa educar a nuestros hijos como nos educaron a nosotros. Y ahí se nota, claro, en la forma de concebir esfuerzo y superación de unos y otros, tema quizá para otro artículo.

Cogidos de pies y manos por hipotecas, euribors, trabajos que son más importantes que nada o, en los peores casos, paro, emigración o incluso miseria, las nuevas familias de españolitos hemos recurrido a las nannies de más confianza, y que encima salen gratis: las abuelas y los abuelos, que se prestan a servir de transporte escolar a pasito lento, cocineros en horas intermedias o canguros modelo 1960 para cuando nosotros, los padres, tenemos que acudir a un sarao, un viaje, una película o, sí, un acto de trabajo. Qué quieren que les diga: a mí, que fui un niño sin abuelos (pero sí con abuelas; fue enormemente dura la posguerra y ni siquiera el desarrollismo nos libró de sus coletazos), me da una envidia de lo más sana ver que, pese a todo, estos chiquillos de pocos años tienen a esos abuelos que les tienden una mano, y se la tienden sin pedir nada a cambio, por ese sentido de la solidaridad, la familia, la devoción y el cariño que a lo mejor los padres de esos niños (o sea, nosotros, no lo olvidemos) a lo mejor no seremos capaces de devolver cuando nos toque el momento, porque al paso que vamos estaremos siempre enredados en hipotecas, euribors, trabajos que son más importantes que lo importante.

Porque, ay, en la cadena de transmisión de sentimiento y conocimiento que es esto de estar vivo, tengo muy claro lo que nos enseñaron nuestros padres, esos abuelos, y no tan claro lo que les estamos enseñando a nuestros hijos, confiando cada vez más en que otros, no siempre capacitados, se encarguen de eso tan difícil y tan obligatorio que es la educación a todos los niveles.

Hoy que termina el curso, estoy seguro de que esos mismos abuelos están ya suspirando porque llegue el 10 de septiembre para seguir sintiéndose indispensables.